CAPITULO 1 SANEM

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Como si un despertar se tratara la luz entra en mi campo de visión, las sombras van desapareciendo como vapor que se desvanece. No era demasiada, al contrario, al parecer ya era de noche y solo la doncella brilla a lo lejos iluminada por la luna, el sonido del agua la acompaña ocultando la oscuridad bajo ella. Una brisa fría corta mis mejillas y me hace temblar mientras gruesas lágrimas comienzan a caer por mis mejillas. Yo estaba tan tota, tan incómoda, rota y vacía, un sollozo escapa de mis labios rompiendo el débil control que puedo manejar, otra vez sucedió.
*¿Como te llamas?
Aprieto los ojos con fuerza, el último ápice de mi energía que queda en mi cuerpo, inhalo y exhalo tratando de calmarme y no dejar que el pánico me domine, podía hacer esto, lo había hecho cientos de veces, no podía dejar que acabara conmigo.
*¿Como te llamas?
- Me… - mi voz se escucha entrecortada por lo seca que siento la garganta, otra vez pasa una brisa fría que me hace temblar y más lágrimas caen. Tenia que lograrlo, no tenía opción, tenía que hacerlo – me llamo… me llamo Sanem, mi nombre es Sanem…
* ¡Muy bien! Vamos bien, ¿cuántos años tienes Sanem?
¿Mi edad? No podía recordarlo. Aprieto los labios tratando de no hacer más ruido, pero me es imposible porque otro sollozo escapa, me castañean los dientes así que los aprieto muy fuerte tratando de recordar, tratando de darle un sentido y una dirección a mi realidad. Cuando otro sollozo escapa tomo grandes bocanadas del aire frío, tenía que recordarlo…
*Haz un esfuerzo Sanem, ¡recuérdalo!
- 25 – respondo temblando – tengo 25 años… - susurro agachando la cabeza expulsando el aire que estaba conteniendo.
*¿Dónde vives?
- Vivo en un barrio cerca de la costa, - recuerdo con más rapidez – vivo con mi hermana Leyla y mi madre…
* ¡Eso es Sanem! Lo estamos logrando, ¿qué color son los ojos de Leyla?
- Son… - miro fijamente al frente tratando de recordar, ¿qué color eran los ojos de mi hermana? Sabia que eran hermosos, pero no podía recordar el color, aprieto mi labio con dureza en un intento de hacer funcionar a mi atrofiado cerebro. Limpio mis lágrimas que siguen cayendo por mis mejillas - son… son… son azules, sí, creo que son azules…
*Tienes que estar segura Sanem…
¿Segura? Esa era una palabra desconocida para mí, apoyo mis codos en mis rodillas y mi frente en mis manos sintiendo como las lágrimas siguen cayendo. Estaba tan cansada de esto, cada vez era peor y no tenía la fuerza para continuar. Levanto la vista y la doncella me observa desde lejos, me sentía como ella, alejada del mundo y en medio de la oscuridad, no estaba dentro de la realidad, pero tampoco estaba fuera y al igual que ella jamás podría moverme de mi lugar, siempre estaría ahí. Más sollozos escapan de mis labios así que tapo mi boca para acallarlos, quería acabar con mi vida, ya no lo soportaba.
*Cálmate Sanem, respira, inhala… y exhala…
- Respiro… - susurro. ¿Qué más podía hacer? Era una extraña en mi propia mente – estoy segura de que son azules…
*¿Dónde estás?
Volteo a ver ambos lados y hacia atrás. Frente a mi estaba la doncella rodeada por el mar, atrás de estaba el paseo marítimo y lo que parecía un parque con muchos árboles, a mi lado izquierdo había rocas y a mi lado derecho también había rocas.
- Aaaah… supongo que, no, se que estoy en el parque. – respondo más calmada.
*¿Como llegaste ahí?
¿Como llegue aquí? ¿COMO LLEGUE AQUÍ? ¡¿QUE HABIA ESTADO HACIENDO?! Miles de preguntas asaltan mi mente y las lágrimas empiezan a caer otra vez. Paso mis manos por mi cabello que se siente enredado, sollozos cargados de desesperación y dolor salen a borbotones, ya no puedo contenerlos, otra vez me había perdido en mí locura. ¿Qué hacía ahí? No lo sabía, no podía recordarlo y eso me mataba. No recordaba que había estado haciendo la última que tuve consciencia, no sabía con quién había estado, no sabía cómo había llegado hasta allá. ¡No sabía nada! Lloro más fuerte tapando mis ojos presa del dolor.
Ya no podía vivir así, ya no quería, cada vez era peor y solo Dios sabía si alguna vez podría volver a salir de alguno. No recordaba que desencadenó el primero pero esta oscuridad se volvió mi fiel compañera; se suponía que no debía salir de casa, pero odiaba el encierro ¿me había escapado? Tal vez si… me sentía enjaulada, no hablaba nunca con nadie, no me asomaba a la ventano o abría la puerta, nadie sabía que yo existía presa de mis propios demonios que jugaban con mi mente, estaba rota y la parte de mi que servía había adquirido libertad para hacer lo que quería sin mi autorización, no estaba segura en la realidad ni en la irrealidad.
Inhalo y exhalo levantando la vista a las estrellas, mis dientes vuelven a castañar y mis lágrimas no dejan de caer. Como me encantaría ser tan luminosa como ellas, tan completa y funcional, ser siempre Sanem y no “la otra", dejar de ser ese cascarón vacío que me lastimaba tanto y sin ser como todas, como Leyla, tan hermosa, completa y perfecta. Ella era una mariposa colorida y graciosa que tenía libertad, pero yo, estaba atrapada en la jaula de mi propia locura.
- ¡Hey señorita! ¿Qué haces aquí solita? – volteo de golpe. El viento incrementa y lleva a mi nariz un fuerte olor a alcohol y a suciedad. Mi corazón se acelera con fuerza, si entraba en pánico me iba a perder.
* ¡No contestes! ¡Solo levántate y vete! ¡VAMOS!
- Tengo que ir a casa… - susurro para mi misma castañeando los dientes. Bajo la mirada tratando de evitar al hombre que se tambalea a un lado y al otro; me observa de arriba abajo y pasa su lengua por sus labios sucios. Se veía mal, trae puesto un enorme saco café que se veía muy viejo y una camisa de franela a cuadros, en su cabeza usa un gorro de tejido que esta algo roto, su pantalón esta rasgado de las rodillas y sus zapatos están desgastados y desabrochados. Empiezo a caminar lejos de él.
* ¡No te detengas!
Continúo sorteando las piedras, pero estoy demasiado cansada, como si hubiera estado corriendo, ¿acaso había corrido? ¿Qué había estado haciendo que me llevó hasta allá? El pánico empezaba a nublar mi visión. Siento como el hombre va atrás de mi, la respiración se me acelera y el frio comienza a tronar mis sienes, nunca estaba cerca de personas, aunque si las había visto y esta parecía una mala persona. Siento un fuerte agarre en mi brazo y me congelo presa del miedo.
- ¿Porque tan rápido? – pregunta con voz arrastrada detrás de mí - no voy a hacerte nada, solo quiero jugar…
- Suélteme… - pido con voz temblorosa. El hombre se tambalea un poco pero no me suelta, al contrario, me sonríe otra vez lamiendo sus labios. Mi mundo estaba a punto de oscurecerse otra vez.
- ¡SANEM! – escucho una voz familiar que me grita y me regresa a la realidad otra vez; el hombre y yo volteamos a donde se oyen unos zapatos golpear el piso – ¡Hey! ¡¿Quién es usted?! ¡SUELTE A MI HERMANA!
El hombre se tambalea hacia atrás pero no me suelta. Leyla lo avienta para que me libere, se coloca delante de mi.
- ¡¿Como se atreve a asustar a una niña enferma?! ¡Lárguese! – le grita y le escupe. Toma mi mano y empieza a caminar jalándome tras ella. Doy una última mirada al hombre, este empieza a reír y a hablar solo tomando de una pequeña botella que saca de su enorme saco, sigue caminando, tropieza y cae. Volteo otra vez a donde Leyla sostiene mi mano y me paralizó deteniéndola conmigo.
- Espera… - susurro sin quitar mi mirada de nuestras manos unidas. Se detiene y me voltea a ver.
- ¿Qué pasa? ¿te hizo daño? – me pregunta asustada. No levanto la vista, solo levanto nuestras manos unidas.
- ¡Dios Sanem! ¡¿Que paso?! – grita sorprendida soltándose. Ahora ella también estaba manchada de sangre. SANGRE QUE CUBRIA MIS MANOS.
La misma pregunta que acosa mis días regresa con fuerza, astilla mi mente y truena mis pensamientos. ¿Qué había pasado? Era incapaz de recordarlo. Un gran vacío negro nubla mi mente, mi memoria está demasiado quebrada para poder recordar lo que sucedió, solo me dejo aquí, con sangre en mis manos que se burla de mi frágil cordura.
- Sanem… Sanem… - me llama Leyla sobre el fuerte chillido que adormece mis oídos- Sanem, no te pierdas hermanita. No pasa nada, no pasa nada, lo arreglaremos. Te limpiaremos y nada habrá pasado.
- No..  se… no… - susurro llorando otra vez. Ella toma mi cara para calmarme quitando los cabellos de mi cara – ¡oh por Dios! Tu cara también está manchada y tu cabello, pero no te preocupes, lo arreglaremos. Te ayudare.
Vuelve a tomarme de la mano y me jala para que camine. Tenia sangre en mis manos tenía sangre en mis manos tenía sangre en mis manos tenía sangre en mis manos… había estado agarrando mi cara y cabello así que probablemente ahí también tenía, ¿Cómo no me di cuenta? ¿cómo había terminado así? Muerdo mi labio tratando de contener el miedo, ¿Qué había hecho?
*Tienes que calmarte, si sigues así te vas a perder nuevamente. CAL-MA-TE.
Sacudo la cabeza e intento inhalar y exhalar a pesar del frío aire que entra en mis pulmones; esto era lo más lejos que había llegado, la prueba infalible de que estaba rozando el límite de la realidad y la locura, no faltaba mucho para que perdiera mi identidad, mi vida, que, aunque era gris y vana, me daba pánico que terminara aun estando viva. SIEMPRE TENIA MIEDO. No faltaba mucho, en un tiempo me quedaría perdida en la locura y terminaría en ese hospital espantoso otra vez.
- Espera… - se detiene Leyla asomándose a la calle por detrás de una casa. Me asomó detrás de ella, al parecer no había nadie.
- Caminaremos muy rápido hasta la llave detrás de la casa, ahí te lavaras y le diremos a mamá que te caíste. ¿Qué te parece? – me pregunta. Asiento sin contestar. – antes me quitaré mis zapatos y tu los tuyos para no hacer ruido.
Ambas nos quitamos los zapatos, mientras lo hacemos cruzamos una mirada y ella me sonríe con ternura. Leyla seguía viéndome como a una niña pequeña a la que tenía que proteger y educar; sabia que estaba asustada, había sangre en mis manos y por toda mi cara y cabello, pero no podía culparla, yo también tenía mucho miedo.
Toma mi mano otra vez y caminamos rápido por la calle tratando de no hacer ruido; nuestro barrio era muy chismoso, siempre querían saberlo todo y hasta donde ellos estaban enterados, mamá tenía a una hermosa hija llamada Leyla y otra hija llamada Sanem que estaba muy enferma y que NADIE, absolutamente nadie conocía.
Ya detrás de la casa, leyla abre un poco la llave y deja caer un agua del fino chorro en sus manos juntas, me agacho junto a ella mientras lava sus manos, las tiene tan bien cuidadas, pintadas y femeninas que me cuesta apartar la vista. El agua moja un poco su saco azul claro, pero no parece importarle, cuando termina de lavarse me deja el chorro de agua para que me lave; el doloroso contraste entre sus manos y las mías es evidente, yo no podía ni siquiera aspirar a ser su sombra. Termino de lavarme y me limpia con un pequeño pañuelo azul que se quita del cuello. Cuando termina de limpiar mi cara y cabello, guarda el pañuelo en el bolso.
- Escúchame Sanem, - me dice sosteniendo mis mejillas con sus delicadas y frías manos – no vamos a decir una palabra sobre esto. Le diremos a mama que te encontré deambulando por el parque y nada más. Ambas olvidaremos lo de la sangre, ¿si hermanita? Ni una sola palabra.
Asiento porque la verdad no podía hacer mucho, ella estaba tan asustada como yo. Se acerca para besar mi frente y me da una sonrisa tranquilizadora. Toma mi mano otra vez y nos disponemos a entrar.
Una vez me había dicho Leyla que antes vivíamos en una casa enorme con mucho patio donde me encantaba correr y subirme a los árboles, yo no la recordaba. Era difícil de creer porque ahora estaba atrapada en esta pequeña casa en un barrio triste y gris donde nadie sabía que yo existía más allá de lo que mama contaba de su “hija enferma”; mama insistía que era por mi bien, que afuera alguien podía hacerme daño, lo que no se daba cuenta era que poco a poco yo me marchitaba por dentro. Vivía con el pánico de pensar que, si un día mi mente finalmente se perdiera, nunca había disfrutado de la vida y nadie se daría cuenta de que yo había sido parte del mundo.
Con cuidado, Leyla abre la puerta y me deja pasar primero para cerrarla sin hacer mucho ruido, en ese momento la luz se enciende. Me encuentro con los ojos de nuestra madre.
- ¿Dónde estabas? – pregunta con voz fría. No hablo, no tengo que hacerlo, ¿Qué podía contestarle? Yo tampoco sabía que había pasado y le había prometido a Leyla no decir nada.
- Madre, tranquilízate por favor. Sanem está bien y sabes que no es su culpa, estaba en el parque sentada en un columpio – le miente Leyla con naturalidad mientras se quita el pesado saco azul y lo deja sobre una silla; nuestra madre la observa fijamente pero no dice nada. Regresa su mirada a mi y aprieta los labios.
- Sanem, sabes que tienes prohibido salir – me regaña acercándose, vuelvo la mirada a Leyla pero ella se esta quitando las zapatillas para dejarlas en la entrada. Cuando regreso la mirada, apenas alcanzo a distinguir que pasa porque siento como se me voltea la cara y un dolor estalla en mi mejilla. Mama me había abofeteado.
- ¡¿Mama que haces?! – le grita Leyla lanzándose hacia adelante. El dolor me quema la mejilla, pero no me muevo, otra vez mi visión empieza a oscurecerse, apenas podía sentir las manos de Leyla en mi cara. Aprieto los ojos con la intención de quedarme en el presente.
- ¡Quítate Leyla! – mama la mueve de un tirón, sostiene mis brazos con fuerza y forza mi vista a regresar a ella; trato de evita las lágrimas que se acumulan en mis ojos, si lloraba seria peor – escúchame bien Sanem, no, NO DESVIES LA MIRADA. Tienes absolutamente PROHIBIDO DEJAR LA CASA, si vuelve a suceder esto te ENCERRARE en tu habitación, ¿me entendiste?
En otro tiempo quizá mi madre había sido hermosa, ahora, sus ojos son rojos y están llenos de furia y desesperación adornados por finas arrugas y ojeras, su cabello corto esta maltratado y sus manos rasposas lastiman mi piel. No, ya no era una mujer hermosa, ahora era un carcelero que me mantenía en cautiverio. Me sacude otra vez arrugando la frente y apretando el doloroso agarre.
- Mama, suéltala, ¡la estas lastimando! – le grita Leyla jalándola del brazo, pero ella no cede.
- Si… - susurro en voz baja sosteniendo su mirada – si mama, lo que tu digas.
- Ya te contesto mama, ¡suéltala! – insiste Leyla. Poco a poco me va soltando y su expresión se suaviza, Leyla me abraza por los hombros y me guía al sillón.
- ¿Estás bien? – pregunta en un susurro. Asiento y dejo mis manos en mis rodillas.
*No te preocupes, es mejor que no digas mas nada o se enojara otra vez. Concéntrate en tu respiración.
- Voy a traer un poco de té, afuera está helando – sugiere Leyla dejándonos a mama y a mi solas. No levanto la vista, eso solo la haría enojar más, pero puedo sentir sus ojos clavados en mí.
Se queda en silencio así que me quedo quieta también. Nuestra casa apenas y tenia muebles, la sala consistía en solo un sillón bastante desgastado y una especie de mecedora que estaba algo rota, la casa siempre era fría. Mama invertía todo el dinero que obtenía de planchar ropa y del trabajo de Leyla en la misma. Mi hermana siempre debía verse hermosa.
- Muy bien, aquí esta… - coloca la maltratada bandeja en la pequeña mesita de centro y nos pasa a cada una un vaso, lo pruebo… como siempre, estaba desabrido.
- ¿Como te fue en el trabajo amor? ¿Como esta Emre? – pregunta mama. Ante su tono suave levanto la vista, le sonríe a Leyla mientras esta se sienta sobre la alfombra con las piernas dobladas.
- Perfectamente, ¡ay mama! ¡Tengo que contarles algo que les va a encantar! – responde emocionada y con una gran sonrisa, da un sorbo al te y hace una mueca, lo deja en la bandeja y da una palmada.
- Mañana, Emre nos invito al 40 aniversario de la compañía y me dijo que tenia algo especial que decirme – sus ojos brillan de emoción mientras que mama casi se atraganta con el té. Lo deja rápidamente en la mesita, y voltea a ver a Leyla emocionada.
- ¿No me digas que es lo que creo que es? – pregunta. Leyla asiente como una niña pequeña, mama pega un grito que me hace brincar y abre los brazos, Leyla corre a ellos y se abrazan.
- ¡Ay mi hermosa niña! Sabia que por algo Dios te había hecho tan bella… - susurra mama abrazándola. – tu nos vas a salvar…
- ¡Mami estoy tan feliz! – grita Leyla separándose y levantándose. Va de un lugar a otro como si no se pudiera estar quieta. – hay que hacer muchas cosas mañana, tenemos que comprar vestidos para la noche. Podemos ir las tres porque no voy a trabajar y…
- No Leyla – la interrumpe mama sentándose y tomando su te otra vez; le habla a ella, pero sus ojos se clavan en mi – no podemos llevar a Sanem…
- Mama… - Leyla baja los brazos decepcionada, me da una rápida mirada y se acerca a ella con cuidado. – Emre sabe que tengo una hermana, no le va a importar, quiere que vaya toda mi familia.
- Sanem esta enferma, no puede salir – le dice, pero sigue mirándome. Aprieto los labios para evitar que las lágrimas corran.
- Mama… - le insiste Leyla.
- ¿Por qué hablas como si yo no pudiera entender que es lo que dices? ¿Cómo si no estuviera presente? – no me contesta, solo me observa.
- Mama por favor, Sanem no tendrá otro episodio si te quedas con ella todo el tiempo. Emre me propondrá matrimonio, me voy a casar y quiero que las dos estén ahí. Por favor. – le pide hablándole suavemente. Mama no separa sus ojos de los míos, como si le repugnara lo que veía en mi interior, al cabo de unos segundos suspira y se gira hacia Leyla. – está bien…
Leyla se emociona y la abraza dando continuos besos en su mejilla, después corre a mi lado, me quita el te frio y me abraza. Por un segundo me siento protegida hasta que separa sus brazos y me repite que se va a casar, eso me hace caer en la cuenta de que el día en que ella se fuera, yo me perdería para siempre.

- No puede ser… no puede ser…- repito apoyando los codos en mis rodillas para sostener mi cabeza. Leyla se casaba, yo había estado empapada de sangre y mamá estaba a punto de dejarme en permanente cautiverio en estas cuatro paredes o peor aún, en ese horrible lugar lleno de muerte y delirio. El final de mi vida estaba a punto de llegar.
*No le des demasiadas vueltas Sanem, si haces eso tendrás otro episodio. Deberías estar emocionada.
- ¿Porque emocionada? – respondo molesta – el día en que Leyla se vaya mama me internara en ese horrible hospital. No puedo volver ahí.
*No volveremos ahí, no pienses en eso. Mañana saldremos a una fiesta por primera vez, ¿no estas emocionada? Incluso usaras un hermoso vestido…
Bajo la mirada a ver la ropa que estoy usando; mientras Leyla vestía como una muñeca yo usaba la misma ropa que mamá, ni pensar en que mi hermana me prestara algo, mamá se ponía furiosa y de todas formas no me quedaba. Mi hermana tenía un esbelto cuerpo y yo bueno, no podría usar el calificativo “delgada” para describirme.
Levanto la mirada recargándome en la ventana que esta justo a un lado de mi cama, frente a mí la imagen de dos pájaros que se acompañan en su vuelo me hace sonreír, amaba ese poster, me hacía añorar la libertad física y mental de la que jamás disfrutaría. Lo único que me gustaba de mi encierro es que tenía todo el tiempo del mundo para leer y escribir y cuando Leyla me traía flores podía hacer mis cremas, era el único entretenimiento que se me permitía, había llenado cuadernos enteros de historias, tenía montones de libros y revistas apilados que mama “rescato” no se dé dónde y los que Leyla me regalo además de varios botecitos que contenían cremas de flores silvestres que de vez en cuando podía hacer, como sea. En el encierro, aunque estuviera rodeada de oro y joyas no evitaba que por dentro estuviera ya marchita.
Cierro los ojos dejando caer mis manos a los costados, siempre estaría atrapada en la realidad claustrofóbica de mi habitación y en la locura de mi torcida mente. Había hecho algo horrible, lo presentía, si no, ¿porque estaría con las manos llenas de sangre? ¿me había convertido en una asesina? Ahora, ¿aparte de estar loca era un monstruo? Las lágrimas siguen corriendo por mis mejillas, tenía que ponerle solución a esto, no podía seguir preguntándome el que, porque, cuando y como de lo que hacía cuando estaba atrapada en esa oscuridad. Abro los ojos y los albatros siguen volando frente a mi recodándome lo que yo nunca iba a poder disfrutar.
Con cuidado, me levanto de la cama y busco mi libro preferido “Cartas a Milena”, tenía dos copias, el que leía una y otra vez y el que estaba cuidando para cuando todo fuera demasiado, había llegado el día. Despacio lo abro, le había roto las paginas para formar un pequeño hueco, ahí estaba mi pase de salida.

No se te vaya a ocurrir hablar Sanem, estarás callada todo el tiempo y siempre junto a mí. Si me desobedeces ya sabes lo que te pasara, no vamos a avergonzar a tu hermana, ella se casara con Emre y todo va a salir perfecto. No miraras a nadie, no hablaras con nadie y solo sonreirás como buena niña. ¿Entendiste?”
Las palabras queman en mi mente como in latigazo mientras mis ojos recorren todo el lugar… no sabia que el mundo podía ser tan ruidoso, tan luminoso y congregado de personas. Todo el mundo viste elegantemente, las mujeres tienen su boca pintada y sus figuras están envueltas de vestidos brillosos, los hombres llevan trajes todos iguales y sostienen a las mujeres como si fueran su soporte y ellas fueran a desvanecerse en cualquier momento ¿Por qué hacían eso? Era una de las tantas preguntas que daban vueltas en mi mente, ¿por qué tenían los ojos llenos de esa pintura brillosa, de colores o negra? Leyla solía pintarse los labios, ¿pero los ojos? Me parecía una exageración. Todos hablaban con todos, todos reían y se daban ligeros roces, sobre todo las mujeres a los hombres, ¿Por qué? Siempre se estaban tocando… ¿era realmente necesario?
- Emre, quiero presentarte a mi madre. Mevkibe Aydin – volteo al escuchar la voz de Leyla, llega con su brazo entrelazado de un hombre que va elegantemente vestido con un traje gris, corbata verde y un pañuelo en el pequeño bolsillo del pecho. Ahora veía porque le gustaba a Leyla, ella también usaba pañuelos para todo. Mamá extiende su mano y lo saluda con una cálida sonrisa.
- Es un placer señora, estaba deseando conocerla y presentarle mis respetos, pero Leyla me dijo que estaba de viaje. – Mamá sonríe como si supiera de que estaba hablando, pasa un mechón invisible por detrás de su oreja y baja la mirada. El clásico gesto de mamá cuando estaba nerviosa.
- Lo siento, mi niña necesita continuos tratamientos y tenemos que viajar a Suiza continuamente. Te agradecemos que tuvieras el gesto de invitarnos. – responde cordialmente. ¿Viajar? Jamás salíamos, mucho menos yo. Cuando hacia cosas como esta era cuando me preguntaba quien de las dos está más loca.
- Ella es mi hermana, Sanem – me presenta Leyla. Emre me da una sonrisa cálida pero algo nerviosa, quizá Leyla le había contado de mí, estira su mano para que la tome y yo respondo. Es una mano suave y grande, algo caliente pero no se siente mal. Su sonrisa se ensancha, sus ojos azules brillan al encuentro con los míos mientras agita levemente su mano con la mía. Después de un momento, me suelta.
- Señora, permítame felicitarla. Sus hijas son hermosas tal como usted. – mamá sonríe ampliamente; el abraza a Leyla otra vez y me da una mirada amable con un brillo de curiosidad. Parecía el hombre perfecto para mi hermana, era igual de estilizado y pulcro que ella, su cabello rubio perfectamente peinado, sus palabras elegantes y fluidas, era como esos hombres en las revistas que parecían de completamente fuera de lugar en un mundo tan horrible y manchado, eran el cuadro perfecto de esos que estaban en las portadas de revistas… todos sonrisas y belleza. De esos que te daban ganas de rayar, romper o estropear. Era demasiado.
- Eres muy amable – mamá toma mi mano y la aprieta. Bajo la mirada como ella me enseño y no digo una sola palabra.
- Por favor, me encantaría que conozca a mi madre – Leyla le da una gran sonrisa a Emre y este se la contesta.
- Claro, nos encantaría conocerla. Sin embargo, me gustaría pasar al tocador primero. – le pide mamá a Emre, este borra su sonrisa y se queda pensativo. Luego vuelve a sonreír.
- Por supuesto, puedo acompañarlas si gustan. – se ofrece soltando a Leyla.
- No, no no – responde mamá nerviosa – por favor no dejes a mi hija, no tendremos problema en encontrarlo y regresaremos rápido. Solo será algo de un minuto.
- Claro… - responde el con un tono de confusión. Leyla interviene y se lo lleva mientras mamá me jala con ella por unas escaleras que se ven terriblemente lisas. Mi tacón no era muy alto, pero si no tenía cuidado podría caerme.
De regreso en la ultima planta, que es por donde entramos, mamá me lleva por todo el lugar hasta donde están los baños. Todo es increíblemente cristalino y brilloso.
- Vamos Sanem, es hora – saca de su pequeño bolso negro un frasco y una pequeña botella de agua. Aprieto los labios, no tiene sentido que me niegue. Tomo la pequeña pastilla y bebo del agua de inmediato; abro la boca y saco la lengua frente a ella para que revise si la he tomado.
- Necesito ir al baño… - susurro con la cabeza gacha. Hace un sonido de frustración.
- Hazlo rápido, te esperare afuera… - se da la vuelta para estar frente al espejo, da pequeños golpes en su cabello perfectamente arreglado y sale.
De inmediato saco la pastilla de mi boca, odiaba esas cosas. Con cuidado la coloco en el pequeño medallón donde debería ir una foto y lo cierro. Levanto la vista y lo que está frente a mí me deja pasmada.
Jamás me veía en los espejos, a veces me confundían y no entendía si lo que estaba frente a mi era real o producto de mi imaginación y locura. Pero este espejo es tan… limpio, tan grande que abarca casi toda la pared y con un lindo marco que tiene pequeñas figuras entrelazadas como si quisiera asegurarte de que te ves hermosa seas quien seas. Me devuelven la mirada un par de ojos enormes color chocolate enmarcados por unas cejas perfectamente delineadas que le dan profundidad a la mirada, se ven asustados, su nariz es curiosa, sus labios son muy llenos y brillan por el suave labial que Leyla me puso, la piel de sus mejillas brilla y destaca sus rasgos. Todo el cabello esta recogido con finos mechones sueltos que hacen cosquillas en su largo cuello; el vestido cae finamente por sus curvas, es de un color gris oscuro con pequeños brillos que apenas se alcanzan a notar, nada comparado al de las otras mujeres. Esa era yo… no estaba tan mal a simple vista.
De pronto el fondo detrás de mi se empieza a desdibujar, ya no son las elegantes puertas de los baños, ahora solo hay una densa oscuridad que parece absorber todo a mi alrededor, del espejo toda la imagen de antes se borra y caen chorros de un liquido rojo sobre la mujer que me devuelve la mirada. Ya no está asustada, ahora sonríe como si hubiera ganado un maquiavélico juego y se burlara de ello, mi respiración se acelera al notar sus manos… de ellas chorrea más sangre. Tengo que salir de ahí. Me recargo en la puerta apretando los ojos como si así pudiera mantener encerrados a los demonios mentales que me perseguían, pero estos siempre van conmigo.
Al abrir los ojos espero encontrarme con los de mi madre, pero no hay nadie. Ella me había dicho que me esperaría, pero no era el caso, estaba sola en ese confuso y elegante lugar. Temblando me separo de la puerta, habíamos bajado por la escalera que esta al frente asi que la subo con cuidado sosteniendo mi vestido para no tropezar. Donde antes había mucha gente ahora estaba completamente desolado, ¿Dónde se habían ido todos? Odiaba el silencio.
*Sube la escalera, quizá estén en el piso de arriba.
Camino a la otra escalera que tiene forma de caracol y es más angosta que la otra, a mi derecha hay unas enormes puertas que se ven pesadas, pero no se escucha ningún ruido así que otra vez, con mucho cuidado, subo las escaleras que me llevan a un lugar todavía mas confuso que el anterior. Hacia donde volteo hay finas puertas dobles color rojo, se ven firmemente cerradas, pero no hay ninguna diferencia en ellas. Aprieto los costados de mi vestido tratando de controlar la ansiedad.
*No hay opción, solo abre una.
Muerdo mi labio, había 16 puertas dobles, 8 a la derecha y 8 a la izquierda, demasiadas opciones. Inhalo y exhalo eligiendo al azar esperando encontrarme a quien pudiera ayudarme; la puerta tiene una placa pequeña al costado con una enorme “D” dorada, a saber, que significaba eso. La abro, es pesada así que tengo que tener cuidado de que no se zafe de mi mano y entro. Siento como la sangre golpea mis sienes, no quería tener otro episodio; entrar a ese lugar era como entrar a mi mente, no se veía nada…
Un segundo después, una rasposa y cálida mano toma mi brazo jalándome con firmeza, pero suavidad a la vez, del movimiento surge un aroma que me deja aturdida y al siguiente segundo mi cuerpo choca con un pecho duro y fuerte. Antes de que pueda procesar que es lo que pasa, una mano me atrapa por la cintura y la otra levanta mi barbilla… … … el impacto de unos labios en los míos roba mi respiración.
Una vez, desde mi ventana había escuchado un gran estruendo, cuando me asome bien para ver de dónde había provenido un hombre bajo de un auto, maldecía y se agarraba la cabeza. Vecinos se habían acercado a él, hablaban manoteaban y hurgaban dentro de una parte del auto que tenia una tapa, pasaron largo rato de esa forma. Era fascinante verlos, había asumido que el auto se había descompuesto y no podían arreglarlo, hacían todo tipo de expresiones, a veces reían, a veces maldecían y en otras se agarraban la cabeza o se cruzaban de brazos, sin embargo, el auto no volvió a encender. Un rato después, llego otro auto, el hombre se bajo de el y todos se acercaron, abrieron el auto del hombre y sacaron unos extraños cables con unas pinzas en las puntas, conectaron ambos autos y después de unos momentos el auto que parecía muerto volvió a la vida.
Así me sentía ahora, este hombre que saboreaba mis labios como al mas suculento manjar, de alguna forma me estaba devolviendo a la vida. Un estruendo en mi cuerpo explota mis oídos, ¿Quién diría que la oscuridad fuera tan deliciosa? Toda mi sangre parece bullir por mi cuerpo a una velocidad atronadora, cientos de aleteos se extienden por mi estómago, mi mente no se siente pesada y chirriante, al contrario, por primera vez en mucho tiempo es liviana y refrescante. Como a una maquina que acaba de encenderse, todo brilla en mi otra vez.
El hombre se separa de mi con suavidad haciendo finas cosquillas con su bigote, se sentían bien, nuestros labios hacen un pequeño ruido al alejarse como si de chupar una paleta se tratara, ambos inhalamos al mismo tiempo. Tenia un olor peculiar, como a sándalo con canela y otra cosa, ¿la naturaleza? ¿el roció de la mañana? ¿la tierra mojada? ¿el viento que baila entre los pinos en el bosque? No estaba segura, pero si la libertad tenia un olor, seguro era ese. Mis pulmones dejan salir el aire entre mis labios de golpe, suspiro queriendo absorber ese delicioso olor otra vez. Cuando traro de abrir los ojos el posa ambas manos en mi cintura y vuelve a besarme.
Hace un ligero gruñido y camina hasta empujarme contra la pared, mis manos se apoyan en su pecho para sostenerme y el se adueña de mi boca como si de la ultima gota de agua del mundo se tratará. Todo su cuerpo es caliente, vibra de emoción y fuerza, lo abrazo por detrás de su cuello acercándolo de una forma imposible, yo siempre tenia frio pero el parecía a punto de explotar; sus manos trazan mi figura una y otra vez como si quisiera grabarse mi silueta con sus manos, deja ir mis labios y da sonoros y húmedos besos en la comisura de mis labios, mi mandíbula y al hueco entre mi oído y cuello donde inhala con fuerza.
- ¿Quién eres? – su voz grave rompe la burbuja tensando todo mi cuerpo. Tenia que salir de ahí.

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