2. LA FAMILIA HAMILTON

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2. LA FAMILIA HAMILTON

Abbi.

Me miré al espejo observando las exigencias de mi hermana. Tenía puesto un vestido color crema, pegado al cuerpo marcando mis curvas. Era demasiado corto para mi gusto, pero según Ash, me vería estupenda. Los tacones también eran otro nivel, demasiado altos. Si me rompía la cara sería el fin del linaje real, o como sea que le llamen. Mi hermana creía que era una sorpresa quién sería mi futuro esposo. Ella no lo sabía, pero yo sí.

Sabía quién era. No podía creerlo cuando escuché a mi padre hablar con el señor Hamilton. Me negaba a pensar que mi papá era capaz de emparentarme con un chico que durante toda mi época estudiantil en The Royal Academy, no hizo más que molestarme, jalarme el pelo y escupir en mis cosas. Lo odiaba y odiaba que fuera él.

William Hamilton, había matado mis ilusiones de pequeña, era cruel, era muy cruel. Lo peor de todo, lo amaba desde el primer jalón de pelo en segundo grado. Había aprendido a crecer con esos subidos. Me convirtieron en la mujer que era ahora, fuerte.

Observé mi imagen una vez más. El cabello me caía en ondas recogido en media cola. Me negué a pintármelo. Mucho hice cortando las puntas y aflojando el moño que usaba de costumbre. Me quité las gafas que usaba más por costumbre que por necesidad. Tenía las cejas depiladas al igual que todas las piernas y brazos. No era una modelo de revista como todas en la élite. Solo era yo. Recordé lo que mi amiga Mary me dijo antes de que me separaran de su lado en Estados Unidos. «La libertad de elegir tu futuro está en tus manos, solo tienes que demostrarles lo que eres capaz de ser», iba a volverme en lo que William quería y luego lo haría sufrir como nunca. Le enseñaría lo doloroso que era estar enamorado de alguien que no te deseaba, de alguien que no te quería.

—Abigail —me llamó mi madre. Era la hora. Esto sería una tortura.

Bajé con toda la elegancia que pude para aparentar que todo estaba bien. No les iba a admitir que me estaba cagando del miedo. Mamá jamás aceptaría que esto pasara, que arruinara todo por mi resentimiento que guardaba dentro. Connor, el novio de mi hermana estaba en la planta baja sosteniendo la mano de mi hermana. Al parecer, el sí sabía que sería William, su mejor amigo era Paul, el hermano de Will. Me retorcí las manos viendo cómo me observaba de pies a cabeza. Él era una mierda con mi hermana, los dos se querían y odiaban al mismo tiempo. Mi hermana se dedicaba a complacerlo y lucir lo mejor posible para que él la aceptara. Sin embargo, le seguía siendo infiel ante los ojos de mi hermana. Ella siempre lo perdonaba con la excusa de «Cuando nos casemos será diferente», tengo una noticia para todos aquellos que creen que las personas cambian.

¡Nunca lo hacen!

¿Qué tan difícil puede ser aceptar que la persona nunca cambia?

Lo vi soltar un soplido exagerado, sabía que mi hermana se había esforzado en dejarme lo mejor posible, pero... Bueno, no funcionó como todos esperaban. No quería que el cambio fuera inmediato. William tenía que creer que no era nada de lo que él esperaba y de pronto ¡BAM! Sería la modelo que todos en la élite soñaban con tener. Era un plan absurdo, lo sé... De todas formas, solo tengo veinte años. No soy tan madura como mis padres o el mundo quieren que sea. Me falta un largo camino que recorrer antes de eso.

—Deja de verme de ese modo —le saqué el dedo de en medio.

—A tu hombre le va a dar un ataque, tienes buen cuerpo, pero —negó con la cabeza— pudiste ponerte algo mejor para esta noche, ¿no crees?

—¿No te gusta? —mi hermana parecía decepcionada—. Se ve... bien.

—Si bien como una buena prostituta —levanté mis piernas—, ¿puedo ponerme mi vestido? —realmente no quería llevar esta cosa tan corta. Mamá asintió con la cabeza al tiempo que salía corriendo a colocarme el vestido que sabía era el indicado. Momentos después bajé con un vestido color crema —igual al otro—, solo que encima del vestido corto, tenía una capa brillante de tela transparente que llegaba al suelo. No quería mostrar mis piernas, no aún.

Connor levantó las cejas y sonrió. Sabía que esto era mucho mejor que el diminuto vestido de mi hermana. Dándole una señal de «te lo dije» salí de la habitación para caminar al automóvil.

Estaba asustada hasta la muerte. Este sería el principio de una nueva vida que no quería vivir.

Llegamos a la mansión de los Hamilton, después que nuestro chofer se identificara en la entrada. Recorrimos los jardines de la mansión, eran absurdamente grandes. Imagino que de día tienen que ser hermosos. No recuerdo mucho de la mansión Hamilton, era muy pequeña cuando veníamos a jugar. Bueno, mi hermana jugaba con todos los chicos y yo me escondía de ellos para que no jalaran mi pelo o me pegaran algún chicle masticado.

—¡William! —gritó mi hermana dando pequeños aplausos—. ¡Tu agapi es William! —repetí en mi cabeza «agapi», el modo en que llamábamos a este arreglo. Venía del griego, significaba amor. Lo único que todos nosotros no sentíamos era amor. ¿Quién podía sentirlo cuando te obligaban a amar?

—Sí —susurré—, William.

Entramos saludando a los Hamilton, con la cortesía que mis padres me habían enseñado. La madre de William, Janette Hamilton, no dejaba de alagar mi vestido, mi peinado, incluso mis uñas falsas. Ya veremos qué opina el día que estas cosas plásticas se caigan y las uñas queden horribles. Me las observé un minuto. Ya quisiera tener estas uñas eternamente, pero sabía que solo cegarían las mías reales.

—Mi pequeño no tarda en venir a casa, está en... —la madre divagó unos momentos decidiendo qué decirnos. Sabía que tenía una cita con la chica rubia, los vi besándose en el centro comercial. Una parte de mí lo había odiado, la otra, me alentaba a seguir con este absurdo plan.

—Tiene una cita, lo sé. Lo vimos hace unas... ¡Ouch! —grité al sentir el pellizco de mi hermana. Era una maldita dulce. Le di un empujón antes de encarar a mi futura suegra.

—Ese cabrón salió con Lulu —su hermano Paul soltó una carcajada junto a Connor.

—¡Dios mío! ¿Acaso no te enseño modales? —preguntó Janette—. Discúlpate, querido.

En ese instante escuchamos un rechinido de llantas. Me puse tensa, sabía que era William intentando llegar a tiempo, todas las miradas se fijaron en la puerta de entrada. No quería ni siquiera imaginarlo con la misma ropa que hace unas horas. Ni siquiera le daría tiempo de cambiarse para estar «presentable». Qué típico de él.

Entró corriendo quedándose estático en la puerta. La madre sacó el aire muy despacio, seguro se estaba conteniendo de pegar gritos. Lo primero que distinguí fueron sus ojos azul cielo observando todo el salón. Estaba confundido y a la vez nervioso. Finalmente, me ubicó parada junto a su madre. Le sostuve la mirada viendo cómo abría la boca. Inhaló profundo, cambió la mirada a mi hermana, a mi padre, a mi madre, a Connor, a su familia antes de regresar a mí. Negó con la cabeza.

—Tiene que ser una broma, ¿ella? —me señaló. Me mordí el labio conteniendo las ganas de llorar. Ya sabía que sería así, pero no esperé que doliera tanto.

—Tampoco estoy muy contenta —susurré con la voz entrecortada. No puedo llorar, no frente a él.

—No —dijo negando otra vez—. No puede ser ella, yo no... Amm, papá, no puedes. No ella.

—Hijo, compórtate, no es el momento ni el...

—Déjelo estar —interrumpí dándoles una sonrisa—. ¿Cenaremos o solo nos presentaremos? De cualquier modo, debo ir al baño. Con permiso.

Les lancé una última sonrisa esperando a que la chica con la bandeja me indicara dónde estaba el baño. Cerré la puerta derrumbándome como una tonta. Sabía que iba a ser así, ¿entonces por qué dolía tanto? Estaba acostumbrada a ser rechazada por la gente, incluso por mi hermana.

¿Por qué me dolía?

Debería de ser fuerte, me preparé para ser fuerte. Sabía que me veía hermosa, trabajé con la psicóloga del instituto por cinco años para no dejarme vencer por mi mala autoestima. De verdad que las cosas no iban a salir ni un poco como las planeé. Jamás serían de ese modo.

TENÍAS QUE SER TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora