III

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Cuando llegó el lunes, Yugyeom apenas tuvo las fuerzas suficientes para levantarse de la cama. Durante todo el fin de semana lo único que hizo fue quedarse en cama, ver televisión, y levantarse a buscar snacks aunque luego volviera a dejarlos en el estante, recordando las palabras que su hermano le había dicho el otro día: «no eres tú el único que vive en esta casa». Estaba intentando no olvidarlo.

A pesar de sus intentos por quedarse en casa ese día, su madre no se lo permitió por ningún motivo. Creía que solo se trataba de su hijo siendo un flojo y dormilón; pero, en realidad, Yugyeom se sentía más desanimado que otras veces. Se sentía inútil, al ver que todos sus esfuerzos por hacer las cosas bien siempre acababan en desastre. Le hacía preguntarse si realmente valía la pena siquiera intentar. Y aún así, lo hacía, porque era su única opción.

Guardó el libro de Tokio Blues en su mochila mientras se preparaba para la escuela. No se olvidaba de llevarlo, aunque se hubiera quedado estancado en la página veinte desde el viernes; le reconfortaba leerlo, ser el espectador de los obstáculos en la vida de Toru Watanabe, un adolescente clásico y antipático como él, y olvidarse de sus propios problemas. Era como ver una película. Mientras él se sumergía en el mundo de las palabras y creaba imágenes vívidas y coloridas en su cabeza, el tiempo se detenía, y sabía que siempre podría reactivarlo cuando despegara los ojos del libro. Era magia. 

Se sobresaltó al escuchar unos golpes en la puerta. Se apresuró a alisarse el cabello con el peine —aunque siempre acabara por alborotarse después—, y le abrió a quien sea que estuviera afuera. Era su madre.

—Solo quería asegurarme de que estuvieras preparándote —le dijo. Echó un vistazo del cuarto por encima de su hombro, y luego regresó a él—. Hay un muchachito esperándote afuera.

—¿Eh? —sus ojos se abrieron con sorpresa. No podía ser Jinyoung, o por lo contrario, su madre lo reconocería; tenía una muy buena memoria en cuanto a caras. No tenía idea de quién podía ser—. ¿Estás seguro de que no es algún amigo de Jaebum?

—No. Me ha preguntado específicamente por ti, Yug.

Le dijo que se apurara y lo dejó solo en el cuarto. Cualquier otro día se habría tomado las cosas con calma, pero conociendo la presencia de un desconocido en las puertas de su casa era motivo suficiente para darse prisa; se colocó un poco de corrector de ojeras, cepilló sus dientes, se colgó la mochila en los hombros y se precipitó hacia la puerta sin siquiera despedirse.

En la puerta, Mark Tuan lo esperaba con una sonrisa de comercial de Colgate.

—Oh, hola, Markie —se tomó unos segundos para recuperar el aliento. Bajar quince escalones corriendo a las apuradas sí que podía quitárselo—. ¿Cómo estás? Siento mucho haber tardado.

—De hecho, no tardaste nada —le sonrió con compasión. Se veía impecable, incluso para ser tan temprano en la mañana, como si hubiera tenido horas de anticipación para prepararse. Él jamás podría lograr eso en quince minutos—. Sé que es bastante imprevisto, pero pasé por aquí y se me ocurrió que podríamos ir a la escuela juntos. Siempre vivimos muy cerca del otro y jamás nos hemos cruzado de camino a clases.

Sintió que sus mejillas se calentaban un poco. Jamás había ido a la escuela con alguien. Las clases de Jaebum solían empezar un poco más tarde de lo normal, así que siempre se iba con Jinyoung y él solo. En la vuelta, sin embargo, siempre iban juntos, debido a que sus padres los habían obligado a hacerlo. Pero el camino de ida siempre era el más solitario de todos. Se sentía enrarecido, viendo a todos los demás acompañados por amigos o familia mientras él caminaba escoltado por su propia sombra.

Asintió con la cabeza, regalándole una sonrisa tímida, que no se comparaba en nada con la suya.

—Permiso.

Heterocromía [Jingyeom]Where stories live. Discover now