Capítulo V

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Capítulo V

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Capítulo V

Cuando pusieron la libreta en sus manos, sintió un cosquilleo conocido, una emoción que lo hizo sonreír desde el fondo de su corazón. El arte era algo que lo había acompañado toda su vida, que lo había ayudado a sobrevivir cuando era aún un niño y que le había dado sustento una vez que se convirtió en hombre. Acarició las hojas con una suavidad casi reverencial y entonces alzó la mirada hacia Natalia. La chica lo miraba sin comprender su repentina alegría, pero obedeció cuando le pidió con un gesto que se sentara a su lado y permaneciera quieta. Mientras sus dedos volaban en el papel, retratando los dulces rasgos de la muchacha, Steve repasó en su mente los acontecimientos de los últimos días.

Aquel hombre delgado y huraño (que resultó ser un médico) lo visitó varias veces, inyectándole lo que luego supo que eran antibióticos. Con eso, su pierna comenzó a mejorar y ahora podía moverse mejor y no dependía de Natalia para todo. La fiebre se había ido definitivamente y ahora podía por fin permanecer despierto la mayor parte del día y dejar de sentirse como una molestia. Las muchachas del escuadrón eran muy amables con él, le gustaba escucharlas reír. Hacía muchísimo tiempo que no escuchaba a una mujer reír y había extrañado ese sonido musical, dulce que eran sus cuchicheos y sus risitas tímidas a su alrededor.

Sólo había una que lo miraba de un modo que lo hacía sentir incómodo. La muchacha rubia que había ido a su cuarto el día que se peleó con Natalia aún lo veía de reojo y le dirigía tales miradas de enojo que lo hacían preguntarse qué tal malo le había. La otra cara de la moneda era Natalia. Ella parecía estar siempre a su lado, cuidando de él con la ternura de una madre. Le sonreía y habían comenzado a comunicarse por señas. Era difícil, pero, al menos comprendían lo básico. Y ella siempre sonreía cuando él decía su nombre. Era como si le gustase escucharlo en sus labios. Pasado un rato, terminó el dibujo y giró la libreta, mostrándoselo a la chica.

Ella abrió mucho los ojos y sonrió tan amplio y tan brillante que su corazón se saltó un latido. Se apuntó a sí misma con un dedo, y le quitó la libreta de las manos, mirando con atención los suaves trazos que habían delineado su rostro y su cabello, enmarcando sus facciones como si fuera una corona. Steve rio al ver su entusiasmo y arrancó la hoja, entregándosela.

– Spasiba...– musitó, apretándola contra su pecho. Él sólo negó con un gesto y ella se le acercó más, yendo a sentarse directamente a su lado. Apuntó la cama en la que estaban sentados, pidiéndole con un gesto que la dibujara.

Al comienzo, Steve no comprendió, pero la obedeció. Al ver los trazos, simples, ella lo miró y asintió, sonriendo.

– Postel– dijo, apuntando nuevamente la cama. Y Steve sonrió, sorprendido por el ingenio de la chica.

– Postel– repitió, jalando los hilos de su sonrisa– Cama– dijo ahora en inglés y ella movió los labios primero, igual como lo había hecho el día que le preguntó su nombre.

– Cama– murmuró, sonriendo al ver su asentimiento. Aquello se convirtió en la mejor manera que tenían de comunicarse.

Natalia, entusiasta, apuntaba algo y él lo dibujaba. Ella decía su nombre en ruso y él en inglés y lo repetían hasta que pronto el vocabulario de ambos se había hecho bastante más amplio. Con los conceptos más abstractos que él no podía dibujar, se comprendían por gestos. Ella hacía mímicas que a él lo hacían reír y lo intentaban una y otra vez hasta que daban con lo que querían decir. Aquellos eran sus mejores momentos. La compañía de la muchacha lo hacía olvidarse de todo lo demás. Tanto era así, que ni siquiera pensaba en su novia esperándolo en casa.

Bernie parecía un recuerdo lejano, algo vivido en otra vida. La había querido mucho, eso era claro, por algo le había propuesto matrimonio, pero la verdad es que ahora no se veía regresando a casa para desposarla. No quería abandonar esa pequeña burbuja robada del tejido de la guerra en la que se encontraba. Ese pequeño cuarto y la risa de Natalia era todo lo que necesitaba para sentirse completamente feliz. Decidió que había tomado la decisión correcta el día que estudiaban las partes del cuerpo. Ella apuntó sus manos, su rostro, sus ojos, nariz, cabello y orejas y ambos repetían y repetían los nombres hasta que podían pronunciarlos de manera correcta.

De pronto, ella cesó en su risa y se le acercó más. Tanto, que él retrocedió un poco hacia la pared a sus espaldas, notando como el pulso se le habían disparado de un modo peligroso. Podía sentir el calor de su cuerpo demasiado cerca como para sentirse tranquilo y el aroma de su cabello inundando sus fosas nasales. Ella lo miraba fijamente, sin asomo de temor en sus ojos verdes, sin malicia tampoco. Simplemente parecía curiosa y emocionada por algo. Lo comprendió cuando alzó una mano y le delineó muy despacio el labio inferior.

– Guby– dijo en voz baja, rozándole la boca con delicadeza. Steve, que había mantenido sus ojos fijos en los de ella no pudo evitar suspirar al sentir la suave caricia.

– Labios...– musitó, sin dejar de mirarla, perdido de pronto en esa aura de intimidad que los había envuelto.

– Labios– repitió la chica suavemente y él no pudo evitar cogerla por la muñeca y acercar su mano a su boca para dejar un suave beso en la cara interior de su muñeca sin dejar de mirarla.

Ahora fue el turno de la muchacha de suspirar y sonrojarse.

– Beso– dijo Steve, repitiendo el gesto, pero ahora en el dorso de su mano– Beso– Natalia no lo repitió. Se inclinó más hacia él y le acarició la mejilla con su mano libre.

– Potseluy...– susurró sobre sus labios un segundo antes de presionar su boca contra la de él.

Ambos suspiraron en medio de aquella caricia que parecían haber deseado por siempre. Steve soltó su mano y con ambas manos le acunó las mejillas, empujándola hacia él para profundizar ese contacto que estaba lleno de dulzura y de anhelo. Y sí, todo estaba ahí. Quedarse con ella era la decisión correcta y sólo con ese beso podía mostrarlo, porque nunca antes un beso lo había remecido hasta la última fibra de su ser, nunca antes le había corrido esa electricidad bajo su piel y nunca antes había deseado tanto a alguien como la deseaba a ella. La deseaba a un nivel que iba más allá del plano físico, deseaba poseer esa incandescencia que ella cargaba consigo a todas partes, quería poseer el brillo de sus ojos, la curiosidad insaciable, la risa vibrante, la mano dulce, las sonrisas llenas de ternura.

La quería a ella. La tendría a ella, por completo.

El sonido de un grito, un disparo y la vibración del piso los hizo separarse abruptamente. El hechizo se había roto de golpe por la realidad. Natalia se levantó de la cama de un salto y cogió su fusil, corriendo hacia el exterior. Steve se sintió inútil. Se levantó despacio, como pudo y se acercó cojeando a la puerta, asomándose a las escaleras. Las muchachas corrían de un lado a otro y, pese al tirón de la pierna, él las siguió. Aquello salvó su vida. Él fue el primero en escuchar el silbido.

– ¡Al suelo! – gritó, aún a sabiendas que nadie lo entendía y se arrojó sobre el piso segundos antes de que el obús de un tanque impactara de lleno en el ala de la casona en la que había estado momentos antes.

La explosión había lanzado escombros en todas direcciones y él se cubrió la cabeza con las manos, notando aquel pitido desagradable y desconcertante que provocaba una detonación cercana. Haciendo un esfuerzo, se levantó del suelo con gran dificultad y contempló a la pequeña Ekaterina mirándolo con sus ojos vacíos. La chica había muerto intentando huir y aún sostenía el rifle en la mano. Lo levantó del suelo y caminó lo más rápido que pudo hacia el boquete que había dejado la explosión, consciente de que no dispararían jamás al mismo punto. Se parapetó contra un trazo de pared y alzó el rifle, contemplando a través de la mira el avance de los tanques Panzer.

Había llegado el 4° Ejército Panzer y la breve paz se había roto. 

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