Capítulo IX: Wait For Me

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Capítulo IX

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Capítulo IX

A la mañana siguiente, la primera en despertar fue Natalia. El sol comenzaba recién a hacer su perezosa aparición por detrás de las cortinas de la habitación, cubriendo todo de un resplandor rosáceo. En el suelo de la habitación, olvidadas completamente yacían sus ropas: su primoroso vestido de novia, su velo y el flamante uniforme de Steve. La sábana los arropaba a medias. La tenían enrollada a la altura de las caderas, cubriendo apenas lo necesario. Pero, ella no sentía frío. El calor del hombre que dormía a su lado era suficiente.

Se quedó mirando el rostro dormido de su esposo en silencio. Detrás de aquellos rasgos recios seguía escondiéndose el muchacho dulce del que se había enamorado. Delineó su rostro con la punta de sus dedos y contó los lunares de su mejilla y de su cuello. Le gustaban. Le gustaban tanto como sentir su piel cálida rozando la suya bajo las sábanas. Steve se removió a su lado, apegándose más a ella. Nat le acarició el cabello con los dedos y él abrió los ojos despacio, suspirando al verla a su lado.

– Buenos días, señora Rogers...– le dijo con una sonrisa, acercándose a ella para besarla suavemente antes de acomodarse sobre el pecho de su esposa.

– Buenos días, señor Rogers– respondió, dejando escapar una risita al sentir el peso de su cabeza sobre ella– ¿Cómo dormiste?

Él sonrió perezosamente en respuesta.

– Como nunca antes...– respondió, dejando un beso en la clavícula desnuda de su esposa. Aquel beso en apariencia inocente les provocó a ambos un estremecimiento conocido.

Habían despertado juntos, desnudos, luego de haber hecho el amor por primera vez. Sintiendo un repentino hueco en el estómago, Steve alzó la mirada y se encontró con los ojos verdes de su esposa que lo miraban expectantes. El ambiente había cambiado drásticamente. Acortó la escasísima distancia entre ellos y comenzó a besarla despacio, recorriendo el camino de su cintura con sus dedos. La noche anterior habían abierto la puerta. Y, ahora, no había nada que los detuviera.

En minutos, el cuarto volvió a llenarse de suspiros, gemidos y jadeos que volvieron el aire más pesado. Los dedos finos de Natalia le dibujaron la espalda mientras él se movía en su interior. Tenían el cabello húmedo de sudor, los labios hinchados, los ojos brillantes. De pronto, él la tomó de la cintura y se giró en la cama, quedando sentado con ella sobre su regazo. En aquel ángulo ella sintió que el miembro de su esposo la llenaba por completo. Soltó un jadeo de sorpresa antes de tomar el rostro de su marido entre sus manos, buscando sus labios en un beso hambriento.

Meció suavemente sus caderas de adelante hacia atrás, sintiendo un estremecimiento de placer ondearle por la espalda. Él la sostuvo con fuerza por las caderas, guiando sus movimientos. La sensación era indescriptible. El tiempo pareció desaparecer mientras se movían al unísono, descubriendo las nuevas formas que el placer les ofrecía. Sabían que cada hora que compartían era una hora menos con la que contaban. Y de ahí que se hacía apremiante aprovechar cada segundo juntos.

"Siempre tuyo, Steve"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora