Viaje a lo extraño

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Estaba siendo un viaje muy largo, más de lo usual. Las luces pasaban rápidamente por mi ventanilla, mientras yo intentaba conciliar el sueño en aquel incómodo asiento. Era un camión de pasajeros de segunda clase. Se encontraba lleno casi en su totalidad. La mayoría de las personas que me acompañaban en ese viaje eran adultos jóvenes de mi edad, algunos viejos, junto con algún que otro adulto con sus hijos. El camión apenas tenía asientos amueblados, aire acondicionado y el mínimo de limpieza aceptable. En un principio me había costado mucho trabajo subirme a dicho camión, pero con el paso de las horas le fui perdiendo el desagrado; para después encontrarme sentado absorto en mis pensamientos y en mi ventanilla. El asiento que se hallaba al lado de mí estaba desocupado, así que podía moverme en cualquiera de los dos, e incluso acostarme para mayor comodidad, supuestamente.

Era de noche por supuesto. Habían pasado unas 11 horas y seguía siendo de noche. Cosa rara, y que cada vez me provocaba más curiosidad, ansiedad. ¿Por qué no amanecía? ¿Y por qué me encontraba en ese autobús para empezar? Tenía que ir a una de mis clases de la universidad. Ya solo me faltaba un semestre y podría ser libre de una vez por todas, podría aventarme a la vida adulta, buscar trabajo y ser independiente. O al menos ese era el plan, si es que decidía salir de mi zona de confort. Solo tenía que ir a mi clase para presentar el examen del parcial. Me subí al camión equivocado, claro está. ¿Pero por qué? ¿Era tan despistado? ¿O una fuerza extraña me atrajo hasta esa prisión en movimiento?

Por el momento no se podía ver nada a través de la infame ventanilla, solo luces fugaces que se iban distorsionando, danzando con el movimiento. Poco a poco fui escuchando una voz; primero era como un susurro, luego como palabras tenues, hasta llegar a la suficiente nitidez para poder entender sus palabras.

―¿Vas a bajar en esta parada? ―preguntó.

Era una joven aproximadamente de mi edad. Cabello semi ondulado, corto hasta los hombros, y verde esmeralda. Sus ojos brillaban con una nitidez ridícula para la poca iluminación que había alrededor. Su voz era demasiado suave y relajante.

―No, todavía ―contesté sin dudarlo.

―¿Por qué?

Ella sonreía. Hasta hace unos instantes me encontraba completamente solo en mis "dos asientos", sin embargo, ahora estaba una mujer desconocida haciéndome preguntas de la nada. Usualmente no le hubiera hecho caso, me hubiera percatado de las extrañezas que ocurrían. No era así. Tal como en un sueño, sin poder razonar a fondo el contexto, haciendo cosas sin dudar, y respondiendo preguntas que no debían formularse.

―Porque no sé dónde debería bajarme.

Aquella respuesta venía desde el fondo de mi alma. Elmomento culminante de toda la reflexión que había estado haciendo durante el viaje. ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué me subí a ese camión? Nada de eso importaba. La verdadera pregunta era: ¿cuándo me tenía que bajar?

Tan simple como eso. Seguía en ese asiento porque no sabía en qué momento debía irme. Y si no sabía, ¿por qué simplemente no me bajaba en cualquier parte? La cosa no era tan fácil. Aunque no tuviera razones completamente válidas, sentía que debía hacerlo solo cuando debía de hacerse. Extraño, quisquilloso, aunque parte importante de la realidad que vivía.

―¿Quieres que te diga dónde deberías de bajar? ―preguntó, manteniendo la suave voz.

―Claro que me gustaría saber, pero, ¿por qué tú lo sabrías?

―¿Saberlo? ―Rio―. Claro que no lo sé, solo te daría una respuesta al azar y tú decidirías si tomarla o no.

Me quedé viendo sus brillantes ojos un rato, con escepticismo.

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