Capítulo 11

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—Levanta, Ross. ¡Ahora!

Abrí los ojos torpemente y solté un gruñido cuando noté que alguien me sacudía el hombro y, automáticamente, me caía al suelo. Tardé unos segundos —incluso al abrir los ojos—, en darme cuenta de dónde estaba. En casa. En el sofá.

Y Will estaba de brazos cruzados, mirándome fijamente.

—¿Qué...? —empecé, con la garganta seca.

—¿Se puede saber qué coño te pasa?

Dejé de frotarme la cara al instante, sorprendido.

¿Will diciendo palabrotas?

Vale, no sabía qué había hecho, pero definitivamente era algo grave.

—No me mires así —me espetó, y me lanzó algo al pecho.

Lo recogí impulsivamente y no necesité mirar abajo para darme cuenta de qué era. Una de mis bolsitas.

Mierda.

—¿Otra vez? —me espetó, y realmente estaba furioso—. ¿Cuándo empezaste otra vez, Ross? ¿En Francia?

Suspiré y negué con la cabeza. Todavía estaba sentado en el suelo como un idiota. Y me dolía la cabeza.

Bueno, ahora también me dolía el culo por haberme caído al suelo.

—No —murmuré cuando vi que no reaccionaba.

—¿Entonces? —insistió bruscamente.

—Yo... eh... hace poco.

—¿Cuándo? —repitió.

—En... en mi cumpleaños.

Hubo un momento de silencio.

La verdad es que odiaba que Will se enfadara. Era siempre tan tranquilo que enfadarlo significaba que realmente habías sobrepasado el límite.

—Eso son varios meses, Ross —me dijo en voz baja.

—¿Y qué? ¿Te hubieras puesto más contento si te lo hubiera dicho al instante?

—¡Si me lo hubieras dicho al instante, sería más fácil dejarlo!

—¿Y qué te hace pensar que quiero dejarlo?

Supe que había dicho justo lo contrario a lo que quería oír en cuanto vi su cara.

En realidad, no había visto enfadado a Will muchas veces en mi vida. Como mucho, irritado, pero enfadado... bueno, era difícil conseguirlo.

Aunque, claro, yo tenía un don para sacar de quicio a la gente.

Se acercó a mí y se puso en cuclillas, mirándome fijamente. Apreté los labios cuando me quitó la bolsita de las manos y me al enseñó.

Will tenía un verdadero don para hacerme sentir como un niño pequeño que se había metido en un problema.

—¿Te acuerdas de la última vez que tomaste esto? —me preguntó bruscamente—. Porque yo sí me acuerdo, Ross.

—No eres mi padre, Will. No te comportes como si lo fueras.

—No, soy tu amigo. Y ya va siendo hora de que alguien te diga las cosas como son.

Eso, eso.

Genial, incluso mi conciencia estaba de parte del maldito listillo de Will.

Lo aparté y me puse de pie torpemente. La cabeza me seguía dando vueltas y estaba empezando a sentir el característico dolor en la parte trasera de la cabeza que sabía que solo sentía cuando necesitaba otra de esas bolsitas. 

Tres mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora