7. El ataque del ogro vampiro

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El fin de semana pasó volando.

Y yo me había tomado esos días para explicarle a Lourdes -con toda la paciencia del mundo- que Julián y yo éramos solamente amigos. Y para que dejara de instigarme a que "saliera de la friendszone" le dije que él estaba interesado en otra persona. Sin mencionar que esa persona había sido Augusto o que a mí me gustaría que fuera Oliver, claro.

Así que no hizo ningún comentario vergonzoso cuando lo vio venir a saludarnos el lunes siguiente en el colegio, tomando su puesto como mi guardaespaldas personal. Él se mostró amable con Lula y ella logró ser simpática sin parecer la psicópata ninfómana que yo conocía y quería. ¡Bien por mi amiga! Y para el momento en que entramos al aula, ellos ya se habían convertido en mejores amigos, al parecer ambos compartían un gusto por Ricardo Arjona.

Yo hubiera estado muy feliz por nuestro nuevo grupo de tres si no hubiera sido por ese maldito mensaje.

El viernes, ni bien salí de la escuela, me había llegado un mensaje por Facebook, ¿y adivinen quién era? ¡Correcto! (léanlo con la voz de Susana Giménez, ¿sí?) ¡Augusto el Mentiroso! Había intentado muchas veces conversar con él después de que comencé esta supuesta investigación, como si no pasara nada, claro. Pero él simplemente me clavaba el visto y jamás me contestaba, hasta el viernes que me envió el mensaje más estúpido del universo universal:

Por favor, Penny Lane, dejá de buscarme. No querés saber quién soy.

¡¿Pero quién se creía que era?! Pedirme descaradamente que deje de buscarlo. Obviamente era un cobarde que no quería dar la cara. Pero, por otra parte, no podía dejar de pensar que él sabía que yo lo estaba buscando. Y las únicas personas que sabían de todo esto eran Lourdes, Julián y Oliver. Aunque claro que algunos de ellos pudo habérsele escapado información sin querer queriendo. Y también estaban todas esas chicas con las que había hablado, una no tan tarada pudo haber adivinado mis motivos de nuestra conversación -donde mis preguntas no eran muy sutiles- y esparcido el chisme.

—¡Penélope! —escuché me llamaba Lourdes.

—¿Eh, qué pasa?

—Tenés una nota en tu banco —contestó Julián, ocupando su nuevo lugar a lado mío—. ¿De algún admirador secreto quizás?

Me espabilé un poco y tomé la nota que estaba pegada con cinta en mi banco. Estuve tan distraída que no me di cuenta que ya estaba en mi lugar y el aula se estaba llenando. Me senté en mi silla y leí el pedacito de papel escrito con una letra que no conocía -descarté mi primera suposición: Oliver- y completamente abreviado:

"Te veo a la ultima hs en el laboratorio para darte lo q kers."

Traducción idiota-español: "Te veo a la última hora en el laboratorio para darte lo que querés."

Casi me olvidé de respirar.

¿Podría ser acaso Augusto dando, al fin, la cara? Esa era la única explicación que encontraba.

No les dije nada a mis amigos. Si era Augusto tenía que enfrentarlo yo sola.


En cuanto tocó el timbre de la última hora, salí volando del salón.

El laboratorio era... bueno, como cualquier laboratorio de secundaria; un aula grande con bancos con la superficie de mármol y un lavado como mesadas de cocinas, las paredes llenas de estantes con instrumentos, frascos y cajas que no podíamos tocar sin la supervisión de un docente. Las ventanas estaban cerradas y yo él no se había molestado en prender la luz, por lo que estaba completamente oscuro.

¿Quién es Augusto?Where stories live. Discover now