Capítulo 14

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Gimo, Dios, un gemido grande. Lo único que puedo hacer es apartar mi mirada de su gran erección para mirar sus ojos. Los cuales han cambiado aquel color que tanto me gusta. Ahora están negros, lujuriosos.
—¿Estás bien? —pregunta, su voz es ronca. Un escalofrío recorre mi espalda a la vez que asiento. Mis manos se posan en su cadera y las de él a cada lado de mi cara.

Lo veo inclinarse y yo también hago lo mismo. Desesperada por sentir sus labios sobre los míos una vez más. Cumple mi deseo. Ahora nos estamos besando, él semidesnudo frente a mí y yo sin camiseta sentada bajo él. Acariciando la suave piel de su abdomen.

Un jadeo sale de mi boca al ser lanzada a la cama, quedando de espaldas. Mi pelo creando una cascada a mí alrededor. Cuando él se sienta a horcajadas arriba de mí me doy cuenta de la pequeña decoración de la habitación. Ligeramente iluminada por un par de velas. Música de fondo.

Oh, música. ¿Cómo no me había dado cuenta de aquello? Una balada romántica sonaba de fondo, incapaz de descubrir cuál era seguí moviendo mis labios con los de él.

No te muevas, suplique. Cerrando los ojos, sintiendo sus suaves y lentos movimientos sobre mí. Él gimió. Sus manos deslizándose a través de mi cuerpo. No.

Un desesperado sollozo salió de mi garganta, Justin tan sumergido en el momento y tratando de desabrochar el botón de mi pantalón, no lo noto.

Por favor, no. Tomando su cara entre mis manos. Hago que nuestros labios se conecten una vez más, atrayendo su atención a mí. Sus manos dejando mi pantalón, colocándose a cada lado de mi cara, hundiéndose en el blando colchón.
—No lo hagas —le digo, impidiendo que sus manos sigan bajando por mi torso desnudo—. Aún no.
—Está bien. Cuando estés lista solo, dejas de besarme —dice, separando nuestros labios en cada palabra. Sólo sonrió con lujuria atrayendo su cara a la mía aún más.

Sé que está ansioso, casi desesperado. Pero quiero acostumbrarme. A sus manos, a su tacto, a su cuerpo sobre el mío, contra el mío.

Minutos después de una ardua sesión de besos. Creo que estoy lista. Tomo sus manos entre las mías, entrelazando nuestros dedos. Moviéndome bajo él en un acto involuntario.
—Oh, _____ —él gime.
—Estoy lista —musitó separando y dejando de besarlo como él me dijo—. Puedes hacerlo —permitiéndole poder sacar mi pantalón. Separo nuestros cuerpos unos centímetros.

Él jadea. Sus manos se deslizan una vez más por mi cintura y cadera. Sus dedos, recorren el borde de mi pantalón hasta posarse en medio de estos. Sacando con agilidad el botón del ojal.

Miró al techo y cierro los ojos. Puedo soportar esto, puedo soportarlo.

La gruesa y áspera tela de los pantalones se desliza por mis piernas. Un escalofrío me recorre en todo el cuerpo al quedar semidesnuda frente a él.
—Eres perfecta —murmura, observándome completamente desde el final de la cama.

De repente, me siento desnuda frente a él y trato de cubrir lo más que puedo con mis manos. Mis mejillas se ruborizan y él se sube encima de mí una vez más al sentir mi incomodidad.
—No deberías avergonzarte —susurra, poniendo un mechón de mi cabello tras mi oreja—. Eres una chica muy guapa. Deberías saberlo.

Sonrió ante su cumplido. Y beso una vez más sus labios antes de que siga avergonzándome. De pronto. Sus labios dejan los míos y comienzan a descender por mi cuello, hombros y pecho. Siguen bajando. Recorriendo mi abdomen plano, dejando pequeños y húmedos besos en éste, erizando mi piel.

Y ahora si me encuentro pérdida. Sus labios bajan por mis piernas. Siento pánico. Y no lo puedo controlar, mis piernas actúan por si solas. Estrellándose una vez más sobre su nariz.

Siento un pequeño clic al momento que veo el cuerpo de Justin caer hacia atrás. Y la he cagado, ahora sí que he roto la nariz de alguien.

—No llores, ______ —me consuela Sara, acariciando mi brazo sobre la fina tela del jersey—. Él está bien, solo tendrá un ligero dolor de nariz y un moratón debajo de los ojos, nada grave.

Me secó las lágrimas y la miro, sé que fuera de toda esta situación y por dentro, todo esto le parece divertido y quiere reír. También yo lo hubiera hecho, pero no puedo, no ahora que sé que he golpeado a un chico que conozco y realmente me importa.

Luego de patearlo, él ha gritado y tratado de dejar su nariz tal y como era. Pero no ha podido. Nos hemos vestido como pudimos y corrimos enseguida a la clínica más cercana quedando en que diríamos que él se tropezó y calló.

Me había consolado y reído mientras esperábamos que lo atendieran diciendo que no era nada y que había sido divertido. Pero yo no le encontraba nada de divertido a esta situación.
—Eso es lo que él te dijo que me hicieras creer. Yo estaba allí y oí el sonido que hizo su nariz. Dios, si la he rompido no volveré a aparecerme en su consulta nunca más —ella soltó una risita y la miré. Con mi típica mirada-mata-a-Sara, la cual servía cada vez que ella no podía tener control en alguna situación para-nada-graciosa.
—Tendrás que ir a pedirle perdón y ver cómo está él. No puedes solo desaparecerte así como así, —se levantó y agrego—. Además, él no me dijo que te hiciera creer que no había sido nada. Es que no le sucedió nada, solo fue un pequeño roce.
—Pero aun así tendrá un moratón y deberá usar una venda en su nariz —sollocé y sentí las lágrimas de vergüenza caer por mis mejillas—. Le enviaré una canasta de perdón de esas que María compraba y vendía fuera del instituto.

Asentí como si se me hubiera ocurrido una buena idea y seque las lágrimas. Sara rio una vez más y tomo la taza de té helado para ir a dejarla en la cocina. Tuve que contarle todo lo que había sucedido además de la parte en la que estuvimos a punto.

Dios, estuve a un paso de perder la virginidad y yo la había cagado como siempre. Pero esta vez fue en grande.

Sonreí al recordar sus manos acariciando mi piel y sus labios contra los míos. Había sido tan dulce para que yo no me asustara al momento en que todo sucedería, aunque lamentablemente eso había provocado todo lo contrario. Mis cinco sentidos se habían puesto alerta al momento en que sus manos tocaron la piel bajo mis pantalones y mis piernas cobraron vida propia defendiéndose de cualquier toque.

¡Eso era! Él no tenía que…
—¿En qué piensas? —preguntó Sara, llamando mi atención y sentándose frente a mí. Sonreí mirándola.
—En… —cerré mi boca—. En como haría para pedirle perdón a Justin —mentí. No le diría a Sara la idea buenísima que se me había ocurrido para perder mi virginidad.
—Sólo ve a la consulta y dile, “lamento casi haber roto tu nariz.” —propuso y la miré una vez más como si quisiera matarla. Ella rio inclinando la cabeza hacia atrás.
—Que graciosa —ironice y ella dejo de reír—. Pero no, tenía pensado en darle una sorpresa, que no te diré. Por reírte de una situación para nada graciosa.
—¿Qué? ¿Te enojarás? —Pregunto, levantando una ceja, asentí, dejando la manta a un lado—. No puedes enfadarte por eso, ______. Fue solo una broma.
—Una broma de muy mal humor. Ahora, quiero dormir, así que agradecería que me dejaras sola —sonreí y ella abrió la boca sorprendida.

También estaba sorprendida. Pero quería estar sola y no con alguien que se reiría de algo de lo que no me causaba gracia. Ella frunció el ceño, recogiendo su bolso y mirándome una vez más.
—Hablo en serio, Sara. Vete. Luego hablamos —dije, apagando la pequeña lámpara de la sala. Dejándonos iluminados con la ligera luz que entraba de la calle.
—Está bien, luego hablamos —murmuro, abriendo la puerta y saliendo rápidamente.

Tome la gran caja blanca en la cual venía la ropa interior de la basura y me dirigí hacia la habitación. Sacando las esposas y colocándolas sobre las blancas sábanas. Luego las ligas y sonreí, esto podría funcionar. Solo que ahora dudaba que Justin quisiera ayudarme.

Aunque tenía una buena idea para perder mi virginidad.

Virgen a los 25Donde viven las historias. Descúbrelo ahora