Capítulo 25

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Durante el primer mes de su vida Michael Alexander Jauregui, a quien le pusieron el nombre del padre de Lauren, crecía a un ritmo impresionante. La leche de su madre y el ilimitado amorque le prodigaban todos los adultos que conformaban su mundo le sentaban estupendamente.Pero a pesar de los centímetros que había crecido después de cuatro semanas, aún no era tan largo como su nombre. Sin embargo, lo que no tenía en longitud, lo tenía en potencia pulmonar.Cuando lloraba, todos en la casa, menos su madre, lo oían y acudían corriendo a su lado.

«Pequeño Mike», lo llamaba Lauren. Este era un nombre que sufría cambios sutiles cuando el niño despertaba a Lauren a las tres de la mañana. Mientras sacaba a su hijo de la cuna para andar con ella de un lado para otro de la habitación, Lauren le susurraba:

―Pequeño latoso. Ni siquiera estamos a mitad de la noche.

Mike, igual que su madre, no parecía tener noción del tiempo y era una criatura regida por los impulsos. Hacer vida social antes del amanecer nunca había sido una de las actividades favoritas de Lauren. Pero, después de cuatro semanas, tenía que reconocer que esta costumbre estaba empezando a gustarle. Quizás demasiado para su tranquilidad de espíritu.Ya era 10 de febrero, y sólo faltaban tres semanas para el 1 de marzo.

Por distintas razones, Lauren había esperado para decirle a Camila que tenía la intención demandarla a una escuela. En primer lugar, no quería que el poco tiempo que les quedaba para estar juntas se viera empañado por la tristeza y tenía la certeza de que, apenas se lo contara a Camila, las dos iban a sentirse tristes. Por otra parte, sabía que Camila no recibiría muy bien la noticia, y no veía de qué podía servir hacer que se disgustara semanas antes de que fuese necesario. Durante catorce años, la habían obligado a vivir aislada. Para ella no sería nada fácil que de repente la forzaran a salir al mundo, que ahora, súbitamente, esperasen que asistiera a clases e hiciera vida social.

Y, además, estaba el hecho innegable de que Lauren había resultado ser más cobarde de lo que creía. En resumidas cuentas, no tenía ganas de hablarle a Camila de su decisión porque sabía que ella iba a odiarla por ello. Ir a una escuela en Albany era lo mejor para ella. Lauren estaba convencida de esto y, con el tiempo, Camila lo comprendería. Pero, igual que una medicina amarga, lo que era mejor para una persona no siempre resultaba muy apetecible. Lauren había pensado con mucha antelación en cientos de maneras distintas de darle la noticia; pero, cuando finalmente llegó el momento, las palabras que tantas veces había repetido se le escaparon como pelusas de la flor del diente de león llevadas por el viento. Estaban en el estudio, un tablero de ajedrez se encontraba desplegado sobre la mesa que las separaba, y el bebé dormía muy bien abrigado sobre el sofá de crin de caballo, cerca de ellas. Haciendo acopio de valor, Lauren miró los preciosos ojos chocolates de su esposa.

―Tengo una sorpresa maravillosa para ti, Camila. Es algo que quiero decirte desde hace ya varias semanas.

Bajo la parpadeante luz de la lumbre, su sonrisa le pareció aún más radiante que decostumbre.

Al mirarla, Lauren supo que nunca en su vida había visto a una mujer más hermosa que ella. Hacía dos días que la modista había terminado de hacerle el guardarropa para el periodo de posparto, y estaba despampanante con su falda de color rosa intenso y su blusa de algodón rosa pálido, con mangas de volantes. El vestido se ajustaba a su figura, enseñando su, de nuevo, delgada cintura y sus caderas ligeramente voluptuosas.

-¿Una sorpresa? ¿Qué es? ¿Un perrito?

A Lauren se le hizo un nudo en la garganta. No había olvidado que ella quería un perro. Antes de tomar la decisión de mandarla a Albany, había pensado comprarle uno para Navidad. Ahora esto tendría que esperar hasta que ella hubiera terminado la escuela.

Camila's Song loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora