Capítulo 8

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Entre nuevamente tras la pared, pero antes de cerrar el muro el anciano me estiró una antorcha con fuego azul. Lo tomé y sentí como la pared iba cerrándose lentamente, el anciano iba desapareciendo de a poco, y quede inmerso en las sombras proyectadas por la antorcha. Esperé entonces que se comenzara a mover, que emergieran del suelo las hermosas sillas y los ángeles para así darme a conocer su decisión, pero nada ocurrió. Todo estaba en silencio.

Comencé a sudar, daba golpes a la pared cada vez mas fuertes tratando que se abriera.

–¿Aló? ¿Alguien? – Empecé a gritar – Maldita sea, ¡ábrete de una vez! –coloque la antorcha entre mi brazo y mi torso, y con mi cuerpo ladeado trataba de empujar la pared. Las rasguñaba e intentaba de correrla como si tuviese ruedas.

Todo era inútil.

–Dios me libre de semejante tortura. ¡Con un demonio! –Una electricidad recorrió mi cuerpo, estaba siendo torturado por el mismísimo Dios, quien había escuchado mi grosería.

Tras el impacto que me creó cierta convulsión, solté la antorcha, cayendo al suelo de golpe y disipándose aquel fuego azulado.

Me limite a empuñar mis manos antes de maldecir nuevamente. Ahora me encontraba plenamente a oscuras rodeado de murallas por no sé cuánto tiempo más. A lo mejor, ese era mi castigo; estar allí hasta la eternidad.

La vista se me era imposible, me sentía desganado y sin un mínimo de humor. Emily estaba en el hospital, y yo aquí perdiendo el tiempo...

Di giros en mí mismo, mi respiración estaba agitada y algo se aferró a mis alas -que no había sentido desplegar-, me jaló de estas con una fuerza sorprendente. Quise palpar aquello que tiraba de mí pero yo yacía de espaldas hacia ese ente. Estaba siendo arrastrado hacia un lugar que no podía ver.

–Me has hecho esperar suficiente –expresó alguien, que por su voz note que se trataba de un hombre mayor–, me estas obligando a llevarte de las alas como si fueras un puberto sin norte.

Entonces sentí que algo se abría y todo se iluminó detrás de mi espalda. Habíamos recorrido un largo tramo, era una cueva que aún era de piedra y cemento, el piso de tierra y además las singulares curvas que habíamos pasado sin que me diera cuenta. La luz que se proyectaba atrás de mí era tan fuerte que dejaba ver cada detalle del lugar.

Me soltaron las aparentes manos de aquel hombre sin un compromiso de amistad. Más, me lanzó a los adentrares de una sala brillante, antiguamente dorada. Cada extremo del lugar era amarillo, habían relucientes joyas y cuadros con bordes dorados, había un escritorio y una silla dorada, había una escaleras de caracol y una ventana que eran brillantes, amarillas, y doradas. Absolutamente toda la sala de aquel hombre propiamente tal, era de oro.

Quien me había agarrado y lanzado en su sala de estar, era Cameron, ángel de la sabiduría. Me miraba atento con los brazos cruzados y sus piernas abiertas, el brillo de su característica habitación le resaltaba su piel morena, y sus ojos me creaban cierta incertidumbre debido a mi estancia allí. No era normal que los ángeles comunes que cuidan a gente común entren a las residencia que tienen los cinco grandes ángeles en aquel cielo.

Pues no hay un solo cielo. Hay una amplia galaxia llena de cielos, en los cuales cada uno cumple su rol de albergar a ciertos ángeles que custodian. Cada ángel tiene su reclutamiento y es mandado u ordenado por ciertos... dioses creados por el mismo Dios.

–¿No me preguntarás nada? ¿Acaso te quedarás allí volando sin decir una palabra? –Me preguntó Cameron.

Miré el piso, estaba a dos metros de distancia bajo mis pies. No me había acordado de desaparecerlas en mi cuerpo, tampoco había prestado atención al intenso dolor que sentía al moverlas.

–Están seriamente heridas. –Indicó sabiamente el ángel–. Al parecer te has resistido ante Glenn, y eso es muy malo. Te ha envuelto en sus cadenas y te ha obligado a venir, ¿no es así?

–En realidad, si. Pero tengo un buen argumento para querer desobedecerle... obviamente no es una excusa, más bien una explicación. –Descendí hasta que mis pies descalzos tocaron el brillante piso pulido.

–Sé todo lo que pasó Christian, no hace falta que lo narres–Dijo Cameron.

Su hipogrifo dormía a un lado mío, se movía inquietamente como si tuviese una pesadilla.

– Pero quizás Glenn omitió ciertas partes importantes. –Estaba impaciente, no podía controlarme. Las palabras me salían solas de entre los labios– ¡Usted debe saber lo que realmente sucedió! ¡Emily estaba tirada en el piso y Glenn no me permitía ayudarla!

– ¡Christian! ¡Lo vi todo, yo estuve ahí justo al lado de Emily cuando todo sucedió! –Gritó eufórico dejándome pasmado y hasta boquiabierto. Jamás había escuchado gritar a uno de los cinco ángeles más importantes, en realidad, ellos nunca se salen de su parámetro formal. Ellos no pierden la paciencia.

Me quedé cabizbajo frente a Cameron. Había sido un atrevido levantando la voz sin un mínimo de respeto ante aquel ángel tan sabio. Lo era tanto, que yo no podía ser tan orgulloso y querer juzgar el punto de vista que tenía él sobre lo sucedido.

Cameron dio un profundo suspiro aferrándose la cabeza con ambas manos. Caminó a la silla junto a la gran mesa dorada que se encontraban en el centro de la sala, y su cuerpo cayó en ella, como después de una ardua batalla.

Se me quedó mirando como si me desafiara, finalmente dijo:

– Ya hemos decidido que haremos contigo y con Emily.



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