Capítulo 39. El momento. 🔴

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- ¿Me estás vacilando, Palermo?

- No.-respondió con la boca pequeña, como quien sabe que ha hecho algo mal.- Vino enojado de verte con Denver, y yo, yo...

- Aprovechaste para recordar viejos tiempos.-no dijo nada, así que seguí hablando.- Pues espero que lo disfrutaras.

- Me apartó tan pronto lo hice, lo juro.

- Me alegro, Palermo.

- No seas así, pelotuda.

- Vete, por favor, vete.

No sabía porqué, pero me había empezado a encontrar realmente mal, y lo último que necesitaba era a un amigo diciéndome que se había liado con mi novio. ¿O ahora ex novio? No sabía.

- Atenas...

- Martín, ¿no lo entiendes? No quiero que me des ninguna explicación. Quiero que salgas por esa puerta y te vayas a tomar por culo.

Salió de allí a regañadientes, y tan pronto lo hizo corrí hacia el baño que había en el despacho para vomitar. Me había mareado muchísimo de pronto, supuse que por efecto de la morfina, y tardé varios minutos en recuperarme. Cuando lo hice, y pensé que por fin podría descansar tranquilamente, me encontré a Berlín sentado en el sofá.

Era increíble este control ejercido sobre mi persona. Sabía donde me encontraba en todo momento. Ni unos minutos de paz me concedía.

- Lárgate de aquí si no quieres que te pegue un tiro.-le dije a modo de saludo.

- ¿Por que estabas abrazando a Denver?

- ¿Por que estabas besando a Palermo?

- Tal vez si tú no hubieras abrazado a Denver, eso no habría pasado.

- ¿Me vacilas, Berlín? Ho una faccia sciocca?.-pregunté, incrédula, y alzando la voz más de lo que pretendía.- Estoy harta de esto, Andrés. Estoy harta de tus celos. Estoy harta de ti.

No me miró en ningún momento, pero cuando pronuncié esa última frase, sus manos temblaron levemente. Lo miré a los ojos y sentí como algo en ellos había cambiado. Como si de repente dejara de ser el Berlín que había sido hasta el momento, para convertirse en el hijo de puta que era cuando lo conocí. Sus ojos se habían llenado de una frialdad inexplicable.

- Menos mal...-susurró entonces, sin yo entender a que se refería. Al ver que no le decía nada, siguió hablando.- Yo también estoy harto de todo esto. De hecho, me acabas de hacer un favor.-continuó, mientras se levantaba y empezaba a caminar hacia la puerta.- Por fin podré perderte de vista.

Sabía que lo que decía lo decía porque estaba dolido, sin embargo, la rabia que sentí me impidió quedarme callada, y no pude evitar desahogarme, gritándole.

- Piérdete, Berlín, piérdete para siempre.-dije, casi sin poder contenerme.- Piérdete y no me vuelvas a joder la vida. Ti odio!

Cuando cerró la puerta de un golpe, sentí que con ese golpe se rompía algo en mi interior. Me cagaba en Berlín. Me cagaba en Alicia Sierra. En Sergio. En mi. Si no me hubiera movido de mi casa de Alemania cuando Sergio me había ido a buscar, ahora probablemente sería una mujer que viviría muy tranquilamente.

Me dejé caer sobre el sofá de nuevo. Tenía ganas de gritar. De llorar. De golpear las paredes. Tenía ganas de cualquier cosa menos de eso. Poco a poco empecé a llorar, y la presión que antes se había instalado en mi pecho y en mi garganta fue disminuyendo, hasta que finalmente me quedé dormida.

Abrí los ojos de nuevo cuando sentí a alguien sentarse en el sofá. Era Nairobi.

- Ha llegado el momento de fingir.-me dijo, cuando la miré.

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Where stories live. Discover now