Capítulo IV

462 64 43
                                    

Capítulo IV

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capítulo IV

– Camarada Vostokova– saludó el hombre, abriendo sus brazos y acercándose a Melina con paso lento y una sonrisa amplia, bonachona, trasluciéndose bajo su tupida barba.

– Camarada Vostokov– respondió la mujer, abrazándolo brevemente y besando ambas mejillas de su oficial al mando. Ella no sonreía, sabía lo que se ocultaba debajo de esa sonrisa tan amplia y cariñosa. No por nada llevaba casi veinte años casada con ese hombre.

– Me alegro de verte bien, Melina. Cada día más guapa– la halagó y le pellizcó una mejilla de tal modo que se vio como un gesto cariñoso. Seguía sonriendo, pero sus ojos negros seguían fríos y calculadores, mirándola como si quisiera calarle bajo la piel.

– También me alegro de verte bien, querido. Ven conmigo, por favor. También usted, camarada Jarin... Ekaterina, que le sirvan café al camarada– ordenó, caminando hacia sus aposentos con el hombre siguiéndola de cerca.

Una vez estuvo dentro del cuarto, cerró la puerta tras ella y el hombre le dio una bofetada que la hizo caer pesadamente al suelo.

– ¡Eres una perra estúpida! – escupió en voz baja, mirándola en el suelo como si le diera asco– ¿Por qué no me dijiste antes lo del avión de los americanos? ¿Te das cuenta de lo que esto significa?

– ¡Teníamos que salvar la vida del soldado sobreviviente primero! Si él muere, si él no está para decirle a sus superiores que nosotros lo salvamos, entonces creerán que nosotros los matamos... ¿no era eso más importante? – respondió la mujer, parándose con dificultad mientras escupía sangre al piso.

El hombre lo pensó por un momento y se pasó las manos por el rostro, suspirando hondamente. Arrastró una silla por el suelo polvoriento y se sentó en ella, palmeando sus piernas para que ella se sentara sobre su regazo. Melina se acercó a regañadientes y se sentó sobre sus piernas, dejando que él le rodeara la cintura con su brazo y la estrechara contra su cuerpo. Tampoco se quejó cuando acarició su mejilla magullada, provocándole un escalofrío. Siempre había sido así, de todos modos. No era nada nuevo.

– ¿El prisionero está bien? – preguntó, delineando el hematoma que comenzaba a formarse con la yema de sus dedos.

– Sí, está bien. Le encargué a Natalia que cuidara de él, Yelena está un poco molesta porque lo tenemos aquí y yo temí que pudiera hacerle algo. Sabes lo temperamental que es la muchacha– él frunció el ceño y enterró sus dedos en la carne de su muslo, provocándole un nuevo escalofrío.

– ¿Por qué está molesta Yelena? – cuestionó, manteniendo su fría mirada presa de la de ella.

– Porque cuando lo encontramos, Otets estaba a punto de atacarlo y Natalia le disparó. Lo mató– Alexi alzó una ceja y asintió, bajándola de su regazo.

– Hablaré con Yelena. ¿Revisaron bien el sitio del accidente? ¿No había más supervivientes? – cuestionó, mirándola inquisitivamente.

–Lo revisamos de arriba abajo. Sólo encontramos trozos de cuerpos repartidos por todos lados. No sé cómo sobrevivió ese hombre, la verdad– respondió, reclinándose contra la mesita que se arrimaba contra la pared y cruzando sus brazos sobre su pecho.

From Russia, with loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora