II

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Yugyeom se encontraba leyendo un libro en el fondo de la clase, mientras todos los demás disfrutaban el último recreo del día en el patio. Se había escabullido en el aula una vez que todos se habían ido, con la esperanza de que no hubieran cerrado las puertas con llave; para su suerte, no lo habían hecho. Ahora solo tendría que esperar a que la campana sonara, y luego esconderse hasta que el salón estuviera completamente lleno para reaparecer mágicamente.

Había avanzado veinte páginas de Tokio Blues, por Murakami, un famoso escritor japonés que había ganado innumerables premios por sus libros. Había decidido darle una probada, pero hasta el momento no había tenido tiempo de leerlo. Se dispersaba rápido. Esta mañana, cuando ya se había despertado por completo, lo vio descansando en su biblioteca y pensó «¿por qué no?», así que ahí estaba. 

Se sobresaltó cuando escuchó la puerta abrirse, e hizo el torpe amago de esconderse detrás de su pupitre, pero se relajó al ver el rostro largo y pálido de Mark. Éste lo miró con una media sonrisa.

—Ahí estás. Te estaba buscando —cerró la puerta detrás de él y se le acercó con las manos en los bolsillos. Yugyeom se regresó a su lugar, marcando la página en la que se había quedado y dejando el libro sobre la mesa—. La directora quería hablar contigo. Jaebum se fue a casa.

—¿Eh? ¿Por qué? —frunció el ceño. Se suponía que se irían juntos, como siempre.

—Dijo que se sentía enfermo. Te dejó las llaves —extendió una mano. Las pequeñas llaves metálicas tintinearon al chocarse unas con otras. Yugyeom las tomó, suspirando.

—Gracias, Markie.

Estaba esperando poder caminar con él a la salida. Creía que ese corto trayecto juntos le serviría para disculparse por haberse comido la última bolsa de doritos que quedaba. 

—¿Estás bien? Te noto... distraído —se inclinó hacia él, analizándolo desde más cerca. Yugyeom se apresuró a asentir, porque lo que menos quería era preocuparlo por nada. 

—Eh, sí. Solo estoy un tanto cansado —le sonrió, pero Mark no parecía convencido aún—. De verdad, no tienes que preocuparte. Estoy bien.

Lo inspeccionó por unos segundos más, hasta que se rindió. Se hizo hacia atrás, suspirando. Era obvio que no estaba bien, pero no podía obligarlo a decirle si no quería.

—De acuerdo.

La tercera campana del día sonó; era la que indicaba que ya podían irse a casa. Yugyeom se apresuró a guardar todo lo que había encima de su pupitre y no esperó a que sus compañeros llegaran al salón para irse. Ni siquiera se despidió de Kyoto, «la chica de la limpieza», como algunos solían llamarla. Podría disculparse con ella el lunes.

En el camino a la salida, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Todavía no entendía el motivo de su desánimo, ¿era acaso por Jaebum? ¿Se debía a la culpa de haberse comido esa última bolsa de doritos? Se ajustó aún más la mochila sobre los hombros y bajó la cabeza cuando los alumnos comenzaron a amontonarse en el pasillo. No quería que nadie lo viera llorar.

Se secó las lágrimas cuando estaba cerca de la salida. Se sorprendió al ver que Jinyoung estaba ahí, aparentemente esperándolo. Su corazón no tardó en reaccionar al verlo.

Contrólate.

—Hola, Jin —lo saludó cuando se cruzaron. Él le devolvió el saludo y se colocó a su lado mientras caminaban, lo que hizo que su barriga doliese.

—Hey. ¿Sabes dónde está tu hermano?

Sintió una pequeña punzada de decepción en el pecho. Por supuesto que estaría esperando a su hermano y no a él. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpido de pensar lo contrario?

Heterocromía [Jingyeom]Where stories live. Discover now