Capítulo 13: La Bahía (Parte II)

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Mina

 En la fogata no me topé con rostros conocidos, solo a Jordan y a Lena. Toda la noche estuve sola, intentando congraciar con algunos alumnos de primer año, intentos fallidos gracias al par de tortolitos que los integraban y hablaban con ellos como si ya se conociesen de toda la vida, yo carecía de esa habilidad. Después de la fogata llegué muy cansada a la cabaña, Lena me pisaba los talones intentando abordarme, pero ya eran las dos de la mañana y yo solo quería llegar a la cama para ponerme ropa cómoda y dormir.

  —Somos las únicas despiertas, por qué no vamos con los de tercer año. Siguen despiertos —me dijo aventajando mi paso y bloqueándome la entrada a la cabaña. Suspiré, no tenía ánimos de hablar con ella. Además, Lena seguramente no se sentía bien, nunca me propondría fugarnos juntas y menos si se trataba de romper las reglas, seguramente durante la fogata había bebido a escondidas de los profesores.

  —No te encuentras en tus cabales, Lena. Por favor déjame pasar —intento tomar la perilla, pero ella toma de mi muñeca apretándola un poco, la encaro.

  —Estoy más consciente de lo que pasa a mi alrededor que tú, Mina. De eso puedes estar segura—sus ojos brillan en la oscuridad como un depredador, siento un escalofrío de alerta por todo mi cuerpo. Me safo de su agarre y ella ríe entre dientes.

  —Qué lástima. A Gadyefoul le hubiera agradado tu compañía —me pasa de largo empujándome y perdiéndose entre los árboles. ¿Qué demonios acaba de pasar? 

 Abro y cierro la puerta de la cabaña lentamente para no hacer ruido, de puntillas me dirijo a mi cama y me cambio para poder dormir al fin, pero sueño es lo último que tengo en este momento. Mi día no ha sido de lo más normal y mi mente es todo un lio ambulante. Suspiro, veo mi teléfono reposando junto al contacto de mi cama, con la batería al cien, decido configurarlo.

 Pasan las horas y no siento en qué momento me quedé dormida. Empiezo a soñar con mi infancia.

  —¡Espera, no te vayas! —dice con una voz chillona una Mina pequeña persiguiendo a una chica a las orillas de la playa. Esa niña sabía que sería su última lección de nado, su madre no había podido asistir por su nuevo empleo y su instructora había insistido en dar su última clase para despedirse de la pequeña.

  —Su majestad, tengo que irme la pequeña no entendía por qué el apodo, su madre le acostumbraba a decir "mi princesa" pero majestad era muy exagerado para una niña de siete añosNos volveremos a ver, lo prometo.

  —Cristál, no te vayas. —Aquella niña se encontraba llorando, creía que sería la última vez que vería a su maestra de la cual se había encariñado profundamente. Su cara de asombro fue cuando esta tocó el agua, su cuerpo comenzó a cambiar y el mar arrastró a la pequeña junto a ella, sin embargo, no tuvo miedo.

  —Lo siento, su majestad. —Una bola como la que me dio "Cristál" ayer sale de su mano, pero ahora, tomando los recuerdos de aquella pequeña, haciendo que ella olvidase no solo su nombre, si no también, su naturaleza.

 Despierto sudando y con mi corazón acelerado. Una chica casi se pega con la parte de arriba de mi cama porque estaba intentando despertarme, se queja en respuesta.

  —Tenemos que irnos, nuestra cabaña será la última en llegar a las ruinas por tu culpa —molesta, me avienta mi pila de ropa que preparé ayer por la tarde antes de dar un portazo para salir al exterior, solo quedábamos nosotras dos. Me doy una ducha rápida y me cambio, le doy una mirada rápida a mi teléfono, lo dejaré cargando, ni siquiera lo apagué, pero me alegra saber que si terminé de configurarlo.

Atlántida: El Renacer del Imperio (I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora