P r ó l o g o

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Unas manos me guían a través de la oscuridad. No puedo evitar sentirme indefensa en ese estado, la capucha que me han puesto sobre la cabeza me impide ver nada. Un sudor frío cae por mi nuca, no sé dónde estoy ni a dónde me llevan, es algo que no me han querido decir. Sólo puedo intentar ubicarme a través de mis sentidos restantes, hacerme un esbozo del lugar que debo de estar recorriendo. El ambiente es frío y húmedo, el suelo se siente acolchado al pisar, huele a polvo y las voces lejanas reverberan incansablemente. No tengo la más remota idea de dónde me estoy adentrando, mi nerviosismo comienza a aumentar sin remedio.

-Cuidado con las escaleras.

Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando me veo obligada a agarrarme del brazo de Aiden Clidfford para bajar. Desde la fiesta del diciembre pasado no es capaz de mirarme a los ojos por más de dos segundos, y más le vale que siga siendo así. Su tacto es firme, pero a la vez tenso. Afortunadamente, no dura mucho.

Andamos un poco más, se oye un pomo girar y una puerta chirriar al abrirse. Las voces, que eran procedentes de la sala, callan ante mi llegada.

-Bien, ¿estamos todos listos?- pregunta una voz femenina, y ordena:- Quitadle la capucha.

Me descubren la cara, y lo primero que logro ver es a Jota a unos metros de mí. La oscuridad de su mirada se ve acrecentada por las extrañas sombras que crean las velas. La única iluminación procede de ahí: una mesa redonda central, repleta de decenas de velas que crepitan, chorrean y se derriten hasta caer al suelo. No parece que nadie en meses se haya molestado en limpiarlo.

Cuatro chicas y cuatro chicos se agrupan alrededor de la mesa. Sé sus nombres, reconozco sus caras: los conozco de vista de los pasillos, de compartir clases, de escuchar historias que de otras bocas y, sobretodo, de coincidir con ellos en el momento equivocado en el lugar equivocado. Sobretodo de eso.

Rápidamente me había formado una idea de quiénes eran: niños mimados y engreídos, sin grandes preocupaciones en la vida, que nunca habían tenido que ensuciarse las manos para conseguir nada que se les antojara... Me había conformado con esa banal imagen, sin permitir la cabida de cosas mayores, como lo que estaba siendo ese momento, aquel lugar y todo lo que debía haber detrás. Eso era algo que jamás hubiera concebido en mi imaginación.

Cassandra, una chica flacucha y alta, de cara fina y cabello muy largo, sostiene en alto un libro tapizado de cuero, y habla con voz pausada, clara y firme.

-Por la presente, te convocamos aquí, Elenna Leiva, ante la hermandad. Da un paso al frente.

Me adelanto y me incorporo al grupo, cerrando el círculo.

-Sabemos que las condiciones que te han traído hasta aquí no son ni las comunes, ni las ideales. No aceptamos miembros nuevos, y mucho menos a extranjeros que no conocen el lugar ni su gente. Esto no es decisión nuestra, es anterior a todos los que estamos en esta sala. Has de entender que si no, nos habrían descubierto hace tiempo.

Todos me miran atentamente esperando mi reacción, buscando un atisbo de inseguridad o de miedo. Yo trato de no desviar la mirada del libro y asiento conforme habla, aferrándome mentalmente a las advertencias que Jota me había hecho horas antes. "Tú mantente firme, intentarán acojonarte y hacerte dudar, pero todo es teatro; no te doblegues". Desde luego, no me imaginaba todo aquello, ni que sería tan difícil seguir sus consejos. ¿En dónde coño me había metido?

-Te queda un largo camino por delante, te adelantamos que no va a ser fácil. Nosotros llevamos años en esto, y aún seguimos aprendiendo. Ahora tendrás que seguir nuestras costumbres, ganarte nuestra confianza, hacer lo que te digamos y nunca, jamás de los jamases, revelar nada que ocurra entre nosotros. ¿Está claro?

-Sí, está claro.

-Como todos los que vinieron antes de ti, y todos los que están por delante, has de firmar.

Me pasan el libro y un cuchillo. Me fijo en su contenido: hay una larga lista de nombres acompañados de una fecha y una huella de sangre a su lado; reconozco algunos de los que están apuntados, pero la mayoría son totalmente desconocidos para mí. Al final del todo se ha escrito mi nombre completo y la fecha de este día, ocho de enero de 1985. Sin mediar palabra, Ethan, quien está a mi izquierda, me sostiene el libro en alto para que pueda firmar.

Miro rápidamente a Jota. Necesito verle para calmarme, cruzarme con sus ojos decididos para asegurarme de lo que estoy a punto de hacer. Porque de esto, ya no hay vuelta atrás. Me estoy metiendo justo donde él y todas mis amigas no querían, de lo que me habían prevenido tanto.

Lo habíamos hablado varias veces por teléfono, y me había mentalizado de todo ello, pero la teoría es mucho más fácil que la práctica, llegado el momento se hace mucho más complicado.

Jota me asiente entre las sombras, y aparto a un lado las duda. De los aquí presentes es el único en quién confío, si él lo tiene claro, yo también.

Agarrando el cuchillo con temblor, me hago un corte en el dedo índice izquierdo. Unas gotas de sangre asoman entre los surcos de la herida inmediata. Ignorando el punzante escozor, lo presiono contra el papel.

El libro se cierra y todos aplauden. Ethan, Cassandra, Jota, Megan, Ricardo, Monica, Aiden y Dylan confirman lo que acabo de hacer.

-Desde este momento, y para el fin de los días, pasas a formar parte de la hermandad secreta de Rowhamsphire. Ahora, Elenna Leiva, eres de los nuestros.

Internados: Desvelando los secretosWhere stories live. Discover now