7: El elemento natural.

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—¿Sabes dónde están tus padres? —le preguntó la oficial, Meghan, al niño de seis años que se encontraba en la sala de emergencias del hospital de Utheng—. ¿Cuál es tu nombre, cariño?

El niño, aún acurrucado de forma fetal en el pequeño sofá endurecido, comenzó a derramar lágrima tras lágrima, sin decir ni una palabra siquiera.

Los oficiales que se encontraban viendo la escena, se conmovieron por la actitud del niño. Su madre, María, había desaparecido hacía veintiséis horas de su casa, y su padre no se reportaba por ningún lado.

Doña Carmen, la dueña de la casa de al lado, dio aviso a la policía sobre gritos y golpes extremadamente fuertes y violentos provenientes de la casa vecina. Ahora se encontraba declarando en la estación de policías.

La oficial se le acercó, se puso de cuclillas y le pasó un pañuelo para aquellas gotas que caían sin cesar.

—Dave —fue lo único que salió de sus delgados labios rosáceos.

Las lágrimas no lo dejaban continuar.

Cuando él estiró su mano para agarrar el pañuelo ofrecido, la oficial pudo ver algo raro en sus manos. Éstas estaban lastimadas, no tenían sangre, pero las cicatrices se podían ver con claridad.

Meghan supuso, por las marcas tan sobresalientes de su piel, que sufría abuso físico. Se preocupó mucho más, entonces, porque la madre también podía estarlo.

—Debemos encontrar a tu madre, Dave.

Aún con pequeños sollozos, el niño volvió a hablar.

—No —resopló y se acomodó en el sofá—. Dave llevó a mamá al bosque. Mi nombre es James.

Todos los oficiales comenzaron a circular con prisa. Ya tenían una pista: el bosque. Y como en todos los casos, el rango de búsqueda era muy incierto. Las hectáreas de los descampados y los arbolados inhabitables de Utheng eran muchas.

—¿Estás muy seguro de eso? —le preguntó, Meghan, dudando de él.

¿Cómo se le puede creer a un niño de seis años, con posibles abusos físicos y mentales?

El niño asintió repetidas veces mientras sorbía su nariz.

—Bien, James, encontraremos a tu madre. Lo prometemos.

La oficial quiso levantarse, pero el niño la tomó del brazo. Esto la asustó en el momento.

—Puedo guiarlos. Sé dónde es.

Los oficiales lo discutieron durante unos minutos ya que era inapropiado llevar al niño con ellos, pero esa era la única forma de encontrarla a tiempo y, tal vez, a salvo.

Siete patrullas salieron de la estación, dos de ellas venían del pueblo vecino. Todos buscaban por el bosque, incluso, los alrededores.

James iba en la parte trasera del automóvil, junto a Meghan y su compañero Jeff.

La noche había caído y la lluvia aumentaba. Un huracán estaba próximo, según el canal de meteorología había anunciado.

Pasados diez minutos, adentrándose por un camino angosto en el bosque, vieron una luz, proveniente de una pequeña cabaña de madera. Esta se veía vieja y mal hecha. Muy descuidada, con deterioro y musgo por todas partes.

La patrulla fue estacionada y los dos oficiales salieron de ella.

—No puedo dejar que la encuentren —murmuró James.

Los oficiales oyeron la puerta del auto abrirse con fuerza y no entendían cómo había sido posible si es que le habían trabado la puerta al niño para que éste no entre en una posible escena del crimen.

—¡James, vuelve adentro! —le gritó Jeff—. Te enfermarás, vamos. No puedes venir.

La oficial Meghan se acercó a Jeff con pasos quietos, avanzó lento hacia él y lo tomó por el brazo con cuidado.

Inconscientemente, las manos de James habían comenzado a brillar. Allí donde estaban las cicatrices, parecía que salían rayos de sol, incluso pequeñas llamas de fuego.

La lluvia no combatía a su opuesto.

Ambos oficiales mantenían la cara de asombro y preocupación. No podían creerlo, se estaban enfrentando a uno de los cuatro elementos que habían aparecido en Utheng. Habían estado haciendo un seguimiento las últimas semanas. Dos de ellos ya habían sido capturados y encerrados en un laboratorio, cerca de Mynster, junto a otras criaturas.

Ahora, se encontraban en el medio de la nada, sin refuerzos, sin escape.

—¡Está bien, cariño! ¡No queremos herirte! —exclamó Meghan, en afán de tranquilizar al elemento.

Nunca creyeron que uno de ellos pudiese ser un niño.

De la cabaña, la luz brillante seguía saliendo, disparándose por todos lados.

—¡Ya lo hicieron! —gritó James, y las llamas en sus manos aumentaron—. ¡Nos han hecho mucho daño!

Sus ojos se tornaron rojos y sus pies levitaban lentamente del suelo.

—¡No somos como ellos! —exclamó ella—. ¡Te ayudaremos!

El cuerpo le temblaba, si bien tenía información escasa sobre ellos, no tenía idea de cómo atrapar a uno.

Entonces Meghan comenzó a atar cabos. Doña Carmen había dicho que escuchaba golpes en la casa y que los veía amanecer con las luces encendidas.

—¡Ustedes son peores! —exclamó el niño.

Los elementos faltantes eran el fuego y el aire, al menos en el pueblo de Utheng, y si de James salían tales poderes, entonces sus padres eran los dos restantes.

—Entonces pueden aparearse y sus poderes se transmutan a las crías...—murmuró Meghan, tratando de darse una explicación lógica.

La casa, detrás de los oficiales, explotó, causando un gran desastre.

Luego del estallido, lo único que se escuchó fue un grito ensordecedor.

—¡No! —gritó James, antes de desplomarse sobre el suelo.

Los oficiales aprovecharon para acercarse al cuerpo del niño. Jeff, al ver que éste no respondía, corrió hacia la patrulla y se subió en el asiento del conductor.

—¡No podemos dejarlo solo! —le regañó, Meghan, desde la ventanilla del acompañante.

Frente al automóvil, una multitud de gente, vestidas con túnicas blancas, se acercaron al niño.

—No está solo —habló, quien parecía ser el líder, con los ojos flamantes de un color turquesa eléctrico—. Ninguno lo está.

(N/A. Género fantástico/maravilloso).

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¡Gracias por leer!

By Jess G.

By Jess G

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ADCYF: El guardián del laberinto.Where stories live. Discover now