Un ser inusual

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Cuando la rutina se convierte en una regla que practicas cada día, lo cotidiano se torna pesado y cargar con tanto comienza a ser complicado. No fue fácil para mí darme cuenta que mi vida debía cambiar, pero una de esas mañanas sumergida en la monotonía, un ser inusual me invito a creer en la espontaneidad.

Todos los días desayunaba un plato de frutas y bebía un vaso de agua, tomaba mis cosas y salía de casa, lista para enfrentarme a un día más en el trabajo. Caminaba solo dos cuadras y llegaba a la estación del metro. Caminar entre una multitud que espera subir al metro lo más pronto posible, siempre ha sido, para todos, una batalla donde las armas son codazos, empujones y pisotones. Cuando al fin logro pararme justo detrás de la línea de precaución, que da la bienvenida a los vagones, ya me siento como una guerrera que derrotó a todos sus enemigos.

Aquella mañana se abrieron las puertas y cuando la gente veloz, y un tanto agresiva, bajo del vagón, entonces me incorpore a él, como de costumbre. Deje que mi vista paseara un poco, ahí estaba el grupo de chicos que seguro asistía a la universidad, el caballero de traje que siempre imaginé trabajando en alguna oficina importante, la chica de ojos tristes que siempre miraba a la ventana, la señora que cada mañana salía a vender sus rosas.

"¡Ya va!"

Algo no era normal en mi monótona mañana.

"Ese hombre sentado al final del pasillo no lo había visto aquí nunca."

Yo siempre observo todo con detalle. No era posible que no me hubiese fijado en él antes.

"Piel morena, cabello oscuro y corto, ojos claros, cuerpo fuerte y... ¿Me acaba de sonreír?"

"¡Qué vergüenza! Me ha sorprendido mirándolo."

-Hay lugar aquí. Si gustas sentarte a mi lado- el extraño acababa de invitarme a sentar con él. Y yo, claro que iba a aceptar.

Me senté entre la ventana y el apuesto desconocido.

Comencé a detallar detenidamente sus ojos aprovechando que él me miraba fijamente.

Que ojos tan bonitos, los más bonitos, que incluso hasta el sol de hoy, he visto. Verde claro que me transportaron inmediatamente a aquel lago que solía visitar de niña. A mi niñez, la que había sido hasta esa mañana, la mejor época de mi vida.

-¿Eres muda entonces?

-No, no, no- me sentí sonrojada y estoy segura que él lo noto también –es que un recuerdo vino a mi mente y me distraje.

-¿Qué has recordado?

-Un lago que visitaba de niña, fui muy feliz ahí.

-¿No eres feliz ahora?

-Creo que no, no lo sé.

-¿Qué diría de ti la niña que fuiste un día?

-Estaría decepcionada. No tuve la fuerza de luchar por todo lo que esa niña solía soñar.

-Aun estas a tiempo- tomo mis manos –puedes tomar las riendas ahora y cumplir los sueños de esa niña.

-Esa niña se fue hace mucho- solté sus manos –ni ella, ni sus sueños existen ahora- no entendía la confianza de aquel inusual desconocido. No me conocía y habla de ese tema tan ajeno.

-Te equivocas- tomo mis manos una vez más –esa niña sigue aquí, se esconde en lo más profundo de ti y junto a ella, entre sus brazos, se encuentran cada uno de los sueños que tanto deseaste alguna vez. Búscala, ella te lo agradecerá. No hay mejor sensación que el agradecimiento que sentimos con nosotros mismos- hoy recuerdo aquellas palabras y certifico que tenía razón.

-¿Te conozco de antes?

-No, pero cuando te vi entrar al vagón algo dentro de mi despertó. Acabas de acomodar mi vida por completo, me has hecho reflexionar.

Yo solo lo mire en silencio.

Después de aquella mañana, mi vida también se acomodo.

Me regalo una sutil sonrisa y pude sentir como una sensación dulce comenzó a invadir mi cuerpo. No puedo explicar lo que estaba sucediendo pero la gente que nos acompañaba comenzó a desvanecerse, el sonido de los rieles en contacto con el tren se convirtió en silencio, pero no un silencio incomodo sino uno placentero.

Solo éramos él y yo, acompañados por aquella dulce sensación que exploraba cada rincón de mi.

-¿puedo besarte?- pregunto acariciando mi rostro.

Mi sonrisa fue la perfecta afirmación para aquella pregunta.

Entonces, él besó mis labios, con cariño, son suavidad, como si acariciara una rosa a la que no quiere arrancar ni un pétalo. No fue lento, no fue rápido. Fue inocente, sincero y fue amor. Aunque suene como una locura, fue amor... Fue perfecto.

-Es mi parada- dijo él rompiendo el beso, el silencio, rompiendo todo aquel perfecto momento -debo irme- cada persona que se había desvanecido apareció de nuevo, como por arte de magia.

-Dime tu nombre, dame tu numero- pedí siguiéndolo hasta la salida.

-Lo siento, debo irme- las puertas se cerraron tras su espalda.

Y nunca más lo he visto de nuevo.

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Amor FugazWhere stories live. Discover now