Capitulo 14

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—¡Vamos grandulón!¡Tienes que caminar más rápido!—un cuerpo pequeño, un pequeño escarabajo. Era diferente a los demás escarabajos. Para empezar, este era mucho más grande que un insecto común. Pero aún era más pequeño que un niño de dos años. Este se paraba de dos patas, que eran como dos palitos que sostenían el resto del cuerpo. El trozo y la cabeza eran el mismo círculo. Los otros dos palitos, negros y de un borde delicado actuaban como brazos. Este tenía una pequeña capucha azul amarrada a su cuello. De este pañuelo, había dos largas antenas que salían del gorro y se doblaban para hacer una curva.
En otras palabras, era un insecto bajito.
Siguiéndolo, estaba una figura enorme. Era una criatura con gran altura, y anchura. Tenía un enorme cuerpo, muslos y cabeza. Era físicamente enorme. Este esta cubierto por telas de color cafés y amarillentos. Llevaba un casco que solo le tapa la parte superior de la cabeza.
Este trataba de seguir al pequeño lo más rápido que pudo.
—Espérame... No vallas tan rápido...—el grandulón estaba corriendo, tratando no tropezar con nada. Sus enormes y redondos pies trataban de esquivar todo. Y lo que no podía, su enorme fuerza destruía todo lo que chocara. Su compañero por su parte, daba brincos y saltaba sobre lo que llegara a su paso.
—¡Vamos! ¡Vamos!—el pequeño saltaba hasta la altura de los ojos de su compañero, quien era 10 veces más grande que él. Mientras corría, viendo a su compañero que lo seguía con esfuerzo,  chocó con algo. O alguien.
El pequeño insecto fue repelido hacia atrás y chocó otra vez con un árbol. La enorme figura oculta por una túnica magenta solo se sorprendió como respuesta.
—¡Ouch!—el insecto se quejó de dolor. —¡Mira por dónde caminas!—este trataba de suavizarte el dolor pasando sus manos por su cabeza, pero la enorme figura no pareció sentir nada.
La persona era tan grande como su compañero,  pero a diferencia de este, él tenía una postura fina, misteriosa. El que le rodeaba era profunda.
—¡Señor!—, otra figura más grande que el se le acercó al encapuchado. Era una criatura que nunca había visto. Tenía todo su cuerpo como carne expuesta, donde le salía un fuerte olor, líquidos y pelos llenos de este líquido le salía de todas partes. Era, alto. Dos brazos, dos piernas, cinco dedos. Carnoso, pero de un mal olor.
¿Que rayos era esa cosa?
Esta criatura se le acercó al otro para ver si estaba bien, este solo le aseguro.
Su compañero llegó corriendo para ayudarlo.
—¿Estas bien?—le preguntó con preocupación.
—Sí, si. ¡Estoy bien!—El de muy mala gana, ignoro la ayuda de su compañero y se levantó indignado. —¡Oye tú! ¡Ve por donde caminas!— le levantó el brazo para señalarlo.
—Vaya, pequeño. Perdona, no te vi pasar—. L voz del extraño era noble, pero el no quería aceptar su disculpa.
—¿¡Pequeño?! ¡No me trates como un niño! ¡Puedo ser pequeño, pero soy tan grande como un adulto de mi especie!—, un fuerte acento se escuchó de la voz del insecto.
—Lo siento, no lo sabía—. Este se volvió a disculpar.
—¡Pidiendo perdón otra vez!—parece que se irritó más. —¡Seguro te estás burlando de mi por mi tamaño! ¡Ni siquiera me tomes en serio! ¿Quieres pelea, huh? ¡Ven acá!—el pequeño se puso en posición de pelea. Aunque quería serlo, el no debía muy amenazantemente comparado con su contrincante.
—Pero Tizo...—su enorme compañero lo llamó, tratando de calmarlo.
—¡Cállate Dilt! ¡Lo voy a hacer pedazos!
El gran encapuchado aún no parecía muy impresionado.
—Perdóname, no quiero problemas—. Dijo este, tratando de calmarlo también.
El pequeño parecía satisfecho y algo orgulloso.
—¡Ja, sabía que al final solo acobardarías!—este puso sus manos en cada lado y mostró una pose de victoria orgullosa.
—Perdona, ¿ustedes son de aquí?—el encapuchado preguntó y la criatura a su lado miró con curiosidad.
—Pues, no—. Admitió el pequeño. —¡Pero somos de todos lados! ¿No es así, Dilt?—miró a su compañero.
—¡Sí, si!—Movió la cabeza de arriba abajo emocionado. —¡De todas partes! ¡De todas partes!—repitió feliz.
El encapuchado parecía confundirse.
—¿Perdón?
—¡Que somos viajeros!—le respondió el pequeño. —¿No, Dilt?—volvió a ver a su compañero.
—¡Sí, si!—volvió a conformar con la cabeza. —¡Viajeros!
—Ya veo—, les respondió el extraño con calma. —¿ustedes conocen el lugar?
—¿Que si le conocemos? ¡Claro que sí! ¡Mejor que nadie!— le volvió a responder el pequeño.
—¡Sí, si! ¡Mejor que nadie!—el grande volvió a repetir lo que dijo se compañero. El pequeño pareció molestarse con el.
—¡No Dilt!—este vio molesto a su compañero.—¿Qué te he dicho 100 veces que no hagas?
—Eh...—el grande parecía nervioso tratando de responderle a su compañero. —¿No... comer tu parte?
—¡No, cabeza de nabo!—el pequeño le regaño. —¡No hables si yo no te hablo primero!
—Perdón, Tizo... no lo volveré a hacer...—el grande parecí apunto de llorar.
—¡Eso me dijiste la otra vez! ¿Quieres meternos en problemas con esa gran bocona tuya?
—No, no Tizo... no quiero problemas otra vez....
—¿Entonces?
—No hablo si tú no me hablas...
—¡Bien!—el pequeño volteó a ver a los extraños que solo se les quedaban viendo en silencio. —¿Qué? ¿Ustedes que quieren?
—No debería hablarle así a su compañero—, dijo la criatura carnosa con una expresión molesta.
—¿Qué? ¡No se lo que eres, pero no te metas!
La criatura pareció ignorarlo y le hablo a su compañero.
—Oye, no tienes que recibir esos insultos.
El grande parecía entender lo que le decía con mucho trabajo.
—¡No lo escuches Dilt! ¡Es un extraño!
—¡No! ¡Tiene razón!—el grande dijo molesto hacia su compañero. —¡Siempre me estás regañando y no dije nada malo!
—No es un regaño Dilt, ¡te lo estoy recordando por que se te olvida!
—¡No! ¡No me gusta que me grites!—El grande golpeo un tronco, haciendo que el enorme árbol cayera, destruyendo otros árboles al resero y chocando contra el suelo.
—¡Dilt, cálmate! ¡Nos vas a poner en problemas otra vez!
—¡No! ¡No me grites!—con una extraordinaria fuerza volvió a tirar otro árbol. Los otros dos solo pudieron retroceder mientras el pequeño trataba de calmarlo. —¡No me gusta! ¡Que.. Me... REGAÑES!
Con una enorme fuerza, otro tronco calló, aplastando una madriguera de conejos. Los pequeños animales peludos quedaron atrapados. Al ver esto, el grande rápidamente cambió su expresión a terror y quitó con fuerza el tronco lo pequeños animales no se movieron. El grande comenzó a llorar descontrolado.
—¡Tizo! ¡Tizo! ¡Lo hice otra vez! ¡Hice problemas otra vez!—siguió llorando, arrepentido. —¡Lo siento! ¡Lo siento!— el grande cargo con cuidado los pequeños animales en sus gigantescas manos y lloro descontrolado.
Su compañero se acercó a calmarlo.
—Está bien, Dilt. Esta bien.
—¡No, no! ¡Debí haberte escuchado!—lloraba y lloraba. —¡Tenias razón! ¡El conejito no despierta! ¡No despierta!
—Calmante, Dilt. Va estar bien, va estar bien. De repente, los conejos se movieron y corrieron en círculos en las manos del gigante.
—¡Tizo! ¡Mira! ¡Mira! ¡Los conejitos!—el grande lloraba, esta vez con una sonrisa de total alegría. —¡Los conejitos!
—¡Sí! ¿Vez? Te dije que todo estaría bien.
Con cuidado, el grandulón bajo a los animales. Estos salieron corriendo.
—¿Cómo se dice?
—Perdón, Tizo. No quiero causar problemas otra vez...
—¿Vez? Es muy sencillo.
—Perdón Tizo, no era mi intención.
—No importa, quédate aquí mientras veo como arreglar esto.
—¡No me dejes! Lo siento Tizo, lo siento—. El grande dijo con angustia.
—No te voy a dejar.
—Pero los del pueblo subieron que me abandonarías cuando pudieras...
—No te voy a dejar, quédate aquí. —El grande le obedeció. Seguro, el pequeño de fue al ver el daño causado.
Momonga se acercó al grande, que se entró como bolita arrepentido.
—¿Estas bien?—, le preguntó con preocupación.
—No, lo hice otra vez—. Miró hacia el suelo. —Tizo estará molesto conmigo otra vez. Es que soy muy tonto. Nadie más me quiere por que soy muy tonto. Solo Tizo se quedo conmigo. Solo Tizo me ayuda.
—No creo que seas muy tonto—, el viejo humano trató de calmarlo.
—Todos en el pueblo dicen que soy tonto. Solo Tizo no se ríe. Los demás me dijeron que me iba a abandonar por que era muy tonto. No quiero que Tizo se moleste conmigo. No quiero que me deje. Es que...—estaba muy preocupado.
Tizo volvió al grupo.
—Parece que la madriguera fue lo único que destruiste otra vez, grandulón.
—Lo siento, Tizo. Te cause problemas otra vez.
—No pasa nada. Se puede arreglar.
—No te molestes Tizo. No era mi intención, yo no quería...
—No estoy molesto—, el pequeño se sentó el otro lado de Momonga para calmarlo.
—Pero me regañaste.
—Sí, pero es por que te quiero. Lo hago por tu bien para que no se te olvide. Tal vez te grite un par de veces, pero no significa que no te quiera.
—¿No estás molesto?
—No.
—¿No me vas a dejar?
—Nunca lo haría.
—Pero los del pueblo....
—Te dije que no los escucharas, solo te quieren asustar.
—¿Entonces no me vas a dejar?
—No lo haré.
—¿Y aún... vamos a hacer nuestra granja?
—Sí, vamos a hacer nuestra granja.
—¿Con los conejos?
—Sip. Con los conejos.
—¿Y mariposas?
—Sí, mariposas también.
El grande parecía por fin haberse calmado, este sonrió y dejó de llorar.
—Perdón—, se disculpó. —Me dejé llevar otra vez.
—No pasa nada—, dijo Momonga para calmarlo.
—¿Vez, grandulón? Nadie está molesto contigo. No se molesten con él—, pidió el pequeño a los extraños. —Puede ser un cabeza de nabo, pero la persona con corazón más grande qué hay.
Dilt pareció haberse calmado. Este sonrió con el cumplido.
—Muy bien—, voltio a ver a los dos extraños. —¿que quieren ustedes?
—Pues yo quería saber—, Momonga empezó, —Sí pudieran guiarnos a mi compañero y a mi.
—¿No son de aquí? ¡Con razón no había visto nada como ustedes antes!—el pequeño se paró y se acercó al par de extraños. —Perderse en de Elba es muy común. Especialmente para aventureros inexpertos. Me gustaría mucho ayudar, pero yo y el grandulón estamos en medio de algo.
—Perdona, no quisimos interrumpir—, se disculpó el anciano.
—Ah, que importa. El celbi seguro ya se escapó.
—¿El qué?
—El celbi—, repitió. Al ver que los otros no parecían entender, se rindió y cambió el tema. —¿A dónde van?
Momonga sacó su mapa y señaló en punto rojo mostrado.
—Aquí.
—¿A de Monta? ¡Eso está del otro lado del mundo! ¡Usted dos si están más que perdidos!
—Acabamos de llegar a estas tierras—, dijo el viejo Jorta.
El pequeño pensó en lo que le acaba de decir un momento.
—No me digan que ustedes son de otro mundo. ¿A que dios heredan?
Los dos se miraron sin saber a qué se refería. El pequeño siguió tratando de explicar.
—¿De donde vienen?
—Venimos del Imperio Baharuth. Del continente de al lado—, explicó nuevamente el viejo.
El insecto no precio entender que fue lo que le dijo.
—No me digan que no heredan a ningún dios.
—No sabemos que te refieres con "heredar un dios". ¿Es acaso otra manera de escribir una religión?
El pequeño negó su cabeza en incredulidad.
—No puede ser.
Dilt estaba muy confundido. ¿De que está hablando Tizo?
—¿Tizo de que hablas? No entiendo, explícame.
—Veras, grandulón. Parece ser que estos dos vienen de otro mundo y no nacieron de ningún dios.
—¿Qué?—Dilt ahora están más confundido. —¿Eso se puede?
—Eso parece.
Dilt miró a los dos extraño confundido.
—No entiendo Tizo.
El pequeño pensó un momento.
—Miren—, comenzó el insecto. —Los podemos guiar hasta haya. El y yo somos viajeros experimentados. Si de verdad son de otro mundo, muéstrenos las tierras de las que vienen para que yo y el grandulón seamos los primeros em descubrir otro mundo. ¿De acuerdo?
—Pero ya hay gente viviendo ahí...—comenzó el viejo.
—¡Shi!—le gritó el pequeño. —Ese es mi precio.
Momonga lo pensó un momento. No era un mal trato. Si los llevaban hasta haya, no veía inconveniente en llevarlos con ellos e vuelta.
—Muy bien—, el encapuchado aceptó.
—Excelente—, dijo el pequeño. Este le extendió la mano. —¡Amigo, ya te conseguiste un guía!

 —¡Amigo, ya te conseguiste un guía!

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Memorias del rey hechiceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora