Capítulo V: Good bye

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Capítulo IV

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Capítulo IV

Natalia sentía su pulso acelerado y el corazón pesado. Dos días. En sólo dos días, Steve se iría de su lado, con destino desconocido. Le habían explicado que ingresaría en una especie de programa especial, clasificado. No le dirían adonde iba destinado, cuál sería la duración del programa ni que harían con él luego de que terminara el entrenamiento. Los hombres que iban al frente se dividían entre los que se dirigían a Europa y los que iban destinados al Asia Pacífico. En ambos frentes la batalla era cruenta y diario publicaban las listas con desaparecidos, heridos y muertos en la puerta de la iglesia ortodoxa a la que ella y su madre asistían.

Y allí se encontraba ahora. De rodillas frente al altar, pedía a Dios Todopoderoso y a su Santísima Madre que protegieran a su prometido. Que lo regresaran con bien, que le permitieran formar una familia a su lado, que le permitieran amarlo un poco más. Rogaba por su protección y por la de su amigo Bucky, por la sabiduría de los hombres que iban a guiarlos, a instruirlos. Rogaba porque no lo lastimaran en el entrenamiento, que no fueran demasiados duros con él. Alzó la vista al altar, mirando aquel bello ícono en el que Cristo se encontraba entre las ovejas del rebaño.

– No permitas que nada malo le ocurra a mi Steve...Ayúdame a protegerlo de todo mal, dame la oportunidad de estar a su lado. Sólo necesito una señal...– suplicó, acomodándose el velillo sobre la cabeza antes de persignarse y salir del lugar con el corazón pesado.

Rezar siempre la había aliviado en los momentos más difíciles de su vida: cuando tuvieron que escapar de Rusia por la persecución de los bolcheviques, cuando falleció su padre, cuando llegaron a un país desconocido. Saber que Dios estaba con ella, que tenía planes superiores para su vida le daba tranquilidad. Pero, ahora, no era suficiente. Necesitaba estar segura de que él estaría bien, que volvería con ella.

Caminó a pasos apresurados de regreso a su casa. Debía cambiarse e ir a buscar a su novio. Su madre le había preparado una cena especial para despedirlo y la hora de la comida se acercaba a pasos agigantados. Sus tacones sonaban contra el pavimento por lo apresurado de sus pasos, pero un cartel en la pared la hizo detenerse de golpe. Miró la imagen con curiosidad y una sonrisa se dibujó en sus labios pintados de carmín. Ésa era la señal que estaba esperando.

La cena transcurrió sin mayores problemas. Tatiana, la madre de Natalia, estaba tan preocupada como su hija por el porvenir de su futuro yerno. Le había cogido cariño al muchacho y realmente podía verlo al lado de su hija, formando una familia. Sabía que con él Natalia estaba segura, que no le faltaría nada, mucho menos amor. Lo llamó a su cuarto y cerró la puerta tras ellos mientras Nat recogía los platos de la mesa y se disponía a fregarlos.

Steve se sentó en el borde de la cama, curioso. Tatiana abrió un cajón de su tocador y extrajo una caja pequeña, bastante similar a la de su madre. La caja de madera de sándalo era muy bella y tenía una rosa taraceada en la tapa.

– Esto era de mi difunto esposo, Iván– explicó, extrayendo una fina cadena de plata de la que pendía un relicario– La llevaba con él el día que los bolcheviques nos acorralaron y lo fusilaron...– El chico no supo que decir. Era la primera vez que escuchaba la causa de muerte del padre de Nat– Quiero que te lo lleves, Steve. Puse una foto de Natalia dentro... llévalo como recuerdo de ella y de todo lo que te espera cuando regreses.

Steve recibió el relicario y lo miró por un segundo, profundamente afectado. Lo abrió y se encontró con la bella sonrisa de Natalia. Negó suavemente e intentó devolvérselo, pero ella le cerró la mano en torno a la pequeña joya y la envolvió con las suyas.

– Llévalo, hijo. Espero que te dé más fortuna que a mi esposo. Llévalo y piensa en mi zarevna, cada día. Ella estará esperándote... y yo también. No quiero ver sufrir a mi hija, Steven. Llévalo como recordatorio de que debes regresar con bien...– Steve asintió, con las lágrimas picándole los ojos– Ahora, ve. No le digas a Nat lo que te di.

El muchacho salió del cuarto de su suegra y se apoyó en la pared, respirando profundo. No quería que Nat lo viera mal. Comenzaba a arrepentirse de su decisión. ¿Por qué no podía simplemente quedarse a su lado, hacerla su esposa y vivir con ella hasta morir de viejos? "Porque conoces tu deber" le dijo una voz en su cabeza. Suspiró pesado, guardó el relicario en su bolsillo y regresó a la cocina con una sonrisa.

– Mi amor, yo debo irme a casa. Hay algunas cosas que debo arreglar aún...– explicó, acercándole los platos sucios al fregadero para ayudarle.

– ¿Necesitas que te ayude con algo? – preguntó ella, limpiándose las manos con el delantal.

– No, no. Estoy bien. Te veo mañana...– se acercó a su prometida y le dio un beso breve antes de salir en dirección a su casa. Sentía que si se quedaba mucho más con ella iba a mandar sus órdenes al diablo y no iría a ninguna parte.

En su casa lo esperaba el desorden de su ropa. Le habían entregado órdenes específicas de lo que podía y no podía llevar, así como de los artículos obligatorios. La ropa no representaba mayor problema: ellos lo proveerían de todo lo necesario. Finalmente, empacó una maleta pequeña, sólo con lo más indispensable. Guardó un retrato de su madre y otro de Nat entre sus cosas y se fue a dormir. Sin embargo, pasó la noche en vela. Sus pensamientos lo traicionaban y la confusión que sentía no le permitió descansar en toda la noche.

Finalmente, los rayos del sol entraron por su ventana con desidia. Agotado, se levantó y se alistó para irse. Miró su casa con tristeza una última vez y cerró con llave tras de sí, sin mirar atrás. Cerca de la estación del autobús donde se embarcaría a su destino se encontraban Nat y su madre. Tatiana no había querido dejar sola a su hija en un momento como ese. El transporte partiría a las diez de la mañana con exactitud y los minutos pasaban inexorablemente. Natalia se había abrazado a su cuello y sollozaba suavemente contra la tela de su chaqueta.

Steve no podía hacer más que acariciar su espalda y su cabello, sabiendo que no podría consolarla. Tatiana los miraba con tristeza, enjugando una lágrima rebelde con el borde de su pañuelo bordado. El reloj dio las diez y un sargento comenzó a llamar a los reclutas a voz en cuello. Steve sintió como su corazón subía a su garganta. Posó sus manos en la cintura de Nat y la apartó delicadamente de él, tomando luego su rostro para mirarla. Quería grabarse el verde de sus pupilas en la memoria.

– Prométeme que volverás... que me escribirás– pidió ella con un nuevo sollozo, acariciando las suaves mejillas lampiñas de su prometido.

– Todos los días– prometió él, acercándose a su rostro para besarla una última vez– Te juro que volveré a tu lado...– susurró contra sus labios, besándole luego la frente con toda la devoción de su alma– Te amo, Natalia. Volveré. Te juro que volveré, mi amor... Cuide de ella, por favor, señora Romanova– pidió, despidiéndose de la mujer mayor.

– Cuídate tú, hijo...– respondió ella, con una sonrisa triste– No te preocupes por Natalia.

Renuente, se apartó de ella y la dejó en brazos de su madre para tomar su maleta y dirigirse a la plataforma donde el autobús estaba a punto de partir. Subió al transporte con el corazón pesado como nunca antes. Ambas mujeres habían quedado en su lugar, mirándolo desde lejos. Tomó asiento junto a una ventana y agitó la mano suavemente cuando el vehículo se puso en movimiento. Natalia y su madre se fueron haciendo pequeñas en la distancia y finalmente, las perdió de vista. Aquello había sido lo más difícil que había hecho en su vida.

Acarició el relicario entre sus dedos, distraídamente. La voz del sargento lo sacó de sus pensamientos sombríos.

– Bien, bien, señoritas. Dejen las lágrimas para cuando comience el entrenamiento. Ahora, sujeten sus pantis, ¡nos vamos a New Jersey! 

"Siempre tuyo, Steve"Where stories live. Discover now