Capítulo 6.

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—¿A dónde vas tan arreglada?

Mi madre preguntó, cuando me atrapó con las llaves de la casa en mano y tratando de huir. Su mano sostenía una copa de vino blanco, y su rostro estaba adornado por una sonrisa que silenciosamente decía: «te atrapé». Ella utilizaba diferentes gestos para expresar diferentes cosas sin siquiera decir una sola palabra. Y aquella sonrisa, en particular, era a la que más uso le daba. La conocía perfectamente.

—Uh, simplemente voy a salir.

—¿Con tus amigas?—inquirió, observando mi atuendo de arriba a abajo.

Me encogí de hombros y puse mi mejor cara de inocencia. Lamentablemente, no funcionó.

Mi madre siempre había sido muy protectora, y tenía muy en claro sus motivos. En la casa éramos únicamente nosotras dos, por tanto sólo nos teníamos la una a la otra. Si me llegaba a pasar algo; ella jamás lograría salir adelante. Bastante le costó con la partida de mi padre, no era capaz de soportar una pérdida más.

Así que si, era difícil salir sin responder previamente su cuestionario. El típico cuestionario de madre, ustedes saben: «¿A dónde vas?» «¿Con quién vas?» «¿A qué hora regresas?» y hasta el «Abrígate que hace frío» etc, etc.

—Demasiado arreglada para solo salir con amigas. A parte te recuerdo que es día de semana, mañana tienes que levantarte temprano para ir a estudiar, Juliette.

Quizá, si le decía lo que realmente sucedía, me dejaba ir. Después de todo no perdía nada con intentarlo.

—Tengo una cita con Benjamín. Él está a punto de llegar.

Y como por obra del destino, se escuchó el sonido de un claxon—probablemente el auto de Ben. Señalé con el dedo índice la puerta, demostrando que, esta vez por lo menos, decía la verdad. Ella frunció el ceño, y aún con desconfianza se acercó a la ventana. Rodee los ojos.

—Mamá, por favor.

—Está bien, está bien—alzó su mano libre al aire—definitivamente es Ben. Y solo porque lo conozco lo suficiente como para saber que estás bien cuidada, te dejaré ir—agradecí levantando mi dedo pulgar—de todos modos recuérdale a Ben que programe las citas para el fin de semana, no quiero que descuides los estudios.

—Bien—«como si fuera a haber otra cita, por dios» pensé.

Sostuve el pomo de la puerta y antes de siquiera poder salir me volvió a interceptar. ¡Qué mujer!

—Ah y Juliette—me voltee, exasperada—para medianoche te quiero en casa, ya sabes, no importa de quien se trate; el toque de queda sigue en pie—bufé por lo bajo—¡Que se diviertan!

Ben sonrió cuando me vio salir y extendió la mano para saludar a mi madre que nos observaba desde debajo del umbral de la puerta. Seguramente ambos estaban en su momento de gloria. No tenía manera de saber quien estaba más emocionado por la cita—no tan cita—si Benjamín, o mi madre. Habían esperado este momento por años.

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