Capítulo VI

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Capítulo VI

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Capítulo VI

El latido del puso en su oído era todo lo que lograba escuchar con claridad. La explosión lo había dejado desorientado y con un desagradable pitido que lo desestabilizaba. El arma que tenía en las manos era desconocida y le costaba maniobrar con ella, pero, de todos modos, se acomodó sobre su vientre y usando una roca como trípode, apuntó cuidadosamente, consciente de que sólo tenía un cargador. No sabía dónde guardaban las municiones y no podía correr a buscar más porque la herida de la pierna le dolía como un demonio. Tiró del pasador y una vez que la bala estuvo en su lugar, cerró el ojo izquierdo, mientras que el derecho buscaba un blanco.

Disparar a los tanques era como dispararle al agua o al aire. Eran un blanco imposible y por eso debía esperar a que la infantería hiciera su aparición. Poco a poco comenzaron a avanzar los alemanes, parapetados en los Panzer que avanzaban a paso lento y pesado, como elefantes. Se había hecho el silencio en su lado de la ribera, pero él podía ver a las muchachas del escuadrón desplegándose en silencio, moviéndose como sombras entre los escombros y el humo. Eran pequeñas y ágiles y eso les daba una ventaja. Los alemanes ya eran completamente visibles, blancos móviles que avanzaban hacia ellos paso a paso, sin detenerse.

Intuyendo que algo esperaban, guardó silencio como las demás, esperando a que ellas abrieran fuego primero. No era su intención delatar su posición y arriesgar a las demás... lo único que le preocupaba era Natalia, ¿dónde estaría? ¿estaría herida? "Por favor, por favor, Dios, que esté bien..." rogó en silencio, buscándola con la mirada. No la vio. La chica estaba fuera de su línea de visión, parapetada tras unos escombros. Melina, Yelena, Inessa y ella se escondían cerca del único puente que los conectaba con el resto de la ciudad. Inessa, experta en explosivos, había preparado aquella trampa hacía tiempo, cuando los camaradas comenzaron a sospechar que Hitler no se detendría y les enviaría a lo mejor de su ejército.

El dictador pretendía hacerse con las reservas de petróleo con las que ellos contaban y el camarada Stalin no estaba dispuesto a dárselo, no importaba cuantas vidas de sus compatriotas le costaran. Por ello, había ordenado que las familias de los combatientes de la ciudad no fueran evacuados y permanecieran allí, obligando a las milicias a pelear con más arrojo si querían salvar las vidas de sus familiares. Era una medida cruel e inhumana, pero hasta ahora, había rendido frutos. La chica castaña terminó de ajustar los mecanismos de las bombas y corrió hacia ellas, refugiándose en el humo de las explosiones para pasar desapercibida.

Melina sostenía el detonador en sus manos, esperando el momento adecuado. Los tanques avanzaron pesadamente por el viejo puente, custodiados por los soldados de infantería que los rodeaban. Tenían que esperar a que la mayor cantidad de tanques posibles se encontraran sobre el puente para hacerlos caer. Cuando el primer tanque estuvo muy cerca de su orilla, Inessa asintió y Melina presionó el detonador. Se escuchó un estruendo y los escombros volaron a su alrededor. Natalia vio volar trozos de metal y de cuerpos a partes iguales, se escuchaban gritos y lamentos y los alemanes que aún estaban en el lado contrario del río abrieron fuego contra ellas, pese a que no podían verlas. La rabia los hacía actuar sin pensar.

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