Epilogus

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Otoño.

Si había algo que a Jimin le gustaba mucho, eran las tardes de otoño. Los árboles con sus hojas cafés y el canto de los pájaros eran una melodía para sus oídos, a su animal le encantaba demasiado también. Mirar el paisaje castaño en frente suyo lo hizo sonreír y soltar un suspiro de alivio, todo esto era una caricia para su alma y el aroma que fluía a través del bosque fue una delicia para sus sentidos.

El aurum sujetó fuerte la pequeña mano de su hija, Hanbyeol, de apenas ocho años de edad y acarició la cabecita de Haneul¹ en su pecho; el bebé de cinco meses movía ansioso sus manitas mirando a su alrededor, después de todo era la segunda vez que el cachorro venía a la montaña de su padre. Jimin cargaba una mochila en su espalda con todas las cosas necesarias para el niño y su hija llevaba un bolso con todos los juguetes que trajo para jugar con los demás cachorros de la manada Jeon. Sonrió feliz y siguieron caminando por el gran sendero colorado lleno de hojas cafés que llevaba hasta la cima del macizo donde su compañero protegía la colonia desde allí, ya que debajo estaba el gigantesco prado donde los lobos solían reunirse para divertirse.

—Papi, ¿crees que papá se molestará si interrumpimos su trabajo? — Hanbyeol le preguntó. Jimin se giró a mirarla y notó esos pequeños ojitos de ciervos, detrás de las gafas rosadas, llenos de incertidumbre.

—Por supuesto que no lo hará — le respondió en una sonrisa. La niña de cabello azabache y atado a dos coletas, le sonrió feliz. Su tiara plateada brillando como una estrella —. Papá estará feliz de verlos.

—¡Entonces vamos! — Hanbyeol comenzó a caminar más rápido y tiró de él tan fuerte, que Jimin casi se tropezó con las rocas.

El dorado embozó sus labios gruesos en una sonrisa feliz y negó con la cabeza gracioso, dejándose llevar por la pequeña. Maldita sea, Jimin quería mucho a su hija y era con quien más tiempo pasaba de sus tres hijos. A diferencia de Manwol que era el vivo retrato de Jungkook, Hanbyeol era su copia perfecta tanto físicamente como psicológicamente. Ella era una niña muy inteligente y le gustaba pasar tiempo en la ciudad mirando a los automóviles mientras escuchaba el bullicio de las personas atareadas, no le gustaba convertirse en una lobuna porque decía que no le gustaba su parte animal; definitivamente prefería ser una humana común y corriente como lo eran sus amigas y compañeros en la escuela. Jimin la entendía, porque él también era igual a ella. Como lo dije, Jimin y Hanbyeol eran idénticos.

Una vez que llegaron hasta la cima y los árboles comenzaron a desaparecer para ser remplazados por el cielo celeste de otoño, visualizaron al alfa argentum sentado en la horilla de la colina mirando hacia la pradera con una sonrisa gigante, su espalda ancha desnuda y el taparrabos de pelos blancos cubriendo su intimidad, su cabello pelinegro bailando ante el viento fresco de la tarde. Podían pasar muchos años más, pero Jungkook nunca envejecería y seguiría pareciendo el mismo muchacho de veintidós años que Jimin conoció. Eso era una ventaja de ser un lobo cambiaformas y alfa, la vejez era lenta en ellos. Mucho más lo era en Jimin, que seguía luciendo como el cansado ingeniero de veinticuatro años de edad.

—¡Papá! — Hanbyeol inmediatamente se soltó de su agarre y comenzó a correr en dirección de su padre.

El rubio vio como el argentum se giraba sorprendido y recibía a su hija en un abrazo de oso. Jimin soltó una risa y rodeó sus dos manos en el pequeñito cuerpito de Haneul, se acercó a ellos con una sonrisa.

—¡Te extrañé mucho, papá! — soltó la niña feliz abrazando a su padre. Jungkook apenas podía respirar y soltó una risa alejándola un poco.

—¿Qué dices Hanbyeol? Sólo fueron dos días — el argentum le respondió mientras le acomodaba los lentes que se había corrido de su nariz.

Aurum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora