-Todo está bien Emilio- le susurré -vamos a casa.
Emilio exhaló profundamente y terminamos el recorrido hacia su camioneta. La lluvia había bajado de intensidad, pero ya estábamos completamente mojados.
Coloqué a Emilio dentro de su coche, pero ahora él se encontraba en el asiento del copiloto. El sueño estaba a punto de vencerlo; ahora parecía tan sereno, con sus lindos ojos cerrados y esos pequeños mechones rizados de pelo húmedos que jugueteaban en su frente. Definitivamente, estaba ebrio, pero por alguna razón no podía dejar de preguntarme: ¿Por qué habría bebido si no suele hacerlo? ¿Sería por María o por...? No, no debía sacar conjeturas apresuradas. Prendí el motor y Emilio abrió los ojos levemente. Me miró directamente a los ojos, y yo le sostuve la mirada. En sus ojos ya no vi tristeza ni furia, ahora parecían ser otros, unos nuevos, o tal vez eran los mismos pero más serenos, llenos de paz; la mirada que me dedicó en aquel instante fue llena de ternura.
En su rostro se formó una leve sonrisa, y sus párpados se rindieron finalmente, privándome de aquella mirada, de aquellos ojos preciosos que había aprendido a necesitar.
Puse en marcha el coche, en medio de la noche, con la lluvia casi como rocío matutino. Le había dicho a Emilio que lo llevaría de regreso a su casa; sin embargo, no tenía la más mínima idea de dónde era. Mi casa no estaba muy lejos. Tendría que llevar a Emilio allí. No faltaba mucho para que amaneciera, intentaría bajarle la borrachera y que me diera su dirección o que estuviera lo suficientemente sobrio para regresar solo a su casa.
...
Emilio- le dije estacionando en la entrada de mi casa- Emi... -volví a insistir moviéndolo del hombro- ya llegamos.
Él solo gruño levemente y giró su cabeza del lado opuesto.
-No seas así Emilio-me quejé-¿me harás cargarte de nuevo?-tomé su silencio como un "sí"- de acuerdo, al menos deberías perdonarme el reporte- bufé y bajé de la camioneta. Abrí la puerta del copiloto y acomodé nuevamente a Emilio en mi hombro para poder ayudarlo a entrar a la casa.
-¡Como pesas!- le dije, pero él parecía no escucharme. Solo balbuceaba unas palabras que no llegué a comprender. Ahora sí, los botines se estaban convirtiendo en mi peor pesadilla. Como pude, logré llegar hasta la sala de estar. Ambos estábamos húmedos; mi cabello escurría y la ropa de él estaba completamente mojada. Debería subir a cambiarme o cogería un resfriado.
Deje a Emilio en el sofá más grande y subí a mi habitación lo más rápido que pude, me deshice de mi ropa húmeda, tome una ducha "express" y me puse mi pijama. Mi cama lucía tan reconfortante... la noche anterior había soñado con Emilio. Compramos juntos, fui a su fiesta de cumpleaños, había conocido a sus amigos y a la zorr... chica, si, a ella, quien le había roto el corazón, discutimos, lo rescaté de un bar, se había quebrado por completo y ahora estaba en mi sofá durmiendo.
Entonces, una especie de inquietud llegó a mí. Yo ya estaba limpio y con ropa seca, dispuesto a tumbarme en mi suave cama, enrollarme con mis sábanas y descansar, mientras Emilio seguía con su ropa mojada, solo, triste e incómodo en el sofá.
Salí de mi cuarto y me dirigí a la habitación de mi papá. Saqué una de sus tantas camisetas blancas cuello V que tenía en el cajón de su armario, una toalla y un pantaloncillo tipo pijama. Me dirigí abajo y Emilio seguía en la misma postura en la que lo dejé. Me paré a su lado y tomé un respiro profundo.
-Esto es muy inapropiado... pero no puedo dejarte con esa ropa mojada.
Sentí mis mejillas arder. Senté a Emilio, quien parecía un muñeco de trapo, y comencé a desabotonar su camiseta, botón por botón. Mi cara ardía más y más. Lentamente, su torso quedó descubierto. Era torneado y definido, no exagerado, era... cautivador
Sacudí mi cabeza intentando controlar mis hormonas. Tomé la toalla y sequé el torso de Emilio. Cuando estuvo seco, le coloqué la camiseta, la cual llenaba a la perfección. Ahora debía deshacerme de sus pantalones húmedos y colocarle los secos. Comencé por el cinturón, luego el botón y, al final, con manos temblorosas, la cremallera.
Me separé y tomé un respiro. Parecía una anciana anticuada cometiendo un pecado. Mis intenciones eran sinceras; quería dejar a Emilio en ropa seca porque no deseaba que enfermara, pero no voy a negar que me ponía nervioso. Ese hombre era mi profesor, pero eso no le quitaba lo bello.
-Emilio, si alguien entrara por esa puerta en este momento... esto luciría muy mal- Le quité el pantalón y cerré los ojos. Tomé a ciegas el pantaloncillo y comencé a ponérselo, mientras mi conciencia me decía que estaba actuando como el rey de los ñoños. Finalmente, terminé de vestir a Emilio. El color de mis mejillas aún no desaparecía. Era una noche fresca, pero sentí que mi frente se había perlado con gotas de sudor.
-María - susurró Emilio. El corazón se me encogió y un nudo se formó en mi estómago.
-María no está aquí, Emi- Me di cuenta de lo cortada que sonó mi voz, como cuando estás a punto de llorar. No, otra vez no.
-María- se quejó- yo te amaba tanto...
Una lágrima se escurrió por mi rostro. Exhalé fuertemente, ¿qué más podía hacer? Lo ayudé a incorporarse. No quería dejarlo solo, durmiendo en el sofá. Creí que, para cuando recuperara la sobriedad, necesitaría muchas explicaciones de los últimos hechos. Me dirigí a las escaleras; en ese momento, odié a aquellos diecisiete escalones. Emilio me apoyaba poco; era como caminar con un muñeco de trapo, uno muy pesado por cierto. Como pude, abrí la puerta de mi cuarto con Emilio básicamente a cuestas. Me paré al lado de mi cama y lo dejé caer en ella. Fue entonces cuando perdí el equilibrio y caí encima de Emilio, quien me rodeó con sus torneados brazos y me apretó fuertemente, logrando que todo mi cuerpo se estremeciera, quedando a escasos centímetros de su rostro. Mi corazón latía tan rápido que creí que se me saldría del pecho. Sentía el peligro, como si estuviese jugando con fuego, era una trampa mortal, una trampa en la que caía con tal facilidad que me aterraba. Intenté liberarme, pero Emilio me acercó más a él, abrió los ojos a medias y sonrió.
-Joaquín- susurró suavemente- no sé qué me hiciste que ahora siento que si te pierdo, me pierdo a mí mismo- cerré los ojos, escuchando lo mismo que hacía unos instantes me había dicho bajo la lluvia. Sus brazos se cerraron por completo alrededor mío. Entonces dejé de luchar y acurruqué mi cabeza en él. Estaba tan cansado y sus brazos eran tan reconfortantes, me hacían sentir seguro, como si aquella trampa mortal, aquel traicionero camino, fuera la mejor opción. Todo mi ser racional me decía que era una locura, pero la verdadera locura era que amaba todo esto.