Estaba algo nerviosa. Hacía demasiado que no compartía tiempo con gente, ya ni siquiera recordaba cómo se mantenía una conversación informal con alguien.
Llamé suavemente a la puerta de casa de Miriam, pensando que si no oía los golpes y no me abría, tendría la excusa perfecta para marcharme. Pero no fue así. Lo primero en que me fijé cuando don Pablo abrió la puerta fue en las manchas de tinta que llevaba por todos los dedos y, a continuación, como parte de la tinta también había acabado en su frente.
- ¡Amaia! –gritó sorprendido-. Miri me dijo... quiero decir, Miriam –carraspeó- me dijo que había invitado a una amiga a casa, pero no imaginé que fueses tu.
Sonreí algo incómoda. ¿Cómo podría haberse imaginado que sería yo? Ni siquiera les saludaba los domingos en misa. Me estaba arrepintiendo de haber ido y ya estaba pensando en una excusa, cuando Miriam apareció secándose las manos en un delantal.
- ¡Pero no la dejes en la puerta! –Le regañó cariñosamente-. Por un momento he pensado que no ibas a venir –sonrió alegremente, dejando entrever unas arruguillas graciosas alrededor de sus ojos.
Estuve a punto de decirle que ella no había sido la única que había pensado que no iba a aparecer por su casa, pero preferí callarme.
Entramos hasta el salón, un retrato de Franco y un crucifijo presidían la estancia. Sabía que aquella iconografía era obligatoria en casa del maestro, pero, aún así, un pequeño escalofrío recorrió mi cuerpo. Miriam, como si supiera lo violento que me parecía aquel despliegue, me agarró la mano, apretándome los dedos entre los suyos.
- Las dejaré hablar tranquilamente en la cocina, señoritas –comentó Pablo besando la frente de su esposa-. Tengo varias redacciones que corregir.
Una vez en la cocina, me senté en una de las sillas que rodeaban la mesa y esperé paciente a que Miriam nos sirviese el té. No quería ser yo la que iniciase la conversación. Tampoco sabía que decirle.
- ¿Recuerdas a Pablo del colegio? –preguntó de repente mientras colaba las hierbas, sin girarse a mirarme-. Era unos años mayor que nosotras –añadió.
- Bueno, sí, vagamente –contesté algo cohibida por si se tomaba mal que no recordase demasiado a su marido.
- Seguro que sí que te fijaste, aunque ahora no te venga a la cabeza –colocó una taza humeante delante de mí-. Se juntaba muchas veces con aquel chico que siempre te acompañaba a casa... ¿Alfred? –fingió que se pensaba el nombre.
Me congelé con la taza de té a punto de tocarme los labios y la miré fijamente con miedo. No sabía si estaba intentando decirme algo. ¿Podía ser una advertencia? ¿Sabía que Alfred se escondía en mi casa? ¿Me estaba dando ventaja para que pudiese hacer algo antes de denunciarme?
- ¿Te acuerdas de Alfred? –pregunté temerosa, volviendo a dejar la bebida sobre la mesa sin haberla probado.
- Claro, estabas enamorada de él –afirmó como si tal cosa-. Éramos amigas, y siempre recuerdo el nombre de los chicos de mis amigas –sonrió tranquilizadora.
Bajé la mirada y retorcí las manos sobre la falda de mi vestido. No tendría que haber venido. Sabía que no era buena idea. ¡Mierda!
- Estuvo con los republicanos durante la guerra, ¿verdad? –inquirió con simulado desinterés.
- Sí, supongo, no lo sé –farfullé.
- No es raro, sus padres eran muy vocales con sus ideologías políticas –dio un sorbo a su bebida-. Y... ¿sabes algo de él?
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Pero no pasa nada
Fanfiction'Pero no pasa nada' como lema de vida. Relatos escritos en canciones. La música como hilo conductor de inesperadas historias. Las canciones contarán lo que con simples palabras no se puede explicar. Acordes que nos hablarán de sentimientos y situaci...