La hormiga reina y su hormiguero.

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De un momento a otro y con intermitencias, las luces de la habitación se encendieron.

Al menos ya no necesitaría la linterna.

El Señor en un movimiento brusco me tomó del cuello y rápidamente me levantó. Sentí por un momento que estaba levitando, mis pies se separaron del suelo.

—You are just a sucio y triste extranjero —susurró.

La fuerza que sentía en mi cuello era tanta que creía que mi cabeza se separaría del resto de mi cuerpo. La sangre no me estaba llegando al cerebro y me estaba poniendo morado.

Intentaba con todas las fuerzas que me quedaban quitar la mano de ese calvo de mi garganta, pero no podía.

Hasta que de la nada me soltó y me hizo darme un golpe en el suelo. Su mano quedó extendida mientras me miraba.

Miré detrás de él y estaba el hombre de la gabardina, aquel mismo que hace algunos instantes había curado su herida.

Le había disparado una flecha de ballesta en el hombro por detrás.

El Señor se dio vuelta y con toda su fuerza empujó al hombre contra la pared, dejando un agujero en ella.

Nuevamente se dirigió hacia aquel hombre, apretando los puños... pero se detuvo.

Se quedó quieto durante unos segundos, hasta que se dio media vuelta y me miró.

—No siempre tendrás la misma suerte que ahora. Ya nos veremos —dijo El Señor mientras se iba por la puerta.

Para cruzarla tuvo que agacharse porque era realmente alto. Y supe que de verdad se había ido porque mientras más se alejaba sus pisadas se hacían más tenues.

Estaba realmente con el corazón en la garganta, pero era más importante ir a ver al hombre que me acababa de salvar la vida.

Fui hacia él y lo levanté.

—¿Estás bien? —le pregunté

—Lo estoy, pero no te preocupes por mi. El grandote te acaba de marcar, debes preocuparte por ti ahora—contestó

—No entiendo que es lo que ocurre... ¿por qué has huido de mi?

—Tenía miedo... hace mucho tiempo que no veía un humano normal.

Lo miré en silencio esperando a que me diera más información. El silencio incomoda a las personas.

—Te acabas de meter en la boca del lobo, en el epicentro, acabas de excavar tu propia tumba. Acá ha ocurrido lo mismo que ha sucedido en todos lados —continuó

—¿Por qué esas personas actúan así? ¿Qué es ese tentáculo debajo de su brazo?

—Haces demasiadas preguntas, y pensar me cansa. Ellos son como hormigas conectadas por antenas, con su propia hormiga reina... el calvo ese.

—¿Y ahora en donde estamos?

—Estamos en un búnker anti bombardeos. Pahía es un pueblo muy antiguo y estuvo presente en la Segunda Guerra Mundial.

—¿Y como han construido todo esto? Si ese pueblo de allá arriba se nota que roza la pobreza.

—Este lugar fue construido en 1942, proyectando su uso para 1943, mientras Estados Unidos utilizaba a Nueva Zelanda como base y almacén militar. La familia Harper, una de las familias fundadoras del pueblo de Pahía y actualmente la más rica de la zona financió esto, con ayuda de los impuestos de los aldeanos. —contó el hombre —. Y por favor no me sigas haciendo preguntas, que me acabo de llevar un golpe y me duele la cabeza, ¿sí?

—Está bien. ¿Cuál es tu nombre? —le pregunté.

—Daniel, con ese acento inglés. ¿Y el tuyo?

—Dime Kenny. Pero y otra cosa: ¿como es que ahora me hablas español y arriba te has hecho el confundido?

—Te he dicho que no más preguntas... pero bueno, es que simplemente no he querido meter ruido.

—Ya veo. ¿Puedes caminar?

—Eso es una pregunta —contestó Daniel mientras comenzó a caminar.

Me reí un poco mientras me llevaba la mano a la cabeza.

Ambos salimos de aquella habitación por la única puerta que había y en la misma por la que entré.

Miré la ballesta que cargaba Daniel y noté que solo le restaban 2 flechas.

—Cuida esas flechas por favor —le dije.

—Claro, claro —me contestó con un tono irónico.

Luego de caminar un poco nuevamente llegamos a la habitación en la que había un montón de camas, ahora sí todo se podía ver bien, pues la luz ya había llegado.

Era idéntico a una mansión por adentro, todo parecía bastante elegante para ser un búnker.

Cuando Daniel abrió la puerta para llegar al vestíbulo solo nos sirvió para ver cómo estaba repleto de caminantes, de esos caminantes de toda la vida.

Uno solo es inofensivo, pero si están en grupos pueden ser mortales.

Rápidamente unos zombies nos vieron y se dirigieron a nosotros.

Daniel salió por delante mío, lanzando empujones para alejarlos.

Saqué mi hacha y comencé a golpearlos. Pero eran demasiados.

—¡Ten! —exclamó Daniel mientras me lanzaba una llave azul que por suerte pude recibir.

—¡¿Qué es esto?!

—Úsala para abrir esa puerta —dijo apuntando a una puerta que estaba subiendo algunos escalones.

—No creas que te dejaré acá solo —exclamé.

—No es momento de hacerse el héroe, ¡sal!

Dejé incrustada el hacha en la cabeza de un zombi y eché a correr mientras veía como cada vez más caminantes rodeaban a Daniel.

Abrí la puerta que en realidad era una rejilla tan rápido como pude y luego de pasar la cerré.

Cuando la cerré pude ver como tras la gabardina Daniel sacó una granada, le quitó el seguro y la lanzó al centro de la habitación.

Al cabo de unos segundos explotó, el vestíbulo entero se remeció (se sintió como un terremoto) y todo se convirtió en polvo, sangre, escombros cayendo del techo y por supuesto... el candelabro gigante que colgaba se cayó.

Mi oído solo percibía el leve chirrido luego de la explosión junto a miles de cristales quebrándose simultáneamente.

Espero que Daniel no haya cometido un error.

ZELANDAWhere stories live. Discover now