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Capítulo Treinta: Pagar.


 Llegas a tu casa, cierras la puerta y tus ojos viajan instintivamente hacia el sofá frente al televisor. Tu respiración incrementa un poco, por miedo, porque cuando llegabas él siempre estaba esperando allí, como un vil cazador. Pero ahora, el sofá no está siendo iluminado por el televisor, no hay una lata sobre el suelo, ni humo de cigarro barato inundando la sala. El aire cruza con normalidad por tus pulmones y le das vuelta a la cerradura, trabando la puerta. Por si las dudas.

 Siempre es por si las dudas.

Estás a punto de subir las escaleras que rechinan y ves a tu madre saliendo de la cocina, sus mejillas parecen retomar el color rosa que tenían mucho antes de Rick, incluso piensas que hay un reflejo de sonrisa en sus labios delgados cuando te
ve.

Quieres creer.

"¿Bajarás a cenar? Hice pollo frito." Te dice, su voz siempre ha sonado así de fría y seca, desde que eras un niño pequeño, pero te ha demostrado su amor de diferentes formas, con acciones. Con un "¿bajarás a cenar?", que no decía desde hace años, porque siempre preferías escapar de las hipócritas cenas en "familia", rescatando algo de las sobras después, cuando la casa estaba en completo silencio gracias a las horas de sueño.

Por alguna razón te quedas pensando demasiado tiempo en esto, porque su mirada recae preocupada sobre ti, y es cuando ella camina hasta subir tres o cuatro escalones hasta alcanzarte, lleva una de sus manos a tus mejillas y examina tu cara.

"Estás pálido y tienes ojeras." Dice, sorpresa, tienes ganas de decir, pero solamente retienes el aire en tus pulmones y esperas a que se aleje para poder respirar. "Ven, come y luego haces lo que debas hacer."

No fue una pregunta, fue una orden, y la sigues en silencio hasta la cocina.
Donde, gracias a quien quiera que esté allí arriba, hay solamente dos platos. Uno de ella, y uno tuyo.

Te sientas lejos de la silla que solía ocupar Rick, en el otro extremo de la mesa. El plato está cargado de muslos de pollo frito, al lado una bandeja pequeña con ensalada y luego ella sentada a un costado izquierdo de donde se sentaba él, como si aún lo estuviera esperando para cenar. "Come, Frank, no desperdicies."

Ves cómo lleva el tenedor a su ensalada y le da vueltas. Tomas con una mano una presa de pollo mordiendo con ganas, haciendo que tu mandíbula doliera, como si no hubieras comido en años.

Y de pronto, ella lo suelta.

"Estaba pensando en que podríamos vender la casa, conseguir algo más pequeño, ¿sabes?"

Dejas de masticar, arrastras tu mano hasta alcanzar el vaso de jugo de naranja y bajarlo hasta la mitad.

"Y... ¿a dónde iríamos?" Ella ríe, encantada con la idea, mientras que solamente estás asustado.

"No muy lejos, tengo un trabajo y tú tienes la escuela." Ella bebe el jugo y luego te mira.

"¿Y qué haríamos con el resto del dinero?" Ella calla. Tus manos pican, y tu apetito parece estar desapareciendo.

"¿Qué haríamos con el resto del dinero?" Vuelves a preguntar, por si ella no ha escuchado.

"Con el resto del dinero podríamos- no lo sé, ¿qué quieres hacer tú?"

Pregunta, como si le importara. Notas como su mano tiembla ligeramente, vuelve a tomar el tenedor. Pero no te mira a los ojos.

"Planeas pagar esa maldita fianza, ¿no?"

Ella sigue sin verte.

"¿No?" Y cuando te ve, lo sabes. Te levantas de la mesa, y empujas el plato con fuerza a un costado. Haciendo que se hiciera añicos contra el suelo.

"¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me odias tanto?"

Te pregunta, llorando aún sentada en su lugar. Tu corazón late con fuerza. ¿Por qué nunca hay días buenos?

"¡Yo debería preguntarte eso!"

las otras cosas. » frerard.Where stories live. Discover now