Capítulo 2

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Emily aun no nacía. Su madre, Helena, estaba a la mitad del parto cuando llegue a su lado en tal solo un segundo. Admiré su rostro de sufrimiento, y como se desprendía de sus propias fuerzas después de dar lo mejor de sí. Y aunque todo se veía muy normal, había algo que me inquietaba, quizás era el hecho de que los médicos no paraban de susurrarse cosas al ver la bradicardia. El pulso de Helena decaía, su fuerza no era la misma e ignoraba los gritos agonizantes de su marido, quien, desesperado trataba de mantenerla consciente. Era una lucha consigo misma, y había perdido.

Estaba inmerso en mis propios pensamientos mirando todos esos rápidos movimientos y el proceso que se debía llevar para traer a alguien al mundo. El agudo y sin fin sonido de la bradicardia me hizo reaccionar. Los médicos se pusieron histéricos, hicieron lo imposible por sacar el bebe que seguía con vida dentro del cadáver de su madre. Todo eso al mismo tiempo que el esposo de la fallecida gritaba agonizante por su perdida, arrancándose el cabello histérico, tirado en el piso sin poder controlarse. Sus manos deseaban poder tocar por última vez el cálido cuerpo de Helena. Se acercaba a hurtadillas jalando de los brazos de las enfermeras que trataban de detenerlo, se acerco lo suficiente y lo único recuerdo que le quedó fue el aroma a menta que emanaba el cabello de su amada. Finalmente lo sacaron de esa habitación.

Los médicos le hicieron cesárea a la mujer. Yo me encontraba paralizado en una esquina, no podía aguantar ver una muerte más. Cerré los ojos y los apreté intentando evitar ver inútilmente el rostro de Arnold en ella. Pero sentí una presencia conocida en el lugar, hice un esfuerzo y abrí los ojos, pude ver a uno de los ángeles guardianes que se entrenó conmigo. Tomaba la transparente mano de Helena desde la camilla y la invitaba a levantarse, la mujer le sonreía y a la vez lloraba pidiéndole que cuidara de su hija. Fue ahí cuando el ángel guardián me indicó a mí, diciendo:

– Es a él a quien debes pedírselo Helena.

Me cohibí.

La mujer caminó hacia mí, inclinó sus hombros y me miró directo a los ojos.

– Cuide de mi hija. Es mi último deseo. Y si algún día ella puede escucharle, dígale que la amo.

–Debemos irnos Helena –Dijo el ángel, estirando su mano hasta alcanzar la suya. Desplegó sus alas y la condujo hacia el cielo.

Justo antes que la luz desapareciera, la mujer miró atrás y escuchó el primer llanto de su hija. Sonrió secándose las lágrimas de sus ojos; realmente ella confiaba en mí.

Cuando llevaron a Emily a la incubadora me coloque a su lado. Sus ojos eran hermosos, me estiraba su mano con el fin de tocarme y aunque le acariciase ella nunca me sentiría. Le dije que la cuidaría. Que jamás me separaría de ella. Le confesé a esa sonrisa tan pura que mis deseos eran los mejores, y que jamás querría hacerle daño. Le dije que la amaba tanto como para arriesgar todo por ella, pero en ese momento era aquel amor que un ángel le tiene a quien cuida.

Luego de que el padre de Emily nunca estuviera con ella y la evitaba, me di cuenta que ella se cuidaría sola toda su vida. Ya sea porque creía que ella tenía la culpa de la muerte de Helena, o porque quizás realmente tenía demasiado trabajo. No había una respuesta certera y tal vez jamás la habría.

Desde que Emily cumplió un año dejó de verme, ya no me quedaba observando, tampoco me estiraba sus brazos para que la tomara, no me tocaba mi rubio y un tanto rizado cabello, tirando algunas onduladas partes, ni me balbuceaba creando un ambiente de gracia en sus familiares quienes pensaban en un aparente y prematuro amigo imaginario. Era completamente inexistente para ella, como debía ser.


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