Capítulo 33. La salvación. 🔴

1.5K 141 9
                                    

- ¿Puedes dejar de comportarte como un niño pequeño?.-le grité cuando lo pillé en medio del pasillo. 

Se quedó quieto pero no se dio la vuelta. 

- No estoy actuando como un niño pequeño.-respondió.- Tú eres la que está actuando como una irresponsable. 

Se giró entonces para mirarme. 

- ¿Estoy actuando como una irresponsable? ¿Eso crees? ¿No será que estás molesto porque no has sido tú quien ha hablado con Sierra? ¿No será que odias no tener el control? ¿No será que no soportas que todos tengan el mando del atraco que tú has planeado, menos tú? 

Sonrió ladeadamente, mientras empezaba a caminar despacio hasta mí. Cuando se paró, me obligó a alzar la vista para mirarlo, agarrándome de la barbilla, y apretando esta con cierta fuerza. Solté un gruñido, pero no hice nada por apartarme. 

- ¿Crees que después de tres años separados, esa es forma de tratarme?.-dijo, en un susurro. 

- Creo que después de tres años separados, tengo que tratarte como te mereces. Y si actúas como un imbécil, te hablaré como a un imbécil. 

El modo en el que me miró en ese momento hizo que por unos segundos tuviera miedo de haber hablado de esa forma. Comprendí entonces, que en el fondo no conocía a Andrés de Fonollosa, que habíamos pasado más tiempo separados que juntos, y que el recuerdo que tenía era de una persona completamente diferente. 

Comprendí, también, que era exactamente igual que Martín, y que yo no sería capaz de salir con alguien como él. Sin embargo, en el fondo, sabía que pasara lo que pasara, no dejaría de quererle. Al fin y al cabo, una nunca decide de quien se enamora. 

- No estoy molesto porque tú, o Tokio o Palermo tengáis el mando. Estoy molesto porque hiciste una promesa. Me prometiste que no arriesgarías tu vida por nosotros, y ahora mismo, estás siguiendo todos los pasos para hacerlo. 

Dicho eso me soltó y se alejó de mi. Dejé que lo hiciera, no tenía fuerzas para seguir discutiendo. Había hecho lo que tenía que hacer, y no iba a dar marcha atrás sólo porque a él le pareciera mal. 

Caminé en dirección contraria, y decidí bajar a ver a la única persona que sabía que me entendería: Nairobi. 

El Profesor. 

Cuando abrí los ojos un fuerte dolor me atravesó toda la cabeza. Solté un quejido y traté de incorporarme, pero pronto comprendí que estaba atado, y que no tenía forma de moverme. 

- Buenas tardes, Profesor, ¿que tal la siesta? 

Me giré hacia el lugar de donde provenía la voz, para encontrarme con la inspectora Sierra mirándome con una gran sonrisa. 

- ¿Que has hecho?.-pregunté, al darme cuenta de que Marsella estaba tirado en el suelo, inconsciente. 

Por un momento temí que lo hubiera matado, pero pronto observé como su pecho subía y bajaba con lentitud. 

- Tu compañero y tú estabais un poco cansados, por lo que decidí que lo mejor era que os echarais una siesta.-explicó, mientras se ponía en pie para acercarse a mi, y yo recordaba como me había golpeado con la culata del arma.- Mientras dormíais plácidamente, he hablado con Atenas, y hemos llegado a un acuerdo.-alcé la mirada hacia ella, sorprendido.- En la policía ya no me queda nada, estoy en busca y captura, como vosotros. Así que, he decido que os ayudaré, o, bueno, mejor dicho, dejaré que los ayudes, a cambio de un poco de oro. ¿Una gran idea, a que sí?

- ¿Podré hablar con ellos? 

- Con ellos y con quien quieras. Te ayudaré a sacarlos sanos y salvos de ahí.-la miré con sorpresa, por lo que siguió hablando.- Y que conste que no lo hago por vosotros, si no por mí. Ahora bien, te voy a desatar, así que ni se te ocurra hacer ninguna tontería, o alguna de tus queridas compañeras acabará bien muerta. 

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Where stories live. Discover now