26. EL GRAN ERROR

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26. EL GRAN ERROR

Abbi

Me bajé del avión aún medio dormida. Fue un viaje largo con varias paradas no tan agradables. Me encantaba estar rondando por los aeropuertos, era como un vicio. Las tiendas, la gente jalando sus maletas. Todo era perfecto hasta cierto punto. Las despedidas, las lágrimas, las alegrías, los reencuentros. Sí, definitivamente me gustaban los aeropuertos. Esperé mi maleta con el resto de la gente normal. Cuando viajábamos con mamá y papá era totalmente distinto. Las maletas llegaban directo a casa. No había colas ni trato normal. Solo de primera.

Al momento que las puertas se abrieron, escuché un par de gritos de loca. Levanté la vista para ver a Mary dando saltos. Solté las maletas y salí a abrazarla. Joder, cómo la había extrañado. Me llevó menos de cinco segundos darme cuenta de que había subido unas cinco libras. Se encogió de hombros.

—Las galletas me tienen entretenida —me regaló su sonrisa dulce que empalagaba. Esa era mi amiga—. No esperes bajar de peso en estos días. Vas a comer, beber y disfrutar de tu amiga.

No estaba segura de lo de beber, pero sí podría comer hasta comerme todo Washington. Estaba cansada del buen trato de todo. De ser la perfecta niña que todos admiraban, me ha costado muchísimo ser parte de la élite, al menos aceptada por ellos. Nunca fui la chica linda, la agradable, la popular... Ninguna de ellas encajaba en mi posición. Yo era Abbi, la que nadie aceptaba y punto. Harry me hizo el favor de acordarme eso hace tres días.

—Quita esa cara larga Abigail —me tomó del hombro Mary—. ¿Qué quieres hacer primero?

Lo pensé, lo pensé y lo seguí pensando. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Metí mi maleta en su convertible rojo. Seguía igual que siempre, parecía el carro de Barbie Malibu. Observé lo mal que estaba parqueado. Negué con la cabeza pensando que había cosas en este mundo que nunca cambiaban. Su forma de manejar era una.

—Necesito que me lleves a una maldita farmacia, luego vayamos a tu casa y dependiendo qué diga esa maldita prueba, podemos hacer planes.

—¡Mierda! —gritó Mary soltando la maleta—. No me digas que también tienes retraso.

¿También? La miré fijamente una fracción de segundos y asintió con la cabeza contando que hace casi un mes que no le viene. ¡Un mes! Y yo estoy preocupada por una semana. ¡Maldición! ¿Cómo ha podido aguantar todo este tiempo? Tener un retraso de un mes no es nada normal. Me metí a una discusión eterna acerca de lo descuidada que había sido. Le pregunté acerca de métodos anticonceptivos y si sabía para qué servían.

—¡Condón! —dije elevando la voz—. ¿Sabes para qué sirve? ¡Para no tener un puto bebe!

—Contrólate, Abbi. Por lo visto tú tampoco sabías para qué sirven, señorita tengo-una-semana-de-retraso Sheperd. Además, no puedes juzgarme de ese modo. No sabes las causas del embarazo, si es que lo estoy.

Ni idea si lo estaba o no, pero en cierto punto tenía razón. Yo había sido la descuidada. Dejé que acabara en mi interior sin ninguna maldita protección. ¿Qué diablos esperaba? ¿Infertilidad?

—Ven, vamos y salgamos de esta duda —dijo aparcando frente a la farmacia.

Compramos dos pruebas, las pagamos y salimos a toda prisa. Mary sabía que si yo estaba embarazada solo podía ser de Will, pero si ella estaba embarazada, ¿quién de todos sería el papá? No quise preguntar y dejarla avergonzada por lo que me aguanté las ganas de preguntar.

Llegamos aparcando en uno de los estacionamientos cerca de los ascensores. Su casa era grande y moderna, con balcón amplio y vista preciosa. Sus padres no estaban, era obvio que nunca estaban. Su madre tenía una vida social muy activa y su padre se la pasaba en el PARLACEN todo el tiempo. Su hermanito crecía con la niñera y su hermana de diez era tan insoportable que no me tomé el tiempo de preguntar por ella.

TENÍAS QUE SER TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora