La realidad de Carla

129 16 5
                                    

Carla Queblo no solía salir muy a menudo. Era una joven estudiosa, un poco cerrada, y hasta podría decirse que extraña. Aunque ella prefería decir que "estaba metida en sus propios asuntos". Cuando no se encontraba haciendo tarea o estudiando, ella acostumbraba a ver videos, o a escuchar música en internet. A veces buscaba covers de sus canciones favoritas, o alguno que otro mix. En su mayoría, eran bandas sonoras de películas, de series o de animaciones. Cualquier cosa que fuera instrumental, o que simplemente calmara su alma.

La noche del sábado, ella estaba terminando una de sus tareas mientras escuchaba una banda sonora de corte épica. Tecleaba sin parar. Era un ensayo de 1600 palabras, en el que tenía que dar sus ideas acerca de un tema fuera de lo común. Tenía que usar un formato determinado, citar, utilizar referencias, etc. El tema, eran los sueños.

Era de noche, alrededor de las 9 con 17 minutos. Seguía y seguía tecleando sin parar. Su mirada se encontraba perdida entre todas sus ideas y letras. El color verde de sus ojos brillaba de emoción por estar escribiendo algo que le llamaba la atención. Sabía que había quedado en salir con sus amigas a esa hora, pero se hallaba muy metida en su tarea como para salir. Realmente no quería ir a ningún lado. Ellas habían insistido hasta la saciedad. "Te vas a divertir", "casi nunca sales", "no seas ermitaña", le decían siempre. Hasta que un día simplemente cedió ante la presión. Pero por supuesto que no quería. «No quiero, no quiero, no quiero, no quiero», pensaba y seguía tecleando. Pequeños golpes secos en el teclado desgastado de su laptop.

Desde fuera, se escuchaba un auto que se estacionaba en frente de su casa.

«Son ellas», pensó. Quitó la música, la cual iba justo en el clímax. Guardó el archivo de su ensayo y cerró la laptop. Salió corriendo al baño del primer piso, y con un peine sucio y viejo intentó acomodar su cabellera rizada y negra.

Tocaron la puerta.

―Carla, ¡somos nosotras!

Carla no contestó. En su lugar se apresuró a ir a su cuarto y buscar los tenis que siempre usaba las pocas veces que salía. Eran negros con blanco.

―¿Estás ahí? Ábrenos. Si todavía no estás lista te esperamos.

―¡Ya voy!, ya voy ―contestó.

Se puso los tenis sin amarrarlos, tomó un sorbo de agua fría del vaso que estaba en la barra de la cocina, y se abalanzó hacia la puerta. La abrió de repente sin siquiera verificar si sus amigas seguían ahí. O si en efecto eran ellas. «¿Sí son ellas?» Este último pensamiento le hizo recordar algo que siempre le decía su mamá: que siempre usara la mirilla de la puerta, para verificar la identidad de quien fuera que tocara. No importaba si era una voz conocida, por tema de seguridad lo mejor era cerciorarse. Ella pensaba y le decía siempre a su mamá que era algo un poco exagerado. Aunque después de presenciar algunos asaltos en la calle a plena luz del día, de ver en las noticias gente muerta todos los días, secuestros entre sus propios conocidos, etc. Ya no le era "tan exagerado".

Sin embargo, ese día no usó la mirilla por las prisas que tenía.

Por un instante le pareció que no había nadie detrás de la puerta, o que algo poco conocido se asomaba por las sombras. Dicha sensación se desvaneció casi al instante, en un parpadeo.

No le tomó la suficiente importancia.

Sus amigas Anahí, María, y Betty se encontraban ahí. Anahí era alta, de mirada alegre y cabellera corta. María era un poco más baja que Carla ―alrededor de un metro con cincuenta―, con mirada triste y cabello lacio hasta los hombros. Betty era más alta que María y Carla, pero más baja que Anahí; ella se veía en casi todos los aspectos más serena, con cabello largo y agarrado con una cola de caballo.

Extrañas historiasWhere stories live. Discover now