Capítulo 11

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Llegamos a su cuarto y se acostó en la cama cuidando de no desordenarla demasiado. Era una habitación común, no había ningún adorno, ni fotografías. Era escasamente grata. Tenía la pequeña singularidad de que en su repisa hubiera una fotografía de diez centímetros de ancho y largo, donde se encontraban tres jóvenes abrazados.

–Siéntete libre de dormir en el piso –Comentó Andrew.

Miré el suelo limpio pero con un olor a rancio y viejo...

No era que tuviera algo contra los ancianos, es solo que no solía convivir mucho con ellos. No siempre mis humanos llegaban a la tercera edad y si lo hacían yo ya los conocía bastante bien para sentirme cómodo junto a ellos. Pero a Andrew lo venía conociendo hace menos de una hora y no se veía como un ancianito gentil y sonriente, más bien parecía un veterano gruñón y serio. Eso me complicaba más la situación, así se me haría mucho más difícil acostumbrarme a él. Aunque había un lado positivo, entre menos me encariñase con el anciano, menos lamentaría su perdida... y lo que menos quiero es sentirme mal por perder a alguien que tuve que cuidar obligado.

Era imprescindible que volviera a estar con Emily, y para ello debía pasar rápidamente este periodo.

Finalmente me senté apoyando mi espalda en una gris y desnuda pared. En ese lugar me quede vigilando a Andrew, en ese exacto lugar tendría que pasar un tiempo indefinido ocupándome de él.

~o~

Tocaron la puerta de la habitación, en seguida abrió la puerta una enfermera de no más de treinta años, vestida de blanco y rosa, tenía puesto un vestido que le llegaba a las rodillas y una trenza maría. En sus manos traía una bandeja con un desayuno, eran huevos revueltos y un jarro de leche. La enfermera se acercó al anciano y le habló por su nombre, Andrew despertó de un salto y se sentó en la cama recibiendo la bandeja del desayuno con una sonrisa.

– A mi no me haces lesa, Andrew –le dijo la enfermera–, tú te escapaste anoche otra vez...

– ¿Yo? ¡Estás loca mujer! Yo jamás haría semejante barbaridad, ¿Para qué salir de noche como los jóvenes de hoy en día? ¿Para qué salir a caminar un rato y despejarme, y sentirme libre? ¿Para qué? –Andrew hablaba tratando de que su sarcasmo fuera muy notorio.

La enfermera meneó la cabeza resignada, aparentemente no era la primera vez que Andrew se escapaba para "sentirse libre".

– Tu sabes que siempre que te comportas como si fueras un jovencito, los retos me llegan a mí. No lo hagas mas por favor. Ya bastantes veces te han tenido que traer de vuelta a la mitad de la noche, y luego reclamas que estás enfermo.

Enfermo.

– Mis huesos no son como antes Chanell –Le contestó Andrew a la enfermera–, es por ello que necesito ejercitarlos y no estar aquí como si fuera una cárcel. Chanell... no me enfermo porque salga, me enfermo porque estoy aquí encerrado.

Chanell suspiró.

–Y mira, hay otro chico a cargo de mí –Resoplo con energía el anciano indicándome con su mano y haciendo que la enfermera volteara hacia mí y arqueara las cejas.

–¡Oh vaya! ¿A dónde se ha ido ese tal Kendall? ¿Acaso lo despediste?

Ella no podía verme...

– No he hecho nada, simplemente se fue. Es un ingrato. Éste es mi nuevo ángel, se llama... emm... ¿Cómo te llamas? –Me preguntó.

–Christian –Le respondí mirando el gesto de incredulidad de la mujer.

– Se llama Christian y es bastante más guapo que Kendall. Ese otro parecía hippie con el pelo tan largo. Lo abría matado si no fuera inmortal.

La enfermera sonrió, le estaba siguiendo el juego a su paciente -para ella- con un tornillo suelto. No pude evitar reírme cuando la mujer lo miraba atentamente aguantando los inventos de Andrew. Finalmente Chanell se retiró de su habitación, y Andrew me habló.

– Esta tarde saldremos.

– Yo no soy tu dama de compañía –Le dije con un tono desagradable para que tuviera en mente que mi rol allí no sería agradable para él ni para mí.

Andrew no le tomó importancia a lo que le dije y volvió a decir:

–Esta tarde saldremos... porque mis hijos vendrán a verme.

– ¿No deberías estar aquí esperándolos entonces?

– Si, de seguro, para que Chanell les diga que me escape y me sermoneen. No estoy dispuesto a aguantar tonterías. –Parecía indiscutidamente decidido.

Al cabo de unas horas, Andrew ya había desayunado, vestido y arreglado lo bastante bien para alguien de su edad. Traía bototos negros, unos pantalones de tela negros, una camisa y una smoking. Salió cerrando la puerta con cerrojo y se metió las llaves al bolsillo, luego se colocó una boina de un color oscuro y se dirigió a la misma plaza que lo había visto la noche anterior.

– Si yo tuviera alas, andaría en las nubes todo el día –musitó el anciano con la espalda arqueada.

– Si usted tuviera alas, tendría más de doscientos años y estaría tan acostumbrado que ni importancia le daría. –Corregí–. ¿Acaso le da importancia a sus gestos, su color de ojos o simplemente a el tamaño de sus orejas?

Andrew me quedó mirando seriamente. 



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