Capítulo 5.

3.8K 327 41
                                    

,

                                         5.

Había pasado exactamente una semana y seguía fantaseando con Louis y sus besos. Alucinaba con verlo donde fuera que estuviera. Cuando salía de la Universidad creía verlo en la acera, cuando llegaba a casa me lo imaginaba bajo el porche, cuando iba al supermercado lo confundía con algún otro chico comprando. Era insano.

No quería admitirlo, menos delante de mis mejores amigas. Sabía lo que dirían—comenzarían a bromear, como suelen hacerlo siempre, y me harían ver lo que yo me negaba a ver:

1) Me estaba volviendo loca.

2) Quizá Louis me gustaba, aunque sea un poco.

Pero realmente no tenía ni siquiera tiempo para eso. Estaba obligada a concentrarme en los estudios y en nuevo trabajo—que finalmente había conseguido—si es que quería mantenerlo.

Se trataba de una tienda de música a unas cuadras de casa. Trabajaba de jueves a domingo de tarde, debido a los horarios que cumplía en la Universidad, y aunque no pagaban exageradamente bien, funcionaba para mí. Si, apenas daba a basto con todo (estudiar y trabajar a la vez) pero buscaba la manera de arreglármelas, sobre todo porque eso me traía dinero propio, algo que era de suma necesidad para ese momento en mi vida.

—¿Esperando una llamada, acaso?—Willa, mi compañera de trabajo (quien increíblemente asistía a mi misma universidad, también) bromeó conmigo cuando me vio observar el celular con insistencia.

Aparté la mirada y rodee el mostrador para, aprovechando que no había ningún cliente, dedicarme a organizar los discos de música. Necesitaba mantener mi mente ocupada.

—No va a llamar, de todos modos—Respondí luego de unos minutos en silencio, y solté una risa nerviosa.

Observé a Willa, ella apartó la vista del computador y me miró con curiosidad antes de cruzar los brazos bajo su pecho.

—¿Quien es el afortunado y porque no iría a llamar?

—Es una historia loca y larga, realmente—mordí mi labio inferior, tanto que acabé por lastimarlo. Hice una mueca, y me fastidié—lo conocí en mi viaje de egresados en Nueva York hace como un mes atrás. Él tiene una vida complicada, y a decir verdad, no tiene mi número—Acabé, diciendo. Fruncí el entrecejo cuando escuché mi propia frase. Era tan estúpida.

¿Qué demonios hacía mirando el teléfono con insistencia? ¿Esperando a que me llamara? yo misma había tomado la jodida decisión de no otorgarle mi número telefónico. Entonces: ¿estaba, acaso, esperando que iniciara una búsqueda para encontrarme? él ni siquiera sabía quién yo era en realidad, por lo tanto, carecía de sentido alguno.  

Mis amigas me habían preguntado la razón por la cual había mentido respecto a esa información. La respuesta era sencilla: prefería hacer un gran esfuerzo y dejarlo ir cuanto antes, a enterrarme más con él y echarlo todo a perder. No podía seguir mintiendo respecto a quien era porque eso lo único que iba a lograr era traer, a la larga o a la corta, problemas graves para ambos. Cada vez que lo veía una mentira más (peor que la anterior) salía de mis labios. Y si dejaba a relucir mi verdadera identidad entonces sufriría del rechazo. Estaba segura, y no preparada mentalmente para que eso sucediera.

New YorkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora