Epílogo: Más bueno que comer pollo con la mano

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Tres años después.


—Sigue caminando, Penny —me ordenaba Lourdes por teléfono—. Ni se te ocurra dar un paso hacia atrás. Derechito, derechito.

—Sí. Ya entendí, Sargento Sánchez —contesté entre divertida y exasperada, mientras caminaba por el centro de la ciudad, entre tiendas caras y peatones apurados.

Aunque estaba más que tentada de dar media vuelta y salir corriendo. Tenía miedo. Esto podía llegar a salir muy mal.

¡Ahggg! ¿Por qué me había dejado convencer por mis insistentes compañeros de casa?

—Sargento Sánchez, me gusta cómo suena —comentó Julián desde el otro lado de la línea. Me podía imaginar a mis dos locos amigos y al novio de Lourdes pegados al celular en altavoz, asegurándose que no me acobarde—. Deberías probar suerte en el ejército, Lou.

—No cambies de tema, Juli —lo regañó nuestra amiga.

A veces, durante los últimos tres años, me ponía a pensar en lo extraño que era el destino. En cómo tres personas que no tenían nada en común, podían ser tan inseparables. Desde cuarto año de la secundaria, Lourdes, Julián y yo nos habíamos convertido en mejores amigos. Y desde hace dos años compartíamos un departamento en la capital. Éramos los tres mosqueteros, los tres chiflados, los tres chanchitos...

—Recuérdenme por qué estoy haciendo esto —les pedí a mis amigos.

—Porque lo necesitas —contestó Julián, la voz de la sabiduría.

Me sorprendía lo bien que estaba llevando esto. Cuando surgió la idea de esta "reunión" desde la perversa mente de Lourdes, pensé que él se opondría escandalosamente, como yo. Pero en cambio, actuó racional y maduramente -como yo no- y concordó que sería bueno para todos. Odiaba cuando se ponía así. Nah, mentira. En realidad estaba muy feliz que él sea el maduro del grupo. Lo necesitábamos. Él había crecido un montonazo desde la secundaria. Ya no trataba de pretender ser quien los demás querían que sea. Había salido por completo del closet. Aunque ahora debía soportar mis arranques de fujoshi donde quería emparejarlo con cualquier hombre guapo que encontrábamos.

—Y porque está bueno —agregó Lula.

—¡Hey! —exclamó divertido el novio de Lourdes—. Estoy acá.

Y entonces comenzó una de las típicas discusiones falsas de Lourdes y su chico. A veces eran tan cursimente exasperantes.

Di vuelta la esquina y me encontré con el café a donde se suponía que me encontraría con Voldemort. Sonreí al recordar esa vieja broma de la secundaria. Y, a la vez, se me hizo un nudo al acordarme de cómo nació esa broma, de esa semana de locos en cuarto año.

Me quedé un momento mirando al Café Ámsterdam. Este se encontraba a una cuadra, pero aun así pude disfrutar de su bella fachada colonial pintada de un despampanante color naranja y su elegante decoración primaveral. No era un lugar al que yo acostumbraba ir.

—No lo veo —dije, tratando de ocultar mi decepción.

Aunque la verdad no sabía por qué me ponía triste. Después de todo, lo más probable era que él falte a nuestra reunión. Debería sentirme aliviada. Yo había querido que falte.

—No entres en pánico —me advirtió Lourdes—. Vos seguís caminando.

—Pero él no está.

—Cariño, ¿me ayudas un poco?

—Tranquila, Penélope —dijo una voz masculina del otro lado de la línea: el novio de Lourdes—. Él te está esperando en el café. Lo tengo en el teléfono —intentó tranquilizarme Gastón Leprince sin mucho éxito.

A que no se la vieron venir a esa, ¿eh? Pues adivinen quién se puso en campaña de conquistar a su ex profesor no gay de biología el verano pasado. ¡Correcto! La señorita Lourdes Catalina Sánchez. Y lo más extraño es que su plan de quince pasos funcionó. Esa mujer era imparable cuando se lo proponía.

Ya sé lo que ustedes dirán: "Wacala. Él es muy viejo."

Pues la diferencia de edad no era tanto como parecía en la secundaria; tan sólo siete año. Ella 19 y él 26. Y, al parecer, él no era tan "adulto" cuando entraba en confianza.

Por lo que sé, ellos se habían encontrado en el verano, cuando Lula estaba trabajando un temporada en la playa como salvavidas y él estaba de joda con sus amigos de la universidad. Entre fiestas, vodka y tequila, el amor nació.

Con Julián apostamos que sería un mundano amor de verano. Pero había pasado el verano, el otoño y el invierno... y los tortolitos seguían juntos.

Y eso me trajo un problemita que yo había enterrado en lo profundo del Tártaro, junto con un CD de The Beatles: Oliver Leprince.

Según mis amigos, Lula y Gastón no podrían conseguir su "y vivieron felices para siempre" si el hermano de él y la casi hermana de ella seguían peleados hasta la eternidad. Por mí no había problema. Mientras no tuviera que verle su hipócrita cara de mono.

—Tengo que cortar —anuncié, intentando sonar más valiente de lo que me sentía.

—Suerte, Penny —pude oír la sonrisa de Gastón.

—Que la Fuerza te acompañe —agregó Julián.

—Vamos, Pen. Vos podes —exclamó Lourdes eufórica—. Te queremos.

—Los odio —me quejé antes de cortar.

Pero ya era tarde. Estaba en la puerta del Ámsterdam.

Respiré hondo y abrí la puerta del café.

Y allí estaba él. Tal cual como lo recordaba y, a la vez, totalmente distinto.

Sus anteojos habían desaparecido y llevaba su pelo más corto, lo que le daba un aspecto más rudo; no tan de niño nerd. Se veía más alto y sexy. Odiaba aceptarlo, pero Lula tenía razón. Oliver estaba más bueno que comer pollo con la mano.

Pero el cambio más grande en él era su sonrisa. No era una sonrisa sarcástica o burlona como la que yo había conocido. Cuando Oliver se levantó de su asiento para saludarme, sonrió con genuina amabilidad.

¿Quién era y qué hizo con Oliver?

—Hola, Penny Lane —escuchar ese apodo, en esa, voz fue como viajar en el tiempo y volver a cuarto año—. Tenía miedo de que no vinieras.

—Yo igual —esbocé una tímida sonrisa.

Y eso hizo que la sonrisa se Oliver crezca aún más.

Y me di cuenta que él lo había logrado. No era el cínico y malhumorado chico de San Pancracio. No era el encantador pero vacío chico de internet. No era ni Oliver ni Augusto.

Este era un joven adulto totalmente desconocido para mí. Pero al que me daban ganas de conocer.

Así que extendí mi mano en un cordial saludo y dije:

—Hola. Soy Penélope. Pero todos me dicen Penny.

Los ojos del muchacho brillaron con humor, cuando tomó mi mano, diciendo:

—Encantado, Penny. Soy Oliver. Pero puedes decirme Oliver.

Ambos comenzamos a reír. Nuestras manos aún entrelazadas.

Y supe que este era el comienzo de una hermosa amistad.


¿Quién es Augusto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora