Capítulo 8

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Llevaba más de tres horas encerrada en mi habitación, estaba estudiando cálculo ya que tendría examen y no quería reprobar.

—¡Ey! —la cabeza de Alex se asomó por el marco de la puerta y me sonrió —Venía a preguntar si quieres ir al centro con los papás de Adam y yo, no quieren encontrarse con él en este momento, quieren enviarlo con un psiquiatra.

—No gracias, prefiero descansar, ayer fue un día agotador —suspiré y tomé mi IPad para colocar un poco de música para relajarme. —Y créeme que se merece ir con un psiquiatra.

—De acuerdo, descansa y come un poco —me dio un beso en la mejilla y salió de mi habitación, pocos minutos después se escuchó un: —¡Volvemos pronto!— y la puerta cerrando!

Yo por otra parte bajé a hacerme algo de comer, aún no me acostumbraba a la gran cocina que había aquí, todo parecía sacado de una revista de lujo, pero a pesar de todo eso los padres de Adam jamás habían sido groseros con la gente, al contrario, eran bastante sencillos y les gustaba ayudar con lo que podían. Los fines de semana íbamos con ellos a la iglesia para poder ayudar con las recolecciones mensuales de víveres y ropa para los orfanatos, era divertido ya que al finalizar te obsequiaban una tarjeta para irla a gastar en helado.

Caminé a la sala en donde tenían un gran reproductor de música, tomé mi celular y lo conecté a este para poner una música. Con la música a todo volumen, me dejé llevar por el ritmo vibrante que inundaba la sala. Mis pies se movían al compás de la melodía, cada paso resonando con energía y pasión. El estrés del día se disipaba mientras me sumergía en el baile. Salté las escaleras con ligereza, dejando que la adrenalina fluyera a través de mi cuerpo mientras ejecutaba movimientos fluidos. El espacio se convirtió en mi escenario, y cada movimiento era una expresión de libertad y alegría.

Sin parar un segundo, me dejé llevar por la música, girando y saltando por todos lados. Cada movimiento era una liberación, una forma de dejar atrás las preocupaciones y las tensiones del día y sumergirme completamente en el momento presente. El sudor perlaba mi frente mientras continuaba bailando, pero no podía detenerme. Sentía una euforia indescriptible al moverme al ritmo de la música, como si estuviera en sintonía con el universo mismo.

Cuando la canción finalmente llegó a su fin, me detuve por un momento, respirando profundamente y dejando que la calma me envolviera. Aunque estaba agotada, también me sentía revitalizada y llena de vida.

El baile se había convertido en una de mis cosas favoritas desde que tenía ocho. En casa siempre me la pasaba bailando en mi habitación, y a los nueve mi papá decidió inscribirme a una academia profesional para poder bailar todo lo que quisiera. Mi padre siempre era el que me apoyaba en absolutamente todo y era lo que más extrañaba.

Gotas de lluvia empezaron a caer mojando todo a su paso, era raro que lloviera aquí, pero en las noticias habían dicho que las épocas de lluvia azotarían la playa y a sus alrededores.

— ¡Maldición! —se escuchó gritar a alguien. — ¿Por qué a mí? ¿Acaso me odias Dios?

Las maldiciones y los gritos siguieron. Fruncí el ceño y salí a mi balcón ya que era el que daba al otro lado de la calle. Miré por todos lados tratando de encontrar a alguien y una carcajada salió de mi boca al ver que Evan era el que estaba gritando.

Estaba afuera dando de golpes y maldiciendo, estaba empapado y su sombrilla estaba al revés, por lo que suponía que estaba rota. Sabía que si no lo ayudaba se enfermaría. Bajé y salí corriendo de la casa para poder ver si Evan ya había podido arreglar su sombrilla o lo ayudaba en algo.

—Evan, ¿qué te pasó? —reí al ver que ahora sus pantalones estaban más aguados y sus lentes estaban caídos y mojados.

—No te burles, mi sombrilla se ha roto y encima estoy empapado.

Perfecta Destrucción. ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant