Capítulo 1

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Si le hubiesen preguntado, Stella no habría podido decir que aquella no era la misma calle por la que había caminado miles de veces. Conocía las señales de tráfico, las tiendas en las aceras, el semáforo que siempre se ponía inoportunamente en rojo cuando ella estaba contra la hora. Lo último que recordaba era haber decidido atajar por allí para ir a clase porque se había levantado demasiado tarde.

Lo siguiente era un sueño muy raro ―un sueño que implicaba explosiones, salas de autopsias y un dolor terrible― y lo próximo que sabía era que había despertado de pronto, con la respiración entrecortada, como si se hubiera caído de la cama en mitad de la noche, y de pie en medio de la que a todas luces era un cráter en el pavimento.

Un. Maldito. Cráter. Un agujero circular en el suelo, junto a la acera, que había resquebrajado el bordillo, calcinado el adoquinado y partido el asfalto en dos en varios metros a la redonda, dejando al descubierto, incluso, parte de la maraña de conductos de agua y gas que había habido bajo tierra.

Era como si hubiese caído un meteorito, como si hubiese explotado una bomba, y Stella recordaba el estallido del camión de gas, cómo el mundo había parecido arder y derrumbarse, y una parte de ella quiso atar cabos, pero su parte racional se negó.

La explosión de su sueño había sucedido hacía, ¿cuánto? ¿Diez minutos? ¿Media hora? Aún sentía el calor del gas quemándole la piel, lanzándola hacia atrás como si fuera una muñequita. Y, sí, la calle a su alrededor estaba destrozada, pero no había rastro de ambulancias, ni de policía, ni siquiera de curiosos asomándose al precinto naranja que alguien había colocado alrededor del área de los destrozos. Todo estaba tan tranquilo que, quitando el cráter, nadie hubiera podido decir que allí había ocurrido algo.

Ni grave ni no grave. Nada.

―Tiene que haber una explicación lógica para todo esto ―murmuró Stella, decidiendo que ya había tenido bastante de aquello y que lo mejor que podía hacer, para empezar, era salir de aquel lugar.

Fue al echar a andar cuando miró a su alrededor y volvió a sentirse inquieta, más que antes. Su cuerpo respondía a las órdenes de su cerebro perfectamente y su entorno parecía normal, pero había algo, algo vagamente perceptible, que no era igual a como lo había sido antes. Era una sensación difícil de explicar, como si el aire fuera más pesado y los colores de todo lo que la rodeaba se hubieran apagado, vuelto mustios. Se suponía que el sol estaba brillando sobre su cabeza y, aun así, la luz le llegaba velada, como si una especie de pantalla invisible estuviera filtrando los rayos, volviéndolos menos luminosos y más... grises.

Aquello no le gustaba. Hacía que le diera la sensación de estar soñando.

Quizás aún la estuviera, después de todo. Tal vez no hubiera terminado de despertar.

Tan pronto como llegó al precinto ―una cinta naranja y negra que parecía sacada de una película― la chica tiró de ella hacia abajo y, al momento siguiente, había pasado por encima y volvía a sentir el pavimento liso bajo los pies. Alguien había dejado varios ramos de flores allí, sobre el asfalto roto: rosas blancas, margaritas, crisantemos, envueltos en papel de colores que, como todo la demás, parecía extrañamente apagado.

Verdaderamente, era como si allí hubiera muerto alguien.

―Disculpe ―decidiendo que lo mejor que podía hacer era preguntar a alguien y así salir de dudas, la chica avanzó un par de pasos. No había mucha gente por la calle a aquella hora (¿qué hora era, de todas formas?), pero las aceras tampoco estaban desiertas del todo. Su primera opción fue una mujer de unos treinta años que estaba pasando a su lado con la cabeza baja y las manos en los bolsillos―. Perdone, ¿podría decirme qué día es hoy?

Reminiscencia 【SunFire】Where stories live. Discover now