LA PISCINA DE BOLAS

8.9K 391 146
                                    

"Existe la teoría de que las pesadillas son un mecanismo del cerebro para asimilar sucesos del pasado, como una terapia de choque. Otros piensan que es la forma que tiene el subconsciente de prepararnos para afrontar nuestros miedos. Sin embargo, todos están de acuerdo en que las pesadillas suelen provocarlas una cosa, el estrés. Vivimos situaciones que nos sobrepasan, que no sabemos como encajar, que nos vienen grandes, aunque no queramos admitirlo y negarlo, es mucho peor que decir en voz alta, soy débil, soy humano y puede que no pueda con esto. No hay que sentirse mal por no ser capaz de lidiar con determinados hechos, por no entender que le ocurre a nuestro cuerpo en esas ocasiones en las que no da respuesta, no somos peores personas por ello. Al contrario, el estrés en un seguro. El estrés es el modo en el que el cuerpo reacciona ante un desafío y como todos sabemos, sentirse al borde del precipicio no es precisamente sencillo. Al contrario, da miedo, cólera, vértigo y tenemos derecho a sentirlo. A veces, nuestras peores pesadillas se hacen realidad y es cuando vemos, que no era para tanto, incluso llegamos a descubrir que eso que tanto miedo nos daba en un principio, es una bendición y que nuestra vida es mejor porque perseveramos, pese a los miedos. Le miramos de frente y le decimos, no podrás conmigo. Otras veces, nuestra pesadilla da auténtico miedo y parece que no va a acabarse nunca. En esa circunstancia, el apoyo de tu familia y amigos es vital. Queremos rodearnos de personas que nos despierten de nuestra pesadilla y que nos ayuden a vivir nuestros sueños, a mirar hacia delante".

Dicen que no hay mayor reto que redescubrirse a uno mismo. Es cierto que las personas nunca dejamos de aprender cosas nuevas y de vivir emocionantes experiencias cada día, pero eso no nos cambia en absoluto la perspectiva desde la que miramos, solo son momentos que se almacén en un nuevo hueco, como un armario más en una casa. Redescubrirse implica hacer una reforma completa, tirar las estructuras y comenzar de cero, de la nada, como si no supiéramos quienes somos, hacia donde vamos o que queremos de la vida. Si ya nos aterra no saber que planes tendremos la próxima semana, imaginaos dejar de hacernos esas preguntas a las que no dejamos de darles vueltas. Asusta, y mucho.

Aquel bocado le había sabido diferente. No le había costado tragarlo como la otra vez, no le había parecido que le daba vueltas en el estómago queriendo salir, no había sentido ese extraño dolor inidentificable que se le había incrustado en el cuerpo como si tuviera cuarenta de fiebre. Aquella vez había vomitado nada más comérselo. Lo recordaba. Huyó corriendo al baño saltando las cuatro losetas del suelo donde estuvo tirado el cuerpo de su madre, esas que desde entonces y bajo ninguna circunstancia pisaba. Se arrodilló en el váter y devolvió todo, quedándose con ese sabor amargo y nauseabundo en la boca y ese vacío doloroso en el cuerpo.

Lo había superado o eso creía ella. No iba a salir corriendo a vomitar, ni se iba a desmayar por el corazón le latía muy deprisa, ni le dolía la boca del estómago como si hubiera comido una caja de chinchetas. Ya no dolía. Solo era un mal recuerdo, uno de tantos, en las primeras posiciones de los recuerdos malos, quizás el peor de su vida. Solo un mal recuerdo, como una vieja cicatriz que duele de vez en cuando, una marca grabada a fuego casi imposible de apreciar, una señal de que algo nos cambió, un punto de inflexión que la hizo mas fuerte.

Que siguiera comiendo dejó a Noemí a cuadros, creía que solo probaría un bocado envalentonada por la extraña adrenalina con la que uno camina cuando tu vida pende de un hilo, esa que nos ayuda a soportar el golpe hasta que la estructura es capaz de afrontarlo por si misma. Esperaba los temblores, los balbuceos inteligibles, la ansiedad nerviosa y el llanto desconsolado. Sin embargo, ninguno de esos episodios aparecía, por mucho que trataba de fijarse en Natalia, de analizar su semblante, no había nada raro. Comía tranquilamente, con una media sonrisa chulesca y seguía como cuando empezó, haciéndole bromas a Enzo que el niño le devolvía con la boca llena de comida y una sonrisilla traviesa y mirando a Alba alternativamente, que tampoco había dejado de comer. Aquel plato era especial para ambas, puede que porque fuera una declaración de intenciones mucho mas grande de lo que alcanzaban a entender, puede que porque se tratase de un plato que una madre preparaba con amor para la familia y ellas habían querido tambien hacerles sentir amados a su manera, de ese modo orgánico, silencioso, pero profundo, dándoles alimento en torno a una mesa para apoyar la definición propia de familia, esa que estaban redescubriendo y que les estaba dando resultados muy positivos. O puede que se sintieran así simplemente porque dejaban el pasado atrás y todo lo que eso implicaba, para abrazar al futuro con ganas, ansiosas por vivir nuevas experiencias.

Pulsaciones. Where stories live. Discover now