2. Mi amiga acosa a Sheldon Cooper

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Me había pasado toda la maldita noche mirando el perfil de Augusto y releyendo todos y cada uno de nuestros chats, buscando algo que me dé una pista de quién es en realidad. Y creo que había descubierto algo.

Lo admito, también había llorado un poco (o tal vez mucho). Aunque no era el hecho de lo que estaba comenzando a sentir cosas por él o que lo amara. Lo que en verdad me dolía era que yo había confiado en él; le contaba mis problemas, cosas que nunca le había dicho a nadie, y él me daba su apoyo y consuelo. Augusto había aparecido en un momento difícil de mi vida. Las cosas no iban bien con mi familia y con él sentía que podía escapar, por un momento, de todo el caos a mi alrededor. ¡Maldito desgraciado mentiroso! Pero yo iba a descubrir quién era y entonces tendríamos una larga charla. ¡Oh, sí! Teníamos unos asuntos que resolver.

Así que en cuanto entré al patio del colegio, que era un gran cuadrado de cemento rodeado de aulas con sus respectivas galerías y unos árboles en centro, busqué con la vista al señorito odio-el-okey.

Y para mi suerte (y sorpresa) lo encontré sentado en la galería, justo al lado de la puerta de su clase. Eso me extrañó. En San Pancracio podías reconocer tu estatus-quo según tu lugar en el patio. Los de último año se sentaban bajo los árboles. A los demás populares les respondía los bancos de las galerías y los desadaptados o más pequeños eran condenados a estar de pie o sentarse en el piso. U Oliver tenía cierta jerarquía a pesar de ser un completo ermitaño o era tan extraño que sus compañeros ni se molestaban en humillarlo o siquiera prestarle atención. Seguramente era lo segundo.

Crucé el patio corriendo hasta llegar a él.

—¡Oliver! —lo llamé.

Él levantó la vista de su libro de Historia como si hubiera escuchado al mismo Darth Vader pidiéndole un regalo del Día del Padre. Parecía que el pobre chico no estaba acostumbrado a oír su nombre.

—¡Oh! Sos vos —dijo con decepción en cuanto vio quién lo llamaba.

—Yo también me alegro de verte —le contesté con una sonrisa.

Sin pedirle permiso, me senté a su lado. Oliver pareció estar incómodo con que la gente lo vea con un ser humano. Y es que la gente nos estaba viendo. ¡Genial! Para el primer recreo estaría volando el rumor de que el rarito de la escuela se comía a "la virgen de 4º".

¿No se los mencioné? Pues, déjenme decirles que yo era famosa por ser la única chica virgen que quedaba en los últimos años. No es que me sentía mal por eso. Si no me había entregado a ningún chico era porque no había encontrado al correcto, y no me revolcaría con cualquiera sólo por eso. No me parecía que la virginidad sea algo que te quitabas de encima, sino algo que regalabas a quien en verdad quieres.

—¿Qué es lo que querés? —preguntó mi detective privado con su habitual dulzura.

—Creo que tengo una pista sobre la verdadera identidad de "Augusto" —contesté marcando comillas imaginarias con los dedos.

—¿En serio? ¿Cuál? —dijo con ese entusiasmo que sólo aparecía cuando se enfocaba en el caso.

Le habría contestado allí mismo de no ser porque apareció Lourdes.

—¡Holis! —dijo regalándonos sonrisa a ambos.

Ahora sí que Oliver estaba incómodo y yo me parecía buena idea presionarlo a estar junto con la loca de mi amiga.

—¡Lourdes de mi corazón! —dije a mi amiga. Me levanté de un salto y le ofrecí una sonrisa a Oliver—. Nos vemos a la última hora en la sala multimedial.

¿Quién es Augusto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora