6 - Cercanías indecorosas

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Caminaron así, tomados de la mano hasta llegar a su hogar. En la puerta se soltaron, para poder abrir. Estuvieron en silencio todo ese rato, hasta ese momento:

—Oye —comenzó Jotaro, antes de abrir al completo la puerta. Jime lo observó—, mi madre se dará cuenta de que lloraste, y el viejo también, estás más roja que un cangrejo.

—¿Esa comparación se te acaba de ocurrir? —rio Jime, limpiándose los ojos con un pañuelo—. No te preocupes, creo que me hará bien platicar con tía Holy.

—Si eso quieres... —respondió Jotaro, abriendo la puerta.

—¿Jotaro? —este la observó, esperando—. Gracias, eso me ayudó bastante.

Y entró a la casa, dejando a Jotaro en la puerta. Vaya, no esperaba un agradecimiento. Holy salió de la cocina, limpiándose las manos con un trapo, saludando alegremente como solía hacerlo, pero al ver el rostro de Jime su sonrisa se desdibujó; Jotaro observó cómo Holy la abrazaba por los hombros y la llevaba hasta la cocina, seguramente para platicar y conocer la razón de su llanto.

Él exhaló y cerró la puerta; se sentía cansado, así que iría derecho hasta su cuarto para tomar una siesta. Al pasar cerca de la cocina escuchó como Jime se dejaba llevar por el llanto, con más fuerza que la que había mostrado con él.

                                                                                        ***

—¡Jotaro! ¡Jotaro! ¿Dónde te metiste? ¡Ey! ¡Esto ya no es divertido! —Jime, de pequeña, buscaba entre los arbustos del jardín de su amigo, entre los rosales y la fuente—. ¡Sal! ¡Jotaro!

El pequeño reía tras una gran roca que había cerca del muro del jardín, que dividía el exterior con este. Se tapaba su boca para amortiguar el sonido de las risas, sin mucho éxito. Jime lo escuchó y lo sorprendió en su escondite.

—¡Ajá! ¡Te encontré! ¡Ahora te toca a ti, Jotaro! —dijo Jime, asomándose tras la roca y señalando a su amigo, luego lo ayudó a levantarse.

—Espera, ya jugamos mucho rato, y me está dando hambre. Pidamos algo de comer a mi madre —sugirió Jotaro, riendo, junto a Jime.

—Tienes razón, también tengo hambre. ¿Podemos pedir mochi?

—¡Qué asco! Pidamos algo con carne —alegó Jotaro, frunciendo la nariz, en un gesto despectivo.

—¡Pero es mi favorito! ¡Ya sé! Juguemos una última vez, quien llegue primero a tu cocina gana... ¡ya! —dijo Jime comenzando a correr hasta el interior de la casa.

—¡Tramposa! ¡Saliste antes! ¡Ven acá! ¡Jime! ¡Ey!

Ambos corrieron mientras reían, a pesar de la trampa de la niña. Jime estuvo a punto de ganar, pero Jotaro saltó hasta sus piernas, tumbándola en el suelo, luego pasó sobre ella para ganar, pero Jime lo tomaba de las piernas, evitando que avanzara.

—Eres una tramposa, no se vale agarrar —reclamó Jotaro.

—¡Tú comenzaste! —gritó entre risas la niña, sin soltarle una pierna.

Holy llegó en ese momento, levantándolos y pidiendo que no jugaran de manera tan ruda.

                                                                                        ***

Jotaro abrió sus ojos lentamente, mientras pasaba sus manos sobre su rostro, para desperezarse. Observó su reloj de mesa y se dio cuenta que había dormido toda la tarde; el cielo comenzaba a oscurecer.

Mi Mejor Recuerdo. Jotaro Kujo x LectoraOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz