Secreto de dos

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Se mecía la silla de instante a instante. Cuando iba hacia enfrente, ella se encontraba con la vista hacia el paisaje del horizonte de su pequeña casa en el campo. El porche de su casa blanca, decorado con flores, ramas, arbustos y otras plantas, resaltaba por su belleza que hacía contraste con el campo verde que rodeaba su vivienda; un lugar del cual ya había desistido en explorar, porque desde que se mudó ahí sintió que ya lo conocía a la perfección.

El camino de tierra que daba justo hacia la entrada estaba solo, brillando amarillo ese día por el sol que le daba. Ella cierra sus ojos verdosos y cruza sus brazos, suspirando en el proceso. Una inhalación mediana, un suspiro ruidoso para el más callado. Exhala, sintiendo el peso de sus decisiones en los hombros.

Él. Esa fue su decisión que le pesaba en sus hombros. El haberse enamorado de él le pesaba más de lo que le pudo haber pesado al Pípila la roca con la que se hizo famoso. Quien fuera mexicano como ella sabría qué tanta fuerza es esa.

Lo peor de todo es que ella sabía que él no iba a hacer nada al respecto si sabía de sus sentimientos. Él sólo respondería que no siente nada por ella (de lo cual ella estaba más que segura), y poco a poco dejaría de hablar con ella. Recurriría a la que sí era su mejor amiga y se quedaría con ella, dejándola a ella abandonada a su suerte. La sola idea de estar abandonado a su suerte le aterra al ser humano, usualmente. A ella no. Vivir a su suerte era la única forma que conocía de vivir.

Podía vivir sin él, eso era correcto. ¿Acaso quiere hacerlo? Pues bueno, no, pero en estos casos realmente no tienes opción. No hay nada más que esperar a que tus sentimientos mueran y puedas seguir con tu vida normal sin problemas.

Prende la radio que tiene en la mesa que está a su lado. Su merienda sigue al lado de éste, justo como la había dejado su sirvienta hace un rato. Suena de fondo una canción de desamor, perfecto para su humor de ahora.

Ella recarga su brazo izquierdo en apoyabrazos de la silla, con su cara recargada en su mano. Decide que empezará a dibujar para pasar el rato. Toma su cuaderno de dibujo y un lápiz, y comienza a hacer trazos aleatorios, esperando que la inspiración le arrase en cualquier momento. Termina concentrándose bastante, sin darse cuenta que pronto terminará ese dibujo y que el plato de su merienda ya fue retirado por la sirvienta. Toma un respiro, sintiéndose cansada por el esfuerzo, y voltea a ver el dibujo.

Un rostro. Su rostro. El rostro que la atormenta. Maldice en voz baja, con ganas de arrancar la hoja y usarla de papel de baño, sin contar que en cuanto iba a hacerlo, escucha el sonido de un carro a la distancia. Voltea otra vez hacia el camino de tierra amarillo, notando que el carro que se aproxima es la camioneta azul que le era, lastimosamente, muy familiar. Era su carro.

Se detiene a unos dos metros de su porche, y de éste sale él. Él, el intruso que no quería en su corazón, pero del cual no quiere deshacerse. Su piel morena y callosa brillaba, perlada de sudor. Llevaba una camiseta azul, abierta de los dos primeros botones, unos pantalones oscuros y unas botas café claro, como sus ojos. Caminó con la mirada siempre fija en ella, con un ramo de flores colorido en su mano. Ella se levantó de su asiento lentamente, sin prisas por atenderlo.

- Eva, tenemos que hablar- habló él con calma.

- ¿Sobre qué tenemos que hablar, Enzo? - preguntó ella con la misma calma, prestándole atención a otro dibujo que comenzó a trazar en la siguiente página.

- Sobre nosotros. Sobre... lo que somos. Desde hace tiempo he queri-

- Cállate, ¿quieres?- le interrumpió Eva.

Enzo se quedó parado en el pórtico, incrédulo a la actitud que tenía con él la que se supone que era su mejor amiga desde hace años.

- ¿Que me calle? ¿Acaso me dijiste que me calle?

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⏰ Última actualización: Mar 23, 2020 ⏰

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