«Capítulo 4»

630 86 57
                                    


Tenía alas.

El mismo tipo que había visto diariamente en el tren, que tanta inquietud le provocaba, había desplegado sus alas, unas alas auténticas, de carne y hueso, como las de las historias de ángeles que a todos los niños les cuentan alguna vez en su vida. Tan solo recordaba aquella escena, y seguramente más de la mitad de ella se debía a su confusión y a la rapidez con la que había sucedido, por lo que tenía la sensación de que todo había sido un sueño. O eso pensaba cuando despertó.

Abrió los ojos, aliviado por sentirse descansado, sin dolor... Pero eso pasó a un segundo plano en cuanto miró a su alrededor y descubrió que se encontraba en una casa que no era la suya.

Era una enorme sala circular abierta al cielo, delimitada por una pared blanquecina de tacto arenoso. Adosadas a ella había una serie de arcos de un color arcilloso, sustentados por columnas de gran anchura cada ciertos metros. El suelo, parecido al mármol, tenía en cambio una superfice algo irregular; sobre él se extendía una especie de mosaico creado con telas de colores que, en su conjunto, creaban una enorme figura geométrica entonos verdes. Y tras aquella obra de arte se erguía, como tallado en la pared, un espejo. Minho se levantó del suelo y, con miedo, se acercó a él. De alguna manera, intuía lo que iba a ver reflejado.

Se contempló en la superficie lisa durante varios minutos. Su cabello había crecido y el calor de la fiebre había consumido parte de la grasa corporal, dejándole los huesos y los músculos más marcados. Sin embargo, sabía que aquellos eran pequeños cambios sin importancia. Tragó saliva y, sin apartar los ojos del espejo, se atrevió a volver el cuerpo... Lo que vio no era nada normal, ni fácil de asimilar. Estaba sin camiseta, pero aunque se la pusiera, todo el mundo notaría esas dos pequeñas ramificaciones, una a cada lado de la espina dorsal.

Su corazón latía acelerado. No sabía dónde estaba, ni qué había ocurrido, ni por qué demonios le había salido eso en la espalda. Como si el universo le hubiera escuchado y decidiera dejar de jugar con él, el rubio misterioso que le había salvado apareció en la sala luciendo una toga de color blanco... y sus dos alas plegadas, que Minho observó con detenimiento. Iba a hacer una pregunta cuando el rubio levantó la mano para imponerle silencio. Su rostro se puso tenso y sus cejas volvieron a ensombrecer sus ojos.

Era extraño. Aquel tipo al que siempre había considerado peligroso ahora lucía una especie de halo mágico que le confería nobleza y dignidad.

—Preguntando no se aprende —su voz, mucho más madura de lo que esperaba, sonaba tranquila—. Se aprende escuchando, se aprende haciendo, se aprende observando.

Sin añadir nada más se acercó al menor, concretamente a su espalda. Minho no podía apartar los ojos de sus alas negras mientras el rubio inspeccionaba sus ramificaciones. En otro momento se habría sentido incómodo por ese contacto —especialmente en una parte tan nueva y anómala de su cuerpo—, pero dadas las circunstancias y lo rápido que sucedía todo...

—No puedes entender nada de lo que te está pasando, ¿verdad? —le preguntó el mayor sin dejar de realizar su tarea.

Minho negó con la cabeza. Ese chico manejaba la situación con tanta normalidad que para el menor empezaba a ser incómoda. Pasados unos minutos, cuando terminó su examen, volvió a hablar.

—Por lo que ya puedes intuir —dijo mirando a Minho desde el reflejo del espejo—, tienes alas. O mejor dicho, tendrás. Supongo que te preguntarás por qué... —hizo una pausa. Minho asintió, obviamente. El rubio se encogió de hombros—. Nadie lo sabe.

Se dio la vuelta y anduvo con paso lento hasta colocarse en el centro de la habitación. En el cielo, mientras, las nubes se despejaban y se tornaba azul. Minho empezó a inhalar y exhalar continuamente, buscando tranquilizarse.

Wings Flap ➳ MinsungWhere stories live. Discover now