Capítulo VIII

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Me costó decirle adiós a este oneshot que quiso alargar su vida... amé escribirlo y espero que ustedes hayan disfrutado leyéndolo. Como siempre, muchísimas gracias por las lecturas, por los comentarios, por el cariño, por todo... 

Se les quiere, muchísimo. 

Capítulo VIII

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Capítulo VIII

Steve ya había perdido la cuenta del tiempo que llevaba ahí. Se sentía cansado, enfermo. Pero, lo suyo no era algo del cuerpo, era un cansancio del alma. Aquella guerra de guerrillas, de escaramuzas era desgastante al punto de mermar su buen humor y optimismo natural. Prefería mil veces enfrentar al enemigo en un campo abierto, viéndolo a los ojos, combatiendo en igualdad de condiciones. La estrategia de desgaste que habían elegido los rusos para pelear, la presión psicológica que ejercían sobre el enemigo cansado, enfermo y hambriento lo ponía mal.

Los alemanes no tenían forma de abastecerse y caían a cientos por día, víctimas de las enfermedades y el frío. No pasaba día en el que no tropezara con algún cadáver en la calle o en las trincheras: jóvenes en los huesos que parecían esqueletos congelados en la nieve sucia de ese invierno interminable. A veces pensaba que hubiera sido mejor morir en la caída del avión o haber regresado a casa cuando tuvo la oportunidad. Y luego la veía a ella. Natalia era un bálsamo en medio de toda esa pesadilla, y por ella, sólo por ella, valía la pena seguir peleando.

Natalia Romanova era la encarnación de sus sueños, la razón por la que se levantaba por la mañana, por la que obedecía órdenes brutales, por la que apretaba los dientes y cargaba contra las bolsas de huesos que eran sus enemigos. Ella era todo lo que lo empujaba adelante. Su sonrisa omnipresente, las caricias que compartían a hurtadillas en las casas abandonadas, los besos robados, la complicidad infinita, los sueños hilados y tejidos a la luz de una hoguera. Todo eso valía la pena. El suyo era un romance nacido de la improbabilidad, criado en la incertidumbre y fundado en las bases de una promesa sin decir: "Yo viviré si tú vives. Seguiré peleando mientras pelees a mi lado y compartiré la paz contigo".

Nunca se habían dicho te amo, ni se habían comprometido a nada. No con palabras, al menos. Y no era necesario, compartían gestos más sinceros que las palabras. Las manos de ella eran muy elocuentes cuando le marcaban la espalda, reclamándolo como suyo, cuando le cogía la barbilla y lo besaba con fuerza, cuando le guiñaba, cómplice al entregarle un trozo de pan robado o una lata de frijoles: ella siempre estaba demostrándole con hechos, no con palabras, todo lo que él significaba. Y él no estaba dispuesto a perderla, por nada. Por ella siguió peleando, aunque estaba cansado.

La Navidad y el Año Nuevo marcaron un antes y un después. La situación era insostenible para los alemanes y era cosa de tiempo para que se rindieran. Ya ni siquiera peleaban... permanecían quietos, como blancos fijos, esperando a que llegara el tiro que terminaría con el sufrimiento. Rostokov los enviaba a eliminarlos, como a una plaga. Steve se sentía incapaz de hacerlo. No, no quería eso. Aquello era una masacre, no una guerra. Al recibir la orden, se escondió en una de las casas abandonadas, se dejó caer al suelo y se cubrió los oídos, intentando no escuchar los tiros que resonaban a la distancia. Así lo encontró Natasha.

⸺ ¿Stiven? ⸺ llamó en voz baja, arrodillándose frente a él. Le acarició la barbilla y él alzó la mirada hacia ella, lanzándose a abrazarse contra su pecho. Le rodeó la cintura con los brazos y restregó su rostro contra la suave lana de su chaqueta.

⸺ No puedo hacerlo...⸺ le susurró en ruso y ella comprendió de inmediato. Ella siempre había visto aquella violencia casi exacerbada que corría por las venas de su gente, pero su Stiven no era ruso. Él no estaba de acuerdo con todo aquello y ella lo sabía. Y, lo comprendía.

⸺ No pasa nada, mi amor. Me quedaré aquí contigo, nadie lo sabrá⸺ le susurró a su vez, acariciando los largos mechones rubios de su cabello entre sus dedos. Steve se permitió suspirar, más tranquilo y camufló el sonido de los tiros con el suave compás de los latidos de su corazón.

