Capítulo VII

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Capítulo VI

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Capítulo VI

Rattenkrieg.

Así la llamarían los historiadores muchos años después. La "guerra de ratas", un pulso despiadado entre los alemanes y los rusos, donde ninguno de los dos bandos pretendía dar su brazo a torcer. Sus amos les respiraban en la nuca, azuzándolos desde sus palacios y sus búnkers, obligándolos a pelear hasta el último hombre, hasta donde las fuerzas les alcanzaran y más allá. La rendición y la deserción estaban penadas con la muerte. Finalmente, como fuera, estaban condenado. Podía ser una bala enemiga o una amiga la que acabara con su vida. Los soldados y la milicia peleaban casa por casa, defendiendo sus posiciones con uñas y dientes.

Así, pasaron tres meses. Tres meses en los que el tiempo pareció haberse detenido, en el que la nieve no daba tregua, en el que el frío, las enfermedades y el hambre mataban más que las balas. Steve no recordaba la última vez que se había dado un baño o que había comido algo que no fuera aquel caldo espeso y soso que preparaba el camarada Vasiliev. Su ruso había mejorado muchísimo y podía comunicarse con sus compañeros con mayor facilidad. Para su tranquilidad, le habían permitido permanecer con el escuadrón de las francotiradoras, aunque, en esas circunstancias, las unidades se mezclaban, ya que permanecer juntos era la mejor defensa que tenían.

Las fuerzas rusas eran en su mayoría milicia, ciudadanos de Stalingrado a los que les habían entregado un rifle y los habían mandado a defender su ciudad a cualquier costo. Steve les había cogido cariño. Era gente de apariencia adusta y seria, pero, en la intimidad de las noches alrededor de las fogatas, se mostraban como realmente eran: personas sencillas, con una resistencia impresionante, amantes de la risa y de canciones tristes que siempre le llenaban los ojos de lágrimas. Había aprendido a conocerlos y se sentía cómodos entre ellos. Con ellos también había aprendido a pelear por algo más que el deber.

En Camp Leigh le enseñaron a pelear como un soldado, estrategias, uso de armas, combate cuerpo a cuerpo... le enseñaron a confiar en sus superiores, a obedecer órdenes y a dar por sentado que siempre tendría el equipo necesario, que aquella institución a la que servía, siempre pondría todos los recursos a su disposición. Aquí no era así. Día sí y día no llevaban los suministros, medían y distribuían todo: municiones, la comida, el abrigo; las armas eran anticuadas y no era extraño que la pólvora estallara en el rostro de los combatientes. El capitán se sorprendió a sí mismo haciendo cosas que jamás pensó que haría.

Se acostumbró a recorrer las calles abandonadas, revisando los cadáveres que encontraba tirados en el suelo. Aquel saqueo indigno lo habría espantado en otro momento de su vida, pero, ahora no podía más que alegrarse cuando lograba encontrar cartuchos, un arma abandonada, una lata de frijoles o una bufanda relativamente limpia. A veces, pensaba que todo aquello podría haberlo evitado de sólo haber dicho una palabra... podría haber vuelto con su unidad, incluso, pudo haber regresado a casa. Pero, cuando esos pensamientos sombríos cruzaban por su mente, aparecía la sonrisa radiante de Natalia frente a sus ojos y todo se iba al garete.

En esos meses aprendieron a conocerse, a leerse el uno al otro. Ella parecía tan feliz cuando lo veía aparecer, se iluminaba y eso era todo lo que él hubiera deseado en la vida. Le encantaba la inocencia de ella, su modo de ser tan espontáneo y jovial. Parecía que convivían dos mujeres dentro de ella: por un lado, estaba la chica que se le arrojaba a los brazos, que lo besaba hasta el cansancio, que lo abrazaba en las madrugadas, que lo acunaba contra su pecho desnudo cuando se escabullían por los edificios abandonados para hacer el amor hasta que perder el aliento... y por otro, estaba la soldado, la mujer fuerte y letal, la que no dudaba en apretar el gatillo, la que no temblaba ante la vista de la sangre y que no se dejaba por nadie.

Y él amaba a ambas. Era algo que ya no podía negarse... la amaba y ese sentimiento tan profundo y visceral era el que lo mantenía aún con vida. El 19 de noviembre de 1942, amaneció como un día más. Las temperaturas bordeaban los diez grados bajo cero y Steve podía ver su aliento condensarse frente a sus ojos cada vez que respiraba. Sentía la nariz congelada y se obligaba a caminar de un lado a otro dentro del cuarto vacío en el que se encontraba apostado. Detrás de él, el grueso de las fuerzas se amontonaba en la fábrica, ya que era aquel el punto que debían proteger a toda costa.

Contempló por la ventana como Yelena y otra chica (que no reconoció) se adentraban en un edificio abandonado a pocas casas del suyo. La chica aún lo rehuía, aún lo miraba como si quisiera matarlo y él estaba seguro de que, en algún momento, lo intentaría. Ella no le daba confianza. Un trapo rojo se alzó en la distancia y luego otro y otro más. Era la forma que tenían de decirse que el enemigo se acercaba. Steve se apostó contra la ventana y observó a través de la mira telescópica de su rifle como comenzaban un nuevo avance los pocos tanques que aún seguían operativos.

Mierda...⸺ musitó, al ver más y más trapos alzarse por sobre las azoteas. Era un avance en abanico el que estaban realizando los alemanes, intentando empujarlos más y más hacia la fábrica. Si lograban arrinconarlos... aquello sería una masacre.

Natalia estaba de guardia por aquella zona. ¿Y si no había visto las señales? Se mordió el labio inferior, dudando qué hacer. Sus órdenes habían sido muy claras: permanecer en su puesto sin importar lo que pasara. Pero, ella podía estar en peligro... y con eso en mente, se decidió rápidamente. Dejó su puesto y se colgó el arma al hombro para salir a la calle y correr como un desquiciado hacia la casa en la que sabía estaba apostada la chica. Mientras corría, un proyectil impactó muy cerca de él. Le habían disparado por la espalda. Se giró, sorprendido y se encontró con la suave sonrisa de Yelena, que volvía a apuntar en su dirección desde la azotea de una casa.

Movido por la sorpresa y el temor, echó a correr nuevamente, evitando un segundo. El tercero impactó en una pared, muy cerca de su cabeza. Ella parecía estar jugando con él. Logró llegar, finalmente, al edificio de Natalia y le indicó silencio con un gesto, apuntando al exterior. Ni Natalia ni su compañera se habían percatado del avance de los alemanes que ya comenzaban a asomarse por la estrecha callejuela. Los tres salieron de la casa por la puerta trasera, zigzagueando entre los patios para acercarse a la fábrica, evitando a los enemigos. Del otro lado de la calle, la batalla se había desatado sin cuartel.

El sonido de los tiros, de las explosiones y los gritos de las órdenes llenaban el aire en una cacofonía diabólica. Los tres soldados se asomaron a una callejuela y desde ahí contemplaron como algunos soldados de las SS entraban en el edificio en el que se cobijaban Yelena y su compañera. Steve fue el primero en correr hacia ellos, manteniéndose siempre escondido entre los portales y es que no podía darse el lujo de dejarse ver y pelear sin más. Debía pensar en las chicas que lo acompañaban. Esperó a que las demás tropas se hubiesen alejado y sólo entonces ingresó a la casa, topándose con el cuerpo de la chica que había visto antes y que no había reconocido.

En la parte superior de la casa, se escuchaban los sollozos de alguien, las voces de al menos dos hombres y los ruidos de una pelea. Subió cuidadosamente las escaleras y se asomó, encontrándose a dos soldados forcejeando con Yelena. Uno la sostenía contra el suelo mientras que el otro intentaba arrancarle la ropa. Ella se debatía como un animal atrapado y peleaba contra sus captores, pero no era capaz de quitárselos de encima. Steve no lo pensó demasiado. Alzó el arma y disparó a la cabeza del que se encontraba entre sus piernas. El otro lo miró aterrorizado un segundo antes de que la segunda bala le entrara por la frente.

Yelena se enderezó, retirándose rápidamente hacia el rincón donde se hizo un ovillo, con el terror pintado en la cara. Parecía perdida en un recuerdo, mirándolo como si no lo viera. Steve se le acercó lentamente, temiendo asustarla más y la llamó en voz baja.

⸺ ¿Yelena? Todo está bien ahora, Yelena... no pasa nada, se fueron. Nadie va a hacerte daño⸺ le dijo en ruso, acercándose paso a paso a la chica.

Ella finalmente pareció volver en sí y lo contempló con una mezcla de alivio, desconcierto y vergüenza. Él sólo le sonrió y se encogió de hombros, dejándose abrazar por la chica que sollozaba sobre su hombro. 

From Russia, with loveWhere stories live. Discover now