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Carta
a
Santa
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Martes, un día pesado y aburrido. Sin embargo, Bakugō decidió que llegaría a la escuela más temprano que de costumbre, de aquel modo podría contarle con lujo de detalle todas las cosas que se imaginó la tarde anterior a su amigo.

- Ten un buen día, hijo -se despidió Masaru, besando la cabeza del renuente cenizo, quien se removió de entre sus brazos y corrió para llegar más rápido junto a Shiro

Y escapar, por supuesto, de los vergonzosos actos cometidos por su padre.

Sus cortas piernas corrieron veloces por los pasillos, deslizándose en las esquinas y saltando de vez en cuando solo por diversión.

Logró ver, entonces, los desordenados cabellos albinos de su amigo mecerse junto a un chico castaño.

Ambos reían a carcajadas de algo que Bakugō aún no lograba escuchar y que, definitivamente, hubiera preferido mantener así.

Pero siguió corriendo, motivado por esa pequeña llamita de infantiles celos que le producía el ver a su mejor amigo conversado tan animadamente con alguien que no era él.

Corrió y corrió, bajando su velocidad solo cuando ya estaba cerca del par.

- ¡Hubieras visto su cara! Estaba realmente a punto de estallar -exclamó el albino, gesticulando con sus pálidas manos al castaño que no paraba de reír- y cuando vió que no le préstamos atención se fue a encerrar al baño -agregó al final

Logrando que Katsuki se detuviera en seco. Completamente avergonzado al entender que aquel del que hablaban no era otro que él mismo.

Pero ni Shiro ni el niño con el que estaba hablando lo notaron. Por lo que su conversación no se detuvo.

- Que idiota -contestó el chico castaño, sonriendo ampliamente por su propio improperio

Mientras que el rubio, casi suplicando una muestra de arrepentimiento en su amigo albino, lo miró con intensidad. Miró al chico que lo insultó y luego miró a Shiro.

- Totalmente -concordó finalmente el de blancos cabellos, sonriendo junto a su nuevo amigo

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.
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Bakugō estaba acostado sobre su alfombra de autopista con brazos y piernas extendidas. Tenía en una de sus manos un único auto de juguete.

Sus ojos estaban cansados de tanto mirar aquel auto violeta qué sostenía, sin embargo, no podía evitarlo.

Aquel era el auto que, se suponía, iba a conducir Shiro cuando fuesen mayores.

Pero ahora...

Katsuki frunció su ceño, arrojando el auto lejos de su vista, levantándose de su alfombra y arrojándose boca abajo sobre su cama.

¡No necesitaba a ese tonto! ¡No necesitaba su amistad! ¡¡Tiene millones de amigos!!

Que se pudriera... Él y su nuevo amigo. Maldijo Katsuki.

Y, con aquel último pensamiento en mente, el rubio se durmió profundamente. Aún con su uniforme de la escuela puesto.

Ocasionando que, al día siguiente, se levantara de malas por haber sido reprendido por su madre, quien lo despertó con un ceño fruncido al verlo dormido con su uniforme.

Sin embargo, Katsuki fue salvado por su padre, quien amortiguó los regaños de su madre y se apresuró a ayudarlo para prepararse e ir a la escuela.

Bakugō se moría por contarle a sus otros amigos lo que Shiro había estado diciendo a sus espaldas de él.

Carta a Santa    [Katsuki; KrBk]Where stories live. Discover now