⸺ Te amo⸺ musitó, confesándolo por primera vez en voz alta. Ella se quedó muy quieta, intentando controlar el ritmo desbocado de su corazón.

⸺ También yo...⸺ le dijo, apoyando sus labios contra su cabello⸺ También yo...

El 31 de enero de 1943, Steve escuchó los vítores a la distancia y se preguntó qué pasaría. Nunca se esperó ver a Natalia llegar corriendo a su lado, lanzarse a sus brazos y besarlo con fuerza, anunciándole entre lágrimas de alegría que los alemanes se rendían. Steve pensó que aquello era demasiado bueno para ser verdad, pero, lo era. El 2 de febrero, un par de días después, la rendición se hizo oficial. Muchos alemanes se negaron a seguir las órdenes del Mariscal Paulus, pero, los soviéticos acabaron con los reductos de resistencia de forma rápida y eficiente. A mediados de marzo, la calma había llegado. Calma, no paz. La paz no llegaría aún, no para ellos.

El 6° Ejército Alemán se había rendido con 91.000 hombres. Cuando terminó todo, sólo 5.000 habían sobrevivido y luego de eso, Steve no quiso saber más de guerras. Entregó su fusil a Rostokov y él lo miró con una media sonrisa en la cara. Poco quedaba del soldado americano que él había conocido tantos meses atrás. Este era otro hombre, con los ojos más apagados, libre de los ideales con los que lo habían machacado por años.

⸺ ¿Qué harás ahora, camarada Rogers? ⸺ le preguntó cuando recibió el arma, observándolo fijamente⸺ ¿Volverás a tu casa? ¿Volverás con los americanos?

⸺ No, camarada Rostokov. No volveré a América... mi hogar está aquí⸺ respondió, mirando a Natalia, detrás de él. La chica le sonrió y le guiñó un ojo y entonces, Alexei lo vio sonreír. Ahí estaba de nuevo el muchacho que él había visto.

⸺ Muy bien, camarada Rogers...supongo que debo decirle, bienvenido a la Madre Rusia...

Algún tiempo después, Steve se acomodó en su escritorio y tomó valor para coger el lápiz y comenzar a escribir en la parte posterior de aquella postal. Era una tarea largamente postergada, largamente evadida, porque enfrentar su pasado lo llenaba de incertidumbre. ¿Podrían algún día perdonarlo? Y, sin embargo, cuando miró por la puerta de su despacho hacia la sala y vio a su mujer sonriéndole, se repitió a sí mismo algo que siempre supo: todo lo que había pasado valía la pena.

"Querida mamá.

Quiero que sepas que estoy bien y que soy inmensamente feliz. Las razones por las que no regresé a casa y por las que no me comuniqué contigo antes tienen un solo nombre: Natalia. Espero que pronto puedas conocerla. A ella y a tu nieto... No te enfades con ella, nada de esto es su culpa. Es más, ella me salvó... y en más de un sentido, mamá. Espero que sepas perdonarme y que, cuando te explique todo, sepas comprender y me apoyes, como siempre lo has hecho. Dile a Bernie que lo siento muchísimo y que le deseo lo mejor del mundo; dile que la comprenderé si me odia, si no quiere volver a verme jamás. Nunca fue mi intención hacerle daño, a ninguna de las dos. Pero, tenía que seguir mi corazón, como me enseñaste. Y mi corazón sólo late por ella, mamá...

Espero verte pronto, ahora que todo ha terminado. Te amo.

Desde Rusia, con amor

Steve."

El ex capitán guardó la postal dentro de un sobre y lo dejó sobre su escritorio antes de salir de su despacho y acercarse a su familia. Natalia jugaba con su pequeño sobre la alfombra de la sala y él se acuclilló junto a ellos, cargando al bebé de seis meses en sus brazos para llenarlo de besos y hacerlo reír. Aquella era la paz que siempre había querido, que siempre había deseado. Y, no podía ser más feliz de compartirla con la mujer que lo salvó de la muerte y de sí mismo, con la que le dio el empuje para sobrevivir y la que se convirtió en la razón de los latidos de su corazón.

Besó suavemente a su esposa y la dejó recargarse en su hombro, mientras miraba a su hijo con un suspiro.

⸺ Es bueno estar en casa...⸺ murmuró. 

From Russia, with loveWhere stories live. Discover now