Capítulo 8

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Durante el resto del día y los dos siguientes, Lauren evitó deliberadamente subir a la habitación de los niños. No obstante, todos los días se reunía con la señora Perkins para que la pusiera al corriente de los progresos de Camila. Sinu Cabello les hizo una visita y, tras permanecer allí largo tiempo, pareció quedar satisfecha con las referencias y el rendimiento de la cuidadora.

La señora Perkins, una amable mujer de mediana edad, había llegado a Jauregui Halls con cartas de recomendación llenas de alabanzas y parecía ser la personificación de la eficiencia. Contó a Lauren que Camila se estaba adaptando muy bien a su nueva rutina, y que no debía preocuparse lo más mínimo por su bienestar. A partir de aquel momento, le dijo, eso era asunto suyo.

Lauren estaba más que dispuesta a dejar que la mujer se las arreglara sola. No podía olvidar su reacción física en el carruaje ante la presencia de Camila, y tampoco podía perdonarse a sí misma por ello. Cuanto más lejos estuviese de la joven, mejor.

Afortunadamente, la suya era una vieja casona llena de recovecos y, tal y como había predicho el doctor Malik, la presencia de Camila en aquel lugar podía pasar prácticamente inadvertida. Lauren siguió con su rutina habitual: trabajaba durante el día en las caballerizas, en los campos o en la cantera, y pasaba las noches haciendo cuentas o descansando en el estudio.

La tercera noche, ella acababa de arrellanarse en su silla favorita con una copa de coñac y un número reciente del Morning Oregonian de Portland, cuando un chillido desgarrador retumbó en la habitación.

Enseguida se enderezó en su asiento y se le erizaron los pelos de la nuca. Poco después se oyeron unos gritos.

Lauren soltó una maldición y salió corriendo al pasillo, donde chocó con Dinah, su ama de llaves, quien también se había alarmado al oír aquel escándalo. Después de recobrar el equilibrio con algo de dificultad, las dos se dirigieron hacia las escaleras. En el ascenso, Lauren le sacó una ventaja considerable a la mujer. Dinah, un poco rellenita y de piernas largas, iba jadeando detrás de ella. Cuando Lauren llegó a la habitación de los niños, encontró que la habían cerrado con llave por dentro.

Golpeó con fuerza el grueso panel de roble.

―¡Señora Perkins! ¿Qué demonios está pasando?

―¡Ayúdeme! ―La mujer parecía desesperada―. ¡Ay, Dios, ten piedad! ¡Ayúdeme, por favor!

―¡Jesús, María y José! ―Dinah se persignó, horrorizada.

Lauren la hizo a un lado a empujones. Echándose un poco hacia atrás, le dio una fuerte patada a la puerta. La gruesa tabla de roble se mantuvo firme. Espoleada por los gritos procedentes de la habitación, dio varios pasos hacia atrás y embistió con todo su peso con el hombro contra la puerta. Tras el impacto, rebotó hacia atrás con tal violencia que prácticamente se estrelló contra la pared.

―¡Joder!

Dinah se llevó las manos a las sienes.

―¡Dios santo! ¿Qué está pasando ahí dentro?

Al parecer, se había armado la de Dios es Cristo. Lauren miró la puerta con denodada resolución. Toda la vida había oído historias de hombres que echaban abajo puertas a patadas,y ella era más corpulenta que la mayoría. Tenía que haber un truco para conseguirlo.Centrando toda su atención en el pomo de la puerta, retrocedió tanto como se lo permitió la pared que se encontraba detrás de ella, dio dos pasos para coger impulso y plantó el pie justo debajo de la cerradura de latón. La estructura de madera se astilló, la puerta cedió y Lauren entró en la habitación de los niños corriendo y tambaleándose. Sin dejar de dar tumbos, se detuvo a escasos centímetros de la señora Perkins y Camila, quienes parecían estar enzarzadas en un combate mortal.

Camila's Song loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora