Para degustar los espaguetis, primero hay que enrollarlos en el tenedor

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"El final de un viaje es siempre el principio de otro. El cambio es doloroso y siempre tiene un precio. Cuando éramos bebes y nos salían los dientes, se nos desgarraba la piel y nos consolaban con una especie de juguete fresquito con la superficie blandita que nos refregaban como si fuera milagroso. Lo mordíamos porque era mejor que nada. Las fiebres por el estirón, la maldita menstruación, la primera erección, la muela del juicio. Los cambios duelen, mucho, alteran nuestro estado zen, son como esa oleada de viento que no vemos venir en medio de la calima de un día de playa que se nos mete en los ojos y cuando nos hemos dado cuenta, ha destruido nuestro castillo. Duele soportar ese precio, no ser un niño, no poder terminar esas cosas que se nos quedaron por hacer, vernos obligados a avanzar, pero no podemos permitir que el miedo a lo desconocido nos domine. El mañana es un misterio, no sabemos que puede ocurrir, está lleno de posibilidades y lo único que podemos hacer es afrontarlo con determinación. Seguir adelante, siempre hacia delante, a por lo que sigue, paso a paso. Tomamos una decisión, nos comportamos de acuerdo con ella, vivimos y esperamos, no nos queda otra opción".

No hay que juzgar las cosechas que se recogen, sino las semillas que plantemos. Buda tenía claro que cada uno recoge lo que siembra. Somos responsables de nuestros actos, debemos tomar consciencia de nuestras acciones y ser consecuentes con cada paso que damos. Es muy fácil de decir, pero la vida es una carrera de fondo, con muchos obstáculos, baches, calles sin salida, suelos resbaladizos. Hay muchas plantas que crecen de la nada, de la destrucción, de las cenizas. Parece imposible o de ciencia ficción, pero todo puede resurgir de sus cenizas. Primero, se protege el suelo. No podemos pisarlo y de ese mismo modo, no debemos hacer sangre del árbol caido. Lo hecho, hecho esta y meter el dedo en la llaga no sirve de nada, solo dolerá y dolerá. Cuando seamos conscientes, debemos limpiar el terreno quemado. La vegetación dañada se pudre y corrompen a los organismos vivos que quieren sobrevivir, además de atraer las plagas. Aun así, no todo debe retirarse, hay algunos restos que son útiles, que protegen el suelo, la fauna. Despues de limpiar el estropicio, debemos pensar muy bien que queremos en nuestra nueva vida, con calma sin presiones y establecer plazos, medidas conociendo siempre las características del terreno, sin ignorar nuestra esencia. Tras el incendio, el suelo tiene miedo, no quiere sentir nada, por eso no absorbe el agua y mata las semillas igual que nosotros cuando sentimos dolor. Solo queremos olvidarlo, que pare, que todo se quede como está. Necesitamos un cariño especial, mimo dedicación. En botánica, se emplea la técnica del acolchado. Se utiliza paja o serrin sobre el terreno quemado para crear una capa protectora que absorba todo el agua y evite que las semillas se ahoguen, igual que cuando nos ponen crema antibiótica en una herida. Para la recuperación total, establecemos un cortafuegos, una barrera de protección contra los agentes destructores mientras que el bosque poco a poco, sin peligros alrededor, resurgirá fortalecido de sus cenizas. Ahora bien, en el mundo vegetal hay muchas plantas que no pueden crecer juntas, por mucho que nos empeñemos. ¿No habéis odio a vuestros abuelos en el pueblo decir que la patata le quita el agua al tomate o viceversa? Pues es verdad, hay elementos incompatibles. No podemos empeñarnos en quedarnos en un lugar donde no podemos crecer, donde no nos sentimos completos, debemos buscar nuestra propia parcela. Natalia pensaba en su madre, en esas tardes en las que la ayudaba en el jardín, cuando jugaba con la cortacésped como si fuera el Batmovil y ella la regañaba por el estropicio que estaba haciendo en el jardín. Aquel día fue la primera vez que vio un cactus fuera de la serie de dibujos de Lucky Luke. No le gustó, le parecía que no casaba con todas las plantas chulas que habia en el jardín. Entonces su madre, le dijo que en la vida había que ser como un cactus. Adaptarse a cualquier momento, tiempo y circunstancia. Ser fuerte y aun así, nunca olvidarse de florecer. Ahí entendió porque siempre estaba comprando semillas, siempre quiso resurgir de sus cenizas, pero su sol, la arrasó.

-No importa donde te planten mi vida- arrulló la tierra con sus manos-, tú solo florece. ¿Me lo prometes?- le echó un puñado de semillas en la mano-.

Pulsaciones. Where stories live. Discover now