Capítulo 16

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Bueno, cuando intenté levantarme para salir corriendo, mi cuerpo se paralizó como el de Justin. No podía. Ya estaba allí. Era hora. No podía seguir huyendo como una cobarde.
—¿Tú…? —manteniendo la “u” entre sus labios, se movió solo un centímetro para quedar frente a mí y aun observarme sorprendido continuo—. ¿Quieres atarme? —pregunto tartamudeando, como si las palabras no pudieran salir de su boca, como si su cerebro aun no las pudiera comprender.

Me encogí de hombros nerviosa.
—Solo… fue una idea —suspiré y me incliné—. No estoy diciendo que tengamos que hacerlo. Si no, creí que podría funcionar. Digo, cuando tú me tocas yo me asusto y si no lo hicieras quizá podríamos pasar a la siguiente parte —mi voz salió temblorosa y él sonrió después de unos momentos.
—Creo que podría funcionar —murmuro, tomando las esposas de plata—. Aunque, sería una primera vez para mí. Estaríamos igual, ¿no? —pregunto divertido. Sonreí ruborizándome.

La respiración abandono mi cuerpo una vez más. Dios mío. ¡Él había aceptado! No puedo creerlo, no creía que fuera tan fácil, pensé que habría una pequeña posibilidad de que él dijera que no. Pero… no fue así, él acepto, no explícitamente, pero de una forma sí. Dios.
—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —pregunto murmurando de una manera tan sexy que los huesos de todo mi cuerpo temblaron.

Abrí la boca y nada salió de ella. Ahora. Esa era la respuesta y creí que él lo sabía.
—¿Cuándo quieres tú que lo hagamos? —pregunté, incapaz de decir una mísera palabra. Ahora.
—Em, yo… —touche, incómoda pregunta. Sonreí debido a mi pensamiento, pero borre la sonrisa al momento de ver como su mano desordenaba despreocupadamente su cabello.
—Podemos hacerlo ahora —murmuré, aquella frase escapándose de mi boca antes de que me diera cuenta. Sus labios eran distractores.
—¿Ahora? —alzó una ceja. No sigas mirándome de esa manera. Trague saliva, fuerte y duro y mis dedos jugaron entre sí.

No me había sentido tan incómoda y nerviosa desde séptimo grado cuando Mike Williams estaba a punto de darme mi primer beso. Él me gustaba, no tanto como Justin lo hace, pero era mi primer amor y estaba a segundos de dar uno de los más importantes pasos en mi vida, al igual que ahora. Los escenarios eran iguales y diferentes a la misma vez.
—Solo si tú quieres —musité y alcé los hombros con indiferencia, como si no me importará. Aunque no creo que la indiferencia sea mi mejor fuerte, porque al parecer, para él fue todo lo contrario.
—Claro que sí. Claro que quiero —su seguridad me sorprendió, él se levantó, tomando el bolso marrón de mis piernas y con su mano vacía, la mía.

Sus dedos se entrelazaron con los míos y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Reconocí el camino perfectamente. Estábamos en el pasillo que daba a su habitación.

El aire me falto y sentí que me desmayaría en cualquier momento. No podría hacer esto, no podría, simplemente… no estaba segura. Oh no, me estaba arrepintiendo. Me estaba arrepintiendo. Yo no era sensual, no sabría qué hacer. Entraría en pánico y ahora sí que le haría daño, un daño mayor al que le hice en su nariz.
—¿Estás bien? —susurro, estaba frente a mí, a centímetros de mi cara.

¿Cuándo habíamos parado de caminar? ¿Cuándo había soltado mi mano? ¿En qué momento se había puesto delante de mí?
—Yo… —miré la cama, cubierta por una manta color carmín. Luego los abarrotes de madera y las manos de Justin amarradas a ella con las esposas. Su abdomen desnudo y marcado con una fina capa de sudor sobre él.

Me relamí los labios y mi vista se oscureció. Dios. Eso era algo que no podía rechazar.
—Estoy bien —le sonreí y acaricie sus brazos. Él tembló bajo mi tacto y se inclinó para darme un suave y casto beso en mis labios.
—Entonces, andando —poniéndose una vez más a mi lado, descaradamente golpeo mi culo. Salté avanzando y girándome enseguida, completamente ruborizada—. Lo lamento. Fue un impulso.

Oh valla, otra primera vez, el Doctor Bieber se ha ruborizado. Sonreí sin hacer ningún comentario y caminé hacia la cama. Al tocar la suave manta sentí un leve calor en mi cuerpo y me giré hacia él lentamente. Aún se encontraba inclinado sobre el marco de la puerta, mirándome intensamente. Un escalofrío me recorrió la espalda y mi mano dejo la manta.
—Esto es algo ridículo, quizás. Pero, me gustaría hacerlo —murmuré. Él dejo de apoyarse en el marco de la puerta y camino hacia mí.
—¿Qué cosa?
—Siéntate —ordené con voz temblorosa. Él lo hizo. El colchón hundiéndose bajo sus manos. Le sonreí nerviosa y tome el bolso, llevándolo lejos de él.

Saque mi iPod y mi mano tembló. Sara había propuesto que primero, para entrar en confianza, le mostrará mis pocos dotes como bailarina.
—Espero que te guste el pop —murmuré, girando mi cuello para mirarlo. Él rio y se lanzó a la cama, sus brazos se cruzaron tras su cabeza.
—Si es lento, sí.
—Es tu día de suerte —dije, mirando la pantalla. Por suerte, Sara había hecho una recolección de las mejores canciones lentas de sus momentos privados con Charlie. Esas siempre le servían—. Recuéstate —le ordene, sin girarme, dejando el iPod en la mesa, a un lado del televisor plasma. Una lenta canción sonaba de fondo, perfecta para el momento.

Cuando me giré para mirarlo, él estaba recostado a lo largo de la cama, su cabeza inclinada hacia adelante y apoyada sobre una almohada blanca.
—Usa las esposas, ven, átame —pidió, su voz roncamente. Caminé hacia él con paso lento y tratando de hacerlo sensual.

Saque las esposas del bolso y mis manos comenzaron a temblar. Inclinándome sobre él, tome una de sus manos y la guíe hasta el abarrote, antes de cerrar las esposas, me detuve.
—¿Tienes las llaves? —pregunté para asegurarme. Él rio, y asintió, señalando la mesa de noche.
—En el primer cajón, no te preocupes, además, allí hay otras, para la mano izquierda —asentí y cerré las esposas alrededor de su muñeca.

Giré hacia a mesa de noche y deslice el primer cajón, encontrándome con unas nuevas esposas de plata y a su lado, dos llaves pequeñas.
—Quédate quieto —pedí, cuando su mano libre volvió a golpear mi trasero, él rio y me incliné una vez más sobre él, de modo que mis pechos quedaron a centímetros de su cara.
—Una bonita vista —silbo y me ruborice. Ignorándolo, tome la otra esposa de un extremo y la pase por encima de él, rozando su nariz y golpeándolo—. Auch —se quejó.

Retrocedí de inmediato y lo miré, mordiéndome el labio inferior.
Habíamos comenzado mal, no quería saber cómo terminaría.

Comprobé que las esposas estuvieran firme alrededor de los abarrotes y que no estuvieran tan apretadas en sus muñecas, pero al parecer, las esposas tenían la tarea de no apretar demasiado, tenía casi un centímetro de espacio, así que si Justin quería sacarlas, solo debía encoger su mano y deslizarla por la abertura.
—Creo que deberé usar las ligas. En cualquier momento podrías sacar tus manos —le dije y él sonrió, deslizando las manos, sus manos toparon con el metal, comprobando que salir de ellas no era fácil.
—No se puede, estaré bastante excitado como para pensar. Así que no te preocupes —él se inclinó y me besó cortamente, para volver a recostarse sobre la almohada.

Sonreí apartándome de él. Si seguía besándome así, me distraería y no podría hacer nada. La canción cambió, un pequeño contoneo de caderas ordeno mi cerebro sin darme cuenta y pude notar como la lengua de él se deslizaba entre sus labios mojando estos, haciéndolos verse deseosos. Aún más de lo que era posible.
—Tranquilo, no hagas nada —le ordené roncamente. Él asintió mirándome fijamente, su mirada oscura como la noche.

Mi mano derecha se dirigió a mi camisa y sacó el primer botón del ojal, dejando a la vista una pequeña parte de la piel de mi pecho. Él gimió y las esposas chocaron contra los abarrotes de madera.
—Tranquilo —advertí, mi voz en un susurro.

Mis caderas se contonearon una vez más y mi cabello se movió al compás de la música. La sensual voz de la cantante me llenó y cerré los ojos. Mis manos desabotonaron ágilmente los botones de mi camisa y sentí la suave brisa rozar mi abdomen.

Él gimió y repetí su actuar. Tocándome a mí misma. Deslizando mis manos sobre mis pechos cubiertos sobre la suave tela del corpiño.
—Tócate, disfrútalo, sedúcelo. Muévete, siente la música en ti —dijo Sara—. Sé tú misma, deja que tu cuerpo hable por ti.

Virgen a los 25Where stories live. Discover now