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Ese hedor asfixiante del azufre daba la impresión de poder aplastar en menos de un parpadeo a un enorme cuerpo de cien kilos y la angustia, que podría enroscarse en las extremidades como un grupo de serpientes hambrientas, hasta deshacer la carne en miles de pequeños pedazos.

Sin embargo, él sabía que ya no poseía tal cuerpo y que no podría ser ni aplastado y devorado, pero por algún motivo aún podía percibir el dolor. Un dolor punzante y constante que le atravesaba entero. Podía imaginarse sus antiguos órganos siendo golpeados una y otra vez hasta estallar.

Quería llorar, pero no podía, por supuesto que no, ya no tenía lo necesario para aquello, ni para ninguna otra función humana, porque ya no lo era.

Se encontraba algo desorientado, como quién recién despierta de esas siestas que en realidad no repararan, sino que lo empeoran todo. Cada segundo se sentía en el aire como una pequeña tortura independiente a la otra; miles de voces imposibles de identificar como un manojo de cabello enredado, le aturdían hasta causarle temor en pequeños pinchazos y luego de lograrlo, reían en carcajadas horripilantes que lo congelarían, si en todo aquel lugar no se percibiera lo más helado que jamás había sufrido. Podía sentir como miles de entes bajos se retorcían y arrastraban tratando de alcanzarlo, sus energías golpeaban contra la suya, miles a la vez, le oscurecían la visión y se retiraban, alternándose y alterándolo, pero a pesar de alcanzar todas estas emociones escalofriantes, no podía expresarlas: Estaba paralizado, y como por la fuerza de un golpe, se encontró rememorando por qué estaba allí y la conclusión de que esa era su paga por todo el daño que no le importó provocar y del cual tanto se había enorgullecido, le trajo una extraña sensación de justicia.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde aquel fatídico día, el más desgraciado que podía recordar, del que más se arrepentía. Del único que se arrepentía.

Sin embargo, allí se encontraba, resignado e intentado acostumbrarse a las almas que, de a poco, fueron ordenándose y presentándose porque, al parecer, ellos también habían logrado reconocerlo.

"Es una lástima encontrarlo por aquí tan pronto."

"Tenía un gran potencial, pudo haber llegado muy lejos si hubiese sido menos engreído."

"Pensaba que usted vendría aquí a liderarnos, no a mezclarse en este caldo de pecadores como uno más. Lo admiraba, pero..."

Miles de millones de veces tuvo que oír pacientemente todas y cada una de las críticas, las burlas, las risas y por supuesto, los insultos directos y sin un rastro de piedad, hasta hallar algo de derecho a una queja, ya que sabía que seguirían despreciandolo, de todos modos.

"Lo merezco, ¿Y qué? Si están aquí no pudieron hacerlo mejor que yo, inútiles." Se limitó a soltar, emulando al que solía ser con total éxito, ya que las voces volvieron a levantarse en cólera y a insultarlo.

Pero, nada lo dañaba ya. Él había sido completamente honesto en cada palabra y eso lo hizo sentir mejor.

Poco a poco las voces se bloquearon en su mente, podía oírlas cada vez más lejos, rodeadas de un eco interminable y las palabras perdían su forma conforme pasaban los segundos.

Aquella hubiera sido contada como una victoria si no hubiese sentido un desgarro intenso y punzante allí, dónde solía tener el corazón.

- ¿Cómo te llamas?

Conocía ese sonido.

No, no era una voz, era un sonido.

Uno que él había escuchado alguna vez. Se obligó a permanecer alerta y callado, mientras un haz de luz azul insistía con tocarle el hombro.

El sonido volvió a preguntar.

-¿Cómo te llamas?

Se estremeció entero.

Allí donde solía estar su corazón, dolía.

La luz se estaba metiendo por allí y de forma indescriptible, le aliviaba ppr dentro, pero la luz acumulada fuera de sí mismo le perturbaba. Se retorció intentando quitarla, pero cuanto más se movía, más se insertaba la luz en su pecho y se acumulaba en una bola que aquejaba a aquellas voces a lo lejos y a él sólo lo impulsaba a contestar.

- Soy Xue Yang.

El sonido cesó por un momento, motivando la desesperación dentro del joven, que en algún rincón había comanzado a sentir algo de esperanza para su alma.

-¿Por qué estás libre aún? ¿Tienes una última voluntad?

Imaginó como las cuerdas de aquel guqin estaban siendo golpeadas con desprecio y con las pocas fuerzas que había logrado recobrar, sonrió.

Recordó ese rostro solemne, que según él presumía todas esas virtudes y riquezas del poderoso Clan Lan de Gusu y también recordó cómo aquellos discipulos estaban obligados a cierto protocolo cuando lograban contactar un alma y no podían sólo ignorarla e intentar invocar otra. Decidió que eso era mejor aún para él, si el alma manifestaba que tenía una última voluntad debían, entonces, encargarse de concedérsela. Sin importar quién solía ser ésta persona o si existían asuntos personales entre el alma y el cultivador.

Volvió a sonreír.

El hecho de que un Lan se viese forzado a servirle aún le satisfacía.

- Sí.

- ¿Puedes decírmela? Debemos ayudarte.

-Sí, Maestro Lan. Preste atención.

-No es momento de jugar.

-No estoy jugando. Ésto es lo último que quiero.

-Sin trucos.

-Sin trucos.

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Caramelo ▪  [XueXiao/ Xue Yang x Xiao Xingchen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora