¿Qué haces aquí?

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No me merezco actualizar después de casi un año, pero tenía un capitulo en el horno y que mejor momento para publicarlo, que durante la cuarentena. Aunque no os acordéis de la historia, espero que disfrutéis leyendo un trocito de esta historia. Os he echado de menos.

Una de las noches más bonitas que había tenido, eso no lo podía negar, navegué en la silueta de Inés, como la mejor de las capitanas, surcando olas en sus caderas, y los gemidos de Inés, avisando para llegar a puerto, como el canto de las sirenas, que tan dulce y melodioso era, que te atraía hasta hundirte, atraparte y morir ahogada en los lunares de su espalda. Adentrarme en lo más profundo de sus secretos me dio la total confianza como para saber que eramos solo nosotras dos y nuestros gemidos ahogados. Bailamos un tango en tanga al compás de Carlos Gardel o con nuestras respiraciones entrecortadas de fondo, eso daba igual. Pero tan inocentes bailando los segundos que el tiempo nos daba, eróticamente nos mirábamos, encontrándonos en la otra, pero perdiéndonos, al mismo tiempo, en un agua de color marrón chocolate, como el de los ojos de Inés. Lo tenía todo, como Madrid, calles y lunares en los que perderse, sitios en los que comerse y caderas en las que olvidarse de todo.

Y ahora me encuentro tumbada en la cama, tras una cena entre obras de arte, y con Inés apoyada en mi pecho, recuperando poco a poco el aire que habíamos perdido en aquel momento de éxtasis, y por la cabeza se me pasaban mil y una preguntas, seguro que a Inés también.Y vamos que se si le pasaron porque me pregunto algo que no esperaba, no sabía que aquellas palabras fueran a salir por su boca, como misiles, como balas, como un lanzallamas, y usar la metáfora fue la mejor idea. Como le dices a una persona con la que te acabas de acostar y la acabas de invitar a cenar a uno de sus restaurantes favoritos que estaban destinados a no estar juntas porque era imposible que esto fuera a más, por tanto éramos canciones con acordes sueltos, a medio componer, porque es imposible escribirnos una canción siendo quienes somos.

Quería disfrutar de esos instantes, donde el fuego formaba parte de nuestro tiempo, donde esas cuatro paredes que nos rodeaban eran nuestra guarida, guardando secretos que solo ella y yo sabíamos y que si esas paredes hablaran, nosotras tendríamos que callar, pero Inés quiso hablar y ahora no podía dejar de pensar en el que pasaría días más tarde entre nosotras, si nos podremos saludar por los pasillos del congreso o si haremos como si no nos conociéramos.

Y antes de seguir hablando Inés se durmió en mi pecho, abrazando mi torso y con algunos mechones de pelo cubriendo su cara, los cuales, con delicadeza retiré y puse detrás de sus orejas. Con mi mano derecha, acaricié sus facciones, bordeando su rostro, como si el pecado hubiera diseñado aquella silueta para mi.

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-¿Y qué canción somos Irene? - me preguntó mientras nos preparábamos el desayuno

-La que tú quieras ser - le dije callando con un beso, aunque no volvió a decir nada más sobre esto y cambió sus palabras, su rostro no mostraba ningún tipo de convicción, pero hice como si no me hubiera dado cuenta y continué besándola lentamente, reviviendo cada uno de los segundos del día de ayer, buscando la paz que aquellos besos me proporcionaban. Y ambas continuamos dándonos guerra y paz al mismo tiempo, porque apoyadas en la encimera de la cocina continuamos compartiendo saliva. Y repitiendo los movimientos de aquella pasada noche donde vimos París y Londres, aun estando en Madrid. Donde Inés recorría cada parte de mi cuerpo con sus manos haciendo que me retorciera de placer tras el contacto de su piel y la mía. Y con un camino de besos desde su vientre hasta su cuello, haciendo parada en sus lunares y pagando peaje en aquellos que formaban una constelación, subía y bajaba con mis labios recorriendo todo su cuerpo, saboreando su vientre y en ese momento en el que Inés tomó las riendas de todo aquello, mi mente se evadió por completo eliminando todos aquellos miedos y complejos que poco a poco iban surgiendo. Éramos completamente nuestras hasta que nuestro éxtasis fue interrumpido por unas llaves que abrían la puerta de mi casa, dos vueltas que nos dieron tiempo a separarnos y actuar con la mayor normalidad posible. Esto ya lo había vivido antes pero ahora era yo la que tenía que salir de aquel marrón.

-Irene, soy Pablo - se oía mientras la puerta de abría con cuidado como para evitar no despertar a nadie, lo que él no sabía es que ya estaba despierta y no estaba sola. -¿Irene?

-Hola Pablo

-¿Qué hace aquí Inés?

-Nada, que ayer me la encontré por los pasillos del congreso y estuvimos hablando y me comentó que no tenía donde alojarse y le ofrecí mi casa.

-Encantado, soy Pablo, aunque ya nos conocemos -dijo mientras dejaba el carro con los mellizos en la entrada y se acercaba a darle dos besos a Inés, como si la excusa que anteriormente le había propuesto hubiera sido del todo convincente.

La cara de Inés era un cuadro de Munch, pero ante todo sabía guardar el tipo y actuar con total normalidad y cordialidad.

-Encantada- le contestó como si no se hubiera estado besando con su ex mujer hace escasos segundos

-He venido a dejarte a los mellizos, por si no te acordabas estos días no podía quedármelos yo

-Si, si claro, nada me hace más feliz que estar con ellos, se los presentaré a Inés, que creo que no los conoce - le dije guiñándole un ojo, ofreciéndole una mirada cómplice de la que ella y yo sólo sabíamos el porqué. No es la primera vez que Inés están en esta casa ni, la primera vez que veía a los mellizos, tampoco la primera vez que nos pillaban en mitad de un beso.

-Muchas gracias, Irene, me voy ya, cuídate y nos vemos. -me dijo Pablo mientras me cogía la mano derecha, y con la izquierda me hacía una pequeña caricia en la cara que se traducía en un pequeño té quiero y un beso en la mejilla, quizás un poco más frío pero con la dulzura que Pablo desprendía tras de sí.

-Adiós cariño - le dije y es lo único que salió de mi boca porque mis gestos no hicieron nada para devolverle la muestra de cariño. Inés a mi costado, se sorprendía un poco por aquella confianza que Pablo y yo teníamos.

-¿Pero tú y Pablo no lo habíais dejado?

-Si, pero nos llevamos genial, no tenemos ningún problema y podemos confiar muchísimo en nosotros, además por los niños y todo eso,es más cómodo una relación así.

Y cambio de tema rápidamente porque sabía que aquella confianza de la que yo hablaba a Inés no le llegaba a gustar del todo, pero tenía que acepta aquella realidad que habían decidido vivir.

"¿Por qué nos tienen que interrumpir cada vez que nos besamos?" dijo entre risas

-No quieren vernos juntas - añadí a sus palabras, acompañando aquella escena con un tierno beso en los labios mientras que mis manos rodeaban por debajo de la blusa de Inés y muy lentamente, la cintura de la catalana, notando como aquella espalda se arqueaba por culpa de un escalofrío producido por el contacto de nuestras pieles.

-Esto delante de los niños no, ay Irene por favor

Ambas reímos, como si no hubiera mañana, disfrutamos de cada uno de los segundos que estábamos viviendo juntas por si mañana teníamos que ponerle punto y final a todo esto, y nos fundimos, otra vez, en un largo beso, que terminó con ambas cogidas de la mano y yendo a por Leo y Manuel, que dormían plácidamente en el carro en el que Pablo les había traído.

Yo cogí en brazos a Leo, e Inés cogió a Manuel, sentía debilidad por él, y el pequeño parecía adorar a aquella mujer que había aparecido de repente en nuestras vidas, ya que dejaba que Inés le abrazase y apoyaba su cabecita en el hombro de Inés, aquella escena, era digna de enmarcar porque en nuestras frentes se había grabado la palabra familia.

-Tendremos que buscar un sitio en el que nadie pueda abrirnos la puerta sin avisar, un sitio donde no tengamos que depender de pestillos.

Y aquellas palabras de Inés despertaron en mí una idea la cual, llevar a cabo, donde nadie nos interrumpiría, donde podríamos ser nosotras, nuestras respiraciones y gemidos. Pedirle tiempo muerto al día para poder vivirnos.

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⏰ Last updated: Mar 25, 2020 ⏰

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