Capítulo III

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Capítulo III

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Capítulo III

– Ekaterina– llamó la templada y suave voz de Melina. La chica se levantó de su lugar y se acercó a su sargento, colgándose el rifle al hombro.

– ¿Sí, sargento? – Melina terminó de escribir en un pequeño papel y se lo entregó a la chica que lo recibió entre sus dedos con un ligero temblor.

–Necesito que busques al camarada Vostokov y le digas que venga aquí. Que traiga al camarada Jarin con él, lo necesitamos.

Ekaterina asintió con un suspiro y escondió el papel entre sus ropas antes de salir de la casa, con el arma en ristre. Cruzar la ciudad para encontrar a su superior siempre era peligroso, por eso Melina escogía a la pequeña y rápida Ekaterina. Todos sabían que los alemanes pululaban del otro lado del río y aunque ellos no los dejaban seguir avanzando, una bala perdida o la presencia de un francotirador siempre era un peligro latente. La chica avanzó con cuidado, parapetándose siempre tras los escombros y automóviles abandonados. Calculaba cada paso, sabiendo que el próximo podría ser el último. Pero, decidida como era, pese a su pequeña estatura y su rostro infantil, siguió avanzando sin detenerse.

Dentro del antiguo ayuntamiento, Natalia entró al cuarto de su oficial y la miró con el ceño fruncido.

– ¿Qué es lo que has hecho, Melina? ¿Por qué has enviado por el camarada Vostokov? – Melina se levantó de su lugar y se acercó hasta estar a un palmo de su rostro, posando suavemente su mano sobre su hombro.

– Nateshka, sé que quieres proteger a este americano, pero nosotras no estamos aquí de vacaciones. Estamos en guerra. Estamos peleando por la gloria de la madre Rusia. Seguimos órdenes, querida, y parte de esas órdenes es dar cuenta a nuestros superiores de cada incidente. Debimos avisar de la caída de aquel avión... ya no lo hicimos, no podemos volver el tiempo atrás, pero sí podemos, debemos decirle que él está aquí. ¿No has pensado que puede ser alguien peligroso? ¿Qué quizás tiene información importante para los camaradas? Salvamos su vida, ahora él debe responder nuestras preguntas...– replicó mirando fijamente los ojos verdes de la chica.

Natalia asintió con un gesto y se soltó del suave agarre de su sargento.

– ¿Crees que vayan a hacerle daño?

– No lo creo, no tendrían por qué... – de pronto la mayor se detuvo y la miró, llena de curiosidad– ¿Por qué te importa tanto?

Oh, esa pregunta. Natalia llevaba haciéndose la misma pregunta por días. ¿Por qué le importaba tanto lo que pasara con él? A ella la llamaban la Viuda Negra, la más letal de las francotiradoras de su escuadrón, no era conocida ni por su amabilidad ni por su compasión, pero aún así, se desvivía cuidándolo con delicadeza de madre, a pesar de no comprender ni una palabra de lo que él decía. El porqué de su devoción no lo tenía claro. No podía entenderlo.

– ¿La verdad? No lo sé. Simplemente no quiero que muera y no quiero que le hagan daño...– Melina dejó escapar una sonrisa de medio lado y negó con la cabeza.

– Si no quieres que le hagan daño, no deberías dejarlo solo. Yelena está decidida a matarlo, lo sabes– Natalia se tensó, asintiendo. No le agradaba la idea de enfrentarse a una buena amiga por un desconocido.

Por alguna razón tenía la sensación de que, llegado el momento, lo haría. Que se enfrentaría a ella por él y el pensamiento la tomó por sorpresa. ¿Qué tanto estaba dispuesta a hacer por él?

– Las demás comenzarán a hablar si me quedo con él todo el tiempo...

– No te preocupes por eso, Nateshka. Yo doy la orden. Tú debes cuidar al prisionero hasta que el camarada Vostokov decida qué hacer con él– Natalia asintió, con una medio sonrisa y salió del cuarto, bajando por las semiderruidas escaleras hasta llegar al cuarto donde Steve dormía.

La fiebre había regresado en esos días y él, debilitado, dormía la mayor parte del día. La camarada Alía, la enfermera del escuadrón le había dicho que él necesitaba medicamentos, antibióticos, pero, ¿dónde conseguirlos? Suspiró y se acomodó el rifle antes de encontrarse frente a frente con Yelena. La chica estaba sentada frente a la entrada y limpiaba su arma con un paño engrasado. En aquellas latitudes las armas solían atorarse por el frío, por lo que era vital mantenerlas en buen estado, aceitadas y siempre listas. Natalia se puso en guardia de inmediato. Disimuladamente, cogió su arma y la sujetó con fuerza, mirando con rostro adusto a la muchacha rubia.

– ¿Qué haces aquí, Lena? – preguntó, mirando desde su altura a la chica. Ella alzó su rostro y le dedicó una pequeña sonrisa.

– Limpio mi arma...– respondió con una voz tan dulce que a ella le provocó un escalofrío.

– ¿Le hiciste algo al prisionero? Melina envió a buscar al camarada Vostokov para que lo interrogue. No creo que a él le guste que hayas lastimado a su prisionero...– Yelena soltó una risita y se puso de pie, enfrentando a la pelirroja.

– ¿Ahora es un prisionero? Creí que había sido tu buena acción del día...– murmuró, pegando su pecho al de ella, enfrentándola– No le hice nada a tu precioso prisionero... no aún.

– Qué valiente eres, Lena. Amenazar a un hombre herido y moribundo... desarmado. Eres una maravillosa soldado– rebatió, notando el destello de rabia que llenó los ojos de la más baja.

– Te dije que no le he hecho nada aún.

– Enfréntate a él cuando esté en condiciones de pelear contigo, Yelena. No seas cobarde– le espetó y Yelena alzó el arma, intentando golpearla. Sin embargo, Natalia fue más rápida.

La empujó con fuerza hacia atrás y le cogió un brazo, retorciéndoselo dolorosamente a la espalda a la vez que la empujaba contra la pared, estampándola. Yelena soltó un quejido y ladeó el rostro para enfrentarla.

– ¡¿Por qué lo defiendes tanto?! – le gritó, intentando soltarse del férreo agarre de la pelirroja.

– Porque son mis órdenes. Melina me ordenó protegerlo hasta que el camarada Vostokov lo interrogue y decida que hacer con él– Yelena sonrió de medio lado y Natalia la soltó. La chica se sobó la muñeca adolorida y la enfrentó sin perder la sonrisa.

– Era obvio que Melina se encargaría de ayudarte... siempre lo ha hecho– en ese momento, apareció Steve en la puerta, alertando por los gritos. No había entendido ni una palabra de la discusión, pero sí había reconocido la voz de la pelirroja que cuidaba de él, Natalia.

Se quedó temblando en el umbral, mirándolas interrogante. Ambas se giraron hacia él y Yelena le dedicó una sonrisa y un guiño.

– Bye-bye, amerikanets– le dijo, alejándose a paso rápido. Él se quedó de una pieza, sin saber qué había sido eso. Un acceso de tos lo hizo doblarse hacia adelante y Nat se apresuró a auxiliarlo, llevándolo de regreso a la cama.

Lo ayudó a recostarse y lo arropó, posando una mano sobre su frente. Tenía fiebre otra vez. Con un suspiro que denotaba su preocupación, dejó su arma a un lado y mojó un trapo en la palangana con agua que mantenía junto a su cama, posándolo luego sobre su piel enfebrecida. Él la miró con el agradecimiento trasluciéndose en sus ojos vidriosos por la fiebre y buscó su mano, estrechándola suavemente. Ella le acarició el dorso con su pulgar, en silencio. En ese momento deseó más que nunca saber hablar su idioma para poder decirle alguna palabra de consuelo, sin embargo, no sabía nada de inglés y aquello la frustraba.

Sin saber que más hacer, comenzó a tararear una canción de cuna. Su voz era dulce y medio rasposa y la melodía tranquilizante. Steve comenzó a cerrar sus ojos despacio y se dejó arrastrar por las brumas del sueño, llevado de la mano por la voz y la presencia tranquilizadora de la bella pelirroja. "No te mueras" pensaba ella sin dejar de cantar entre dientes. "No te mueras aún, no hasta que pueda descubrir qué es lo que me gusta tanto de ti". 

From Russia, with loveWhere stories live. Discover